Cultura

«Se ha creado una desafección con el pasado»

Fotografía original

Rafel Durán
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02
octubre
2024

Fotografía original

Rafel Durán

Mireia García Contreras (Barcelona, 1974) trabajó como guía turística hasta 2018, profesión que dejó a un lado para dedicarse de lleno a la escritura. Aunque se licenció en Sociología y tiene un máster en Periodismo, desde hace años varios años ha encontrado en la literatura una pasión fiel y un itinerario que explorar. En su primera novela, ‘Las palabras calladas’, esta autora camina entre el éxodo republicano tras la Guerra Civil, la memoria familiar y el peso que conllevan de generación en generación las heridas que no se curan.


El título del libro, Las palabras calladas, refleja fielmente todos esos silencios que están presentes en la novela, todo lo que no se cuenta en las familias y que tiene consecuencias en las generaciones venideras, en este caso en lo referente a las tragedias de las personas exiliadas. ¿Lo que no se dice puede llegar a ser, incluso, más perverso que lo que se cuenta?

Sí, porque lo que no se dice luego sale de otra manera. Los secretos acaban buscando la vía para salir a la luz, y quizá no aparecen en palabras o los descendientes no acaban de entender lo que pasa, pero sí que viven con alguien que sufre, que está amargado, que tiene sentimientos encontrados. Y en las familias eso acaba saliendo: violencia doméstica, alcoholismo, falta de cariño… Los secretos acaban explotando, aunque los descendientes no sepan exactamente por qué. ¿Por qué esa frialdad de tu padre, de tu madre, de tu abuelo, por qué esa forma de tratar a los demás con tan poco cariño? Las palabras calladas pueden ser más perniciosas que la verdad.

 «Las palabras calladas pueden ser más perniciosas que la verdad»

La psicóloga Teresa Morandi, muy vinculada con los movimientos de memoria histórica, dice: «Todo lo que se ha sufrido queda inscrito en el psiquismo y en el cuerpo. Lo que no puede decirse en una generación aparece en la siguiente, y a veces aparece de una manera que no tiene que ver, pero aparece en su cuerpo o su manera de estar en el mundo». ¿Visibilizar ciertas temáticas a través de la literatura puede contribuir a paliar, en parte, ese daño?

Estoy convencidísima. Cuando yo publiqué la novela, yo no la publiqué con la intención de que fuera una novela histórica, ni tampoco de dar lecciones. Pero después, conociendo a los lectores y lectoras, muchos me han dicho que la novela les había ayudado a atreverse a preguntar a sus abuelos o sus padres qué es lo que pasó. Y yo creo que la literatura, sin tener pretensión, tiene esa función de crear una empatía con la historia, con lo que pasó. Es interesante porque se crea un flujo entre el lector y esos personajes que vivieron ese momento histórico concreto, y no con la idea de aprender historia, porque no es la función de una novela, sino para que se conmocione o se vincule a lo que pasó y pueda aprender a comprender, y a perdonar también.

Pasado y presente se entrelazan en el libro para enhebrar historias diferentes, pero con reflejos entre ellas. Los tres personajes del momento más cercano a la actualidad, Esther, Matihieu e Isabel, también padecen ese desarraigo, ese desconcierto vital, sin haber pasado una guerra o posguerra. ¿Pertenecer al bando de «los vencidos» también se hereda?

Sí, de hecho cuando empecé a escribir esta novela yo no tenía del todo perfilada la historia, y los personajes empezaron a tirar del carro. Pero lo que sí tenía muy claro era de qué quería hablar, y era de cómo haber pertenecido o ser descendiente de un derrotado acaba marcando tu vida. En la Guerra Civil sufrió la gente que luchó en los dos bandos, porque muchos se vieron obligados a luchar con los franquistas por razones geográficas. Y fue muy duro. Pero una vez terminada, fue aún peor, porque no solo ganaron la guerra, sino que quisieron humillar a los vencidos. Convirtieron a medio país en derrotados. Y cuando a tus padres, o a tus abuelos, no solo los han vencido sino que el poder ha creado este discurso para ningunearlos, eso te merma la autoestima, y esta pasa de generación en generación. Si a ti te dicen constantemente «no hables de política», «no señales», «ten cuidado con lo que dices»… te están diciendo de forma implícita que lo que tú piensas no vale, no es correcto. Te conviertes en una persona con una autoestima muy baja.

 «Hay muchísimas heridas de lo que pasó durante la posguerra y la dictadura, y muchas familias no han podido curarlas»

Hay discursos –politicos, mediáticos– que apelan a dejar el pasado como está y no removerlo, que solo se consigue reabrir heridas. ¿Por qué te parece que es importante rescatar la memoria y conocer la historia reciente?

Las heridas, si se tapan sin estar curadas, hacen que la carne se pudra. Y es lo que ha pasado en este país, que hay muchísimas heridas de lo que pasó durante la posguerra y la dictadura, y muchas familias no han podido curarlas. No se trata de venganza ni de tirarle los muertos a la cara a nadie, sino de poder rescatarlos y poder limpiar, curar las heridas, cerrarlas; y que esas familias se den cuenta de que no había nada pernicioso en los suyos, que era simplemente una guerra donde vencieron unos que luego fueron extremadamente crueles con los vencidos. Es curioso, porque muchos de los que dicen que es mejor no reabrir heridas, que ahora estamos bien, no tienen muertos en las cunetas, los tienen en los cementerios enterrados y con su lápida.

Portbou es un eje centran en la narración, un lugar que atravesaban muchas de las personas exiliadas antes de cruzar la frontera a intentar rehacer su vida en Francia. Portbou es también el lugar en que se encuentran encerrados tres personajes que tienen, sin saberlo, hilos que les unen. ¿Qué peso tiene lo simbólico a la hora de recuperar la memoria histórica?

Muchísimo. La elección de Portbou como escenario principal de la trama contemporánea no es casual. Es el último pueblo de la costa catalana, y al otro lado de la montaña ya está Francia. Es un pueblo pequeño que tiene una estación hiperbólica y que siempre ha sido un símbolo de cambio, de huida, pero también de acogida. Pensé que era el lugar ideal. No solo escapaban por allí los republicanos cuando acabó la guerra, sino que a partir de 1940 los que escapaban de los nazis atravesaban por Portbou también. Siempre fue el camino de la libertad.

¿Cómo te documentaste para escribir la novela? ¿Has tenido conversaciones con familiares de personas exiliadas?

Durante el proceso de escritura no encontré a nadie que hubiera vivido en esa época. Me basé en libros de historiadores, no tanto para acercarme a la historia pura y dura, sino buscando testimonios de supervivientes. También vi documentales. Fue un proceso paralelo el de la documentación y el de la escritura.

 «Debería destaparse que las mujeres, niños y niñas han sido y siguen siendo utilizadas como armas de guerra»

Los abusos sexuales y violaciones también tienen mucho peso en la novela. Aunque cada vez se habla más de cómo las mujeres son monedas de cambio en los conflictos bélicos y sus secuelas, ¿crees que en la literatura también se ha mostrado esta temática?

En la literatura de la Guerra Civil española se ha hablado de ello, pero muy tangencialmente. Ahora se está estudiando todo lo que sufrieron las mujeres, durante y después de la guerra también. Cuando terminó, sobre todo a las que estaban vinculadas con algún republicano hijas, esposas, hermanas– las llevaban a los cuartelillos, las rapaban y las violaban en grupo. Fue tremendo y se ha pasado de puntillas por ello; esto se debe a que a las propias mujeres se sentían culpables. No se ha hablado, por un lado, porque los hombres, que son los que hasta hace poco estaban escribiendo la historia con mayúsculas, han ninguneado esta parte de la memoria, y por el otro, porque a las víctimas siempre les ha dado muchísima vergüenza. Para ellas, reconocer que habían sido violadas era tremendo. Debería destaparse que las mujeres, niños y niñas han sido y siguen siendo utilizadas como armas de guerra.

 «Creo que se ha ninguneado tanto el pasado que ya da igual»

Cuando mostramos actualmente tantas reticencias en el presente ante la llegada de personas migrantes o refugiadas, ¿es por desconocimiento de nuestro propio pasado o porque ya ese pasado nos ha dejado de importar?

Creo que se ha ninguneado tanto el pasado que ya da igual. Si a una persona de 20 años le explicas qué es lo que pasó, incluso a descendientes, y les suena a que no va con ellos, no les importa. Me parece que se ha creado una desafección con el pasado y que no son capaces de empatizar con que su bisabuelo lo pasara fatal y tuviera que huir o con que pasara mucha hambre. Hay quienes sí, y tampoco quiero generalizar, pero les cuesta porque ya lo ven muy lejano. Con el libro me estoy encontrando que la gente que más se interesa tiene a partir de 45 años, con las historias de sus familiares más recientes. A las personas más jóvenes les puede gustar, incluso te dicen que han descubierto una parte de la historia que desconocían, pero lo comentan como algo intelectual, no les remueve por dentro porque no tienen esa conexión emocional con lo que pasó.

¿Qué perseguías al construir esta historia?

Me planteé hablar de cómo las heridas del pasado se perpetúan de generación en generación si no se curan. A los personajes contemporáneos de la novela la vida les acaba explotando en las manos, porque no saben gestionar un dolor que han heredado y que no saben de dónde viene. De eso quería hablar.

¿Cuál es el poder que tiene la literatura para ti?

El de generar empatía, de educarla. La literatura no es una fuente para aprender historia u otra disciplina, sino para aprender a entender al resto de los seres humanos y a una misma. Porque, cuando te enfrentas a un libro y a lo que les ha pasado a los personajes, reconoces algo de ti, y eso te ayuda también a perdonarte. Y creo que también te ayuda a acercarte a personajes que están muy alejados de lo que tú eres. La literatura es la escuela para aprender a empatizar y reconocer a las otras personas.

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