Cultura
Editorial Trieste: historia y leyenda
La editorial española, liderada por Valentín Zapatero y Andrés Trapiello, se ha acabado convirtiendo en una leyenda por su catálogo de ediciones cuidadas y atemporales.
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El mundo editorial suele destacar por sus apariencias de cambio o de permanencia. Las idas y venidas a las que se ve sometido pueden responder a las demandas de los lectores o a las que el sector genera. Pero conviene detenerse en determinados momentos y reflexionar sobre algunos nombres particulares que intentaron salir de los vaivenes mencionados para considerar en qué punto se encontraban las inquietudes editoriales respecto a su alcance con el mercado. La figura de Valentín Zapatero es ejemplo de unas maneras silenciosas, desaparecidas, de un legado pendiente de revalorizarse.
En 1981, a principios del invierno, la editorial Trieste inició su andanza, llegado su fundador, un joven llamado Valentín Zapatero, a Madrid después de haber cerrado la primera etapa editorial, un año antes, en Cambrils. Valentín, de veintiún años, contactó con un joven poeta y editor, Andrés Trapiello. Él, con un libro de poesía editado, Junto al agua, publicado en Libros de la Ventura, colaboraciones en programas culturales de TVE como Encuentros con las letras o Trazos, y veintiocho años dispuestos a la aventura, fue a quien el editor decidió proponer hacerse cargo del proyecto para insuflarle una nueva vida. El encuentro ocurrió en el café Gijón. Cuando le pidió de una manera formal que llevase Trieste (que se encargara de buscar los autores, elegir las cubiertas, preparar los prólogos y demás tareas tipográficas y estilísticas de composición de catálogo; Zapatero se encargaría de la parte financiera) ya eran amigos inseparables. Durante la conversación, Trapiello le preguntó el porqué de ese nombre. Zapatero le dijo que le gustaban las ciudades, y el hecho de que empezase por una T, seguido de una R, casaba bien tipográficamente. Tenía varias opciones: Trípoli, Trento, Treviso… Le gustaba más la opción de Trieste, unida a su bagaje literario. Y así fue refundada, con una naciente amistad. Sin embargo, la nota trágica no tardaría en deslizarse por aquel momento de celebración y buenas noticias. Viendo que pedía su tercer whisky, Trapiello le dijo bromeando que poco futuro tendría si seguía de ese modo. Él, cambiando el gesto sin modular apenas su voz, le respondió, guiñando el ojo, que no le preocupaba, ya que no era su intención seguir vivo después de cumplir los treinta. Y así fue: Valentín Zapatero murió en julio de 1990, con treinta y un años.
En la editorial Trieste, entendían el libro como un objeto de placer, con derecho a sobrevivir por encima de dictaduras comerciales
La apuesta era arriesgada. Trieste no encajaba en la corriente: no era su filosofía la del consumo de usar y tirar. Querían concebir sus libros con la posibilidad de que estos pudieran tener una vida, que se releyeran ajenos a modas, lo que les achacó críticas de elitismo muy equivocadas. Entendían el libro como un objeto de placer, con derecho a sobrevivir por encima de dictaduras comerciales, dirigido a todo tipo de público.
Los libros de Trieste llamaban la atención por su atractivo desde el primer vistazo. Eran ediciones de pequeño tamaño en su mayoría. Se debe su aspecto al gusto que coincidió en sus editores por las colecciones de los años veinte y treinta, las de La Nave o Calleja o los editados por JRJ y Zenobia Camprubí. Aquel gusto por lo antiguo condicionó la estética de Trieste, fijándose en casi olvidadas maneras de editar que resultarían de una absoluta modernidad en el campo editorial de comienzos de los años ochenta en España. Publicaron poesía y prosa, con autores como Ramón Gómez de la Serna, Antonio Gamoneda o Carmen Martín Gaite.
Actualmente, muy pocas editoriales, y sobre todo las jóvenes, pequeñas o periféricas, han sabido recoger este testigo que Trieste supo captar con mucho sentido común. Su apariencia sencilla de elegancia y austeridad ignorantes al paso del tiempo era un distintivo con respecto a otros libros. Si el lector sostuviera uno de esos volúmenes en la mano para observar todos los detalles y características, no descuidaría el apreciar cierto aroma de algo que ha sido sustituido por técnicas más inmediatas, artificiales; algo de esa dedicación que se ha perdido.
Su apariencia sencilla de elegancia y austeridad ignorantes al paso del tiempo era un distintivo con respecto a otros libros
El propio Andrés Trapiello ofrece su testimonio de lo que supuso su tiempo en Trieste: «Aquellos cuatro o cinco años son para mí inseparables, claro, de Trieste y de Valentín Zapatero. Maravillosos recuerdos. Los dolorosos acaban por diluirse […]. Era un ser angelical, con una pureza de fondo que no hemos vuelto a ver. Tuvo la mala suerte de cruzarse a los diecisiete años con prestigios que le desquiciaron: se libró de las drogas pero no del alcohol, convencido de que era fuente de la mejor literatura contemporánea. En los cuatro o cinco años que estuvimos juntos salieron en Trieste unos cuarenta o cincuenta libros; los tres o cuatro que estuvo Valentín solo, los últimos bastante enfermo y con las fuerzas justas, ocho o diez. Su muerte fue el hecho más doloroso que habíamos vivido hasta entonces […]. A mi modo de ver, los libros de Trieste tienen un encanto especial, y destacaban bastante […]. Hoy algunos de ellos son raros de encontrar en el mercado del libro viejo, lo que quiere decir que cuando se habla de ellos se habla sobre todo de oídas. A mí esto me parece bien, y a Valentín seguramente le hubiera parecido lo mismo, porque los libros ganan sobre todo con la leyenda».
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