Diez reflexiones filosóficas sobre la estupidez
A lo largo de los siglos, diversos filósofos han cavilado sobre la naturaleza de la estupidez, sus causas y sus consecuencias.
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La estupidez es un concepto tan antiguo como la humanidad. Aunque la RAE lo define en su primera acepción simplemente como «torpeza notable en comprender las cosas», en realidad, desde tiempos inmemoriales, los filósofos han cavilado sobre su naturaleza, sus causas y consecuencias.
A continuación, diez reflexiones que han planteado algunos de los más grandes pensadores de la filosofía mundial.
Falta de sabiduría
Aristóteles creía que la estupidez no era simplemente la falta de conocimiento, sino la falta de sabiduría. Para el filósofo griego, la sabiduría no solo implica el conocimiento de hechos, sino la capacidad de aplicar el conocimiento de manera prudente. En este sentido, una persona estúpida no es la que no sabe, sino aquella que, sabiendo, no actúa con juicio. La sabiduría, según Aristóteles, es la brújula que guía la acción humana hacia el bien; sin ella, la acción se vuelve ciega y potencialmente destructiva.
Incapacidad para aprender
«¡No hay defensa contra la estupidez! ¡Este es el regalo perfecto para la persona en tu vida a la que le gustan las personas inteligentes!», dijo Friedrich Nietzsche, que veía la idiotez como una resistencia a la experiencia. Según el filósofo alemán, la verdadera idiotez radica en la incapacidad o la falta de voluntad para aprender de los errores. Una persona estúpida es aquella que, a pesar de enfrentarse repetidamente con las consecuencias negativas de sus acciones, sigue comportándose de la misma manera. Esta insistencia en ignorar la realidad y las lecciones de la experiencia es, para Nietzsche, un signo de profunda estupidez.
La estupidez colectiva
Canta Calle 13 en «Los idiotas» que «la estupidez es colectiva cuando nadie se cuestiona las cosas». En esta línea, el filósofo Gustave Le Bon, en su obra sobre psicología de las masas, argumenta que los individuos, cuando forman parte de una multitud, tienden a perder su capacidad de juicio crítico y actuar de manera irracional. Esta «estupidez de las masas» se manifiesta en la adopción de comportamientos irracionales y en la susceptibilidad a la manipulación. Le Bon sostenía que, bajo ciertas circunstancias, las masas pueden actuar de manera mucho más estúpida de lo que lo harían sus miembros individuales por separado.
Contrario de la inteligencia
Para la mayor parte de la población, la estupidez es simplemente la ausencia de inteligencia, pero esta visión puede ser demasiado simplista. Bajo esta premisa, Karl Popper sugería que no son necesariamente opuestas. El filósofo de la ciencia creía que incluso las personas inteligentes pueden cometer actos estúpidos si carecen de sentido crítico o son víctimas de prejuicios. En otras palabras, la inteligencia no es una garantía contra la idiotez; es la actitud crítica y el cuestionamiento constante lo que nos protege de actuar de manera estúpida.
Para Aristóteles, una persona estúpida no es la que no sabe, sino aquella que, sabiendo, no actúa con juicio
Un problema ético
José Ortega y Gasset consideraba la estupidez no solo como un problema cognitivo, sino como un problema ético. Según el filósofo español, una persona estúpida es aquella que no se esfuerza por entender y mejorar su situación. Así, argumentaba, se trata entonces de una forma de irresponsabilidad moral, ya que implica una negativa a asumir la responsabilidad por uno mismo y por la sociedad. Para Ortega y Gasset, la lucha contra la estupidez es una lucha por la dignidad humana.
En la era de la información
En tiempos modernos, la reflexión sobre este concepto ha adquirido nuevas dimensiones. Filósofos como Umberto Eco han advertido sobre los peligros de la sobrecarga de información. El autor de De la estupidez a la locura señala que el acceso ilimitado a la información no necesariamente conduce a una mayor comprensión sino que, de hecho, puede tener el efecto contrario, fomentando la superficialidad y la idiotez. En un mundo inundado de datos, la capacidad de discernir y valorar la información se convierte en una forma vital de inteligencia.
Relación con la soberbia
Michel de Montaigne asociaba la estupidez con la soberbia. El escritor francés observó que las personas idiotas tienden a ser invariablemente soberbias; creen que saben todo y que no tienen nada que aprender de los demás. Esta falta de humildad intelectual les impide cuestionar sus propias creencias y reconocer sus errores. Montaigne sostenía que la verdadera sabiduría comienza con el reconocimiento de la propia ignorancia, una cualidad que los estúpidos, en su arrogancia, son incapaces de ver.
Falta de empatía
La filósofa Hannah Arendt, conocida por sus planteamientos sobre la banalidad del mal, también exploró la idea de la estupidez como una forma de insensibilidad moral. La alemana sugería que esta podría estar vinculada a una falta de empatía, a la incapacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender su punto de vista. Según Arendt, esto podía llevar a la deshumanización del otro y a la perpetración de actos de gran crueldad, como se vio en los horrores del totalitarismo.
Una elección
Por su parte, Simone de Beauvoir veía la estupidez no como una condición inevitable, sino como una elección. Para la existencialista, se trata de una forma de evasión, una manera de evitar la responsabilidad de la libertad. La gente elige ser idiota cuando rehúsa enfrentar la complejidad de la vida y toma el camino de la simplificación. La estupidez, en este sentido, es una forma de cobardía existencial, una negativa a vivir auténticamente.
El último tabú
La idea de que la estupidez es el último tabú de la sociedad moderna ha sido explorada por diversos filósofos contemporáneos. Uno de los máximos exponentes es Slavoj Žižek, quien cree que vivimos en una época en la que es políticamente incorrecto llamar estúpido a alguien. Esta corrección política puede ser peligrosa, según sugiere, ya que nos impide abordar críticamente la idiotez y sus consecuencias.
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