Siglo XXI

«Hoy, la verdad es una anomalía»

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Cortesía de Plaza & Janés
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23
julio
2024

Artículo

Fotografía

Cortesía de Plaza & Janés

Con aspiración a poeta del 27, este cronista distribuye con pericia de agrimensor la retranca de Luis Bonafoux, reparte el regocijo de la expresión de alto vuelo, hilarante y campestre, despacha con desparpajo las ideas atadas por cordeles: Ángel Antonio Herrera (Albacete, 1964). Su último libro, ‘Salvaje España. Retrato de la Nueva Modernidad’ (Plaza & Janés) es una taracea del panorama patrio, desde el prisma político, sociológico, virtual y ensayístico. Una verbena su lectura.


Las cosas, las gentes en España, ¿viven tanto en la acrobacia como parece?

Unas gentes más y otras, menos; hay quien no vive en la acrobacia nunca y otros que viven en ella siempre; veo una acrobacia de los extremos, digamos. Y lo que también veo es que vivimos domiciliados en un mundo líquido, como pronosticó Bauman, y sin respuesta hasta el momento. Este mundo y su tiempo es líquido, de ahí que haya tratado de atar ese lema, que en buena parte es el lema de la mayor parte de la gente de hoy, regresando a un viejo verso de Ginsberg: «El mundo es un viejo error». Creo en eso.

Pone en duda, ya en las primeras páginas, la existencia de esas dos Españas de las que hablase Machado. ¿Por qué?

Pongo en duda la existencia de las dos Españas, la de los rojos y la de los fachas, que no sé si tienen que ver con las de Machado, aquellas que han de helarte el corazón. Lo que sí veo es que no nos caben tantos fachas en la calle, en los periódicos a diario, ni tampoco tantos rojos. Esta palabra horrorosa de la «polarización» contiene todo, ahora todos somos fachas o rojos, no existe matiz alguno, ni templanza ni reflexión, lo cual insiste en que vivimos en una sociedad que no se para ni un momento a pensar. Está todo el rato posando. Hay fachas y rojos, pero el mundo no vive escindido en esas dos mitades.

«Vivimos en una sociedad que no se para ni un momento a pensar. Está todo el rato posando»

Más que «polarización» usted prefiere un sustantivo más bizarro, «cainismo».

Lo de polarización es una cosa rápida, como todo lo que acuñan los políticos, por tanto, imprecisa y fácil. A mí me gusta más cainismo, es cierto, es una palabra que dice mucho más, viene de la tradición y tiene más fuerza. Polarización es casi climatológico; el cainismo es de garrotazo, lo que existe en España.

¿Qué tiene el bulo, la paparruchada, para haber conocido, de un tiempo a esta parte, su éxtasis?

Sí… en efecto, el éxtasis del bulo es otra condición de lo moderno. Este libro lleva el subtítulo de Crónica de una nueva modernidad, que no es espontáneo, está pensado, habla de una modernidad que vive a lomos del bulo, que vive haciendo de la falta de información o el dato sesgado un modo de conducirse. Todo esto me molesta especialmente. El bulo cunde sobre todo si quien lo escucha es un ignorante; el bulo triunfa porque hay una ignorancia cada día más creciente, y esto me preocupa porque no me gusta vivir en un país de ignorantes y, por tanto, en un país donde el bulo sea un axioma; la gente tampoco quiere discutir, porque enfrentarse a otra verdad distinta a la suya supone el diálogo y el diálogo no se lleva y, por otro lado, también me molesta de la política en general, no solo del Gobierno, ni de la oposición, la política en general, que me produce un asqueo pleno desde los últimos tiempos, que me traten como si no fuera adulto. Es decir, que me coloquen los discursos, los virajes, la insustancialidades como si fuera un niño. Me gustaría más que, en los deslices, los desbarres y las intrigas o los propósitos, o los acallaran o los plantearan de modo directo; creo que a la sociedad se la trata como si no fuera adulta porque la sociedad en general no está muy satisfecha o contenta en otro papel, y le va un papel infantilizado, sencillo, inocuo… y esto cunde, claro.

«El bulo triunfa porque hay una ignorancia cada día más creciente, y esto me preocupa porque no me gusta vivir en un país de ignorantes»

Por ejemplo en el uso de palabras como «finde», «porfi», «compi»…

Desde luego, y todo lo que crea el diccionario del móvil, infame, y aquello que venga del inglés, traído desde internet o el mundo digital, también cunde, teniendo palabras en español que dicen todo eso, más y mejor y desde más atrás, por tanto enriquecidas, porque traen tradición. Pero es descabellado el mundo digital. El libro, como sabes, tiene dos vertebraciones, el mundo como embuste, la impostura, el escaparatismo, que llega a su éxtasis en los asuntos de las redes sociales, más la pose que el pensamiento, o el pensamiento como bikini, que es también una cosa que recojo en el libro, en terrenos como Instagram, el gran escaparate de lo físico. La otra vértebra es que lo digital ha suplantado a la realidad, la realidad es vicaria de lo digital y esto también es grave; en el libro cuento la anécdota real de haber coincidido con unas «instagramers» en la Gran Vía a las que no les convencía la Gran Vía real, porque no se parecía a la Gran Vía digital, pasada por filtros. Vaya, que la Gran Vía no existe. En esas estamos.

En «el espejismo de un mundo sin riesgo» nos inventamos, hace tiempo, la cancelación, «un último terrorismo». ¿Por molicie, impericia, estupidez o cainismo?

Por todo eso junto, incluso algunas otras cosas, es un propósito bárbaro el de la cancelación. La cultura ha de contener la infracción; si no la contiene es mero publirreportaje o información plana. Todo propósito de gobernar la libertad de creación o de la palabra es una aberración, no sé si en algún momento algo de todo eso se llegará a poner en pie de un modo definitivo, pero es aterrador pensar que podría ocurrir. No solo se ha pretendido la corrección sobre la sensibilidad de textos literarios que pudieran ofender, una terrible tiranía de aquel que pretende imponerlo y que, por otra parte, coincide que esa gente que trata de imponerlo es gente que no ha leído ni un solo libro, lo que también es escalofriante, que vengan a corregir asuntos de lo literario gentes que no son lectores consumados o profesionales, y que te censuran un libro de Nabokov, Mailer o Miller, así que acabaremos prohibiendo el bolero.

«Todo propósito de gobernar la libertad de creación o de la palabra es una aberración»

Porque de Sade, ni hablamos…

No, claro, ni lo conocerán. Ciertos propósitos que vienen de gente no ilustrada son aberrantes, sobre todo este de la policía de la sensibilidad, pero una policía sin hemeroteca.

Usted, que da mucha credibilidad a lo que «no nos dicen los políticos», ¿cómo saber si sus palabras son sucedáneos?

Sus palabras son sucedáneos, he vivido una desafección de lo político, aunque me interesa porque la política es la vida cívica, y soy un ciudadano responsable. Hay momentos en los que abres un periódico y no caben los embustes o los virajes del embuste, pones el telediario y parece un anuncio de Netflix… creo que, en efecto, la verdad está en lo que no se dice. Hoy, la verdad es una anomalía.

¿Tenemos, hoy, la libertad más amarrada que antaño?

Yo pretende no tenerla, siempre hice lo que me dio la gana, lo procuré, y ahora, con este clima espeso, este puritarismo homicida que está en el ambiente, en las redacciones, en la calle, porque frecuento mucha calle, y frecuento a colegas y no colegas, porque vivo en lo mundano, no sé si es un clima de represión, pero sí de contención, como mínimo. Y eso me parece malo, estamos en un momento en el que la gente que tenemos algún hueco, algún sitio donde arriesgar una opinión debemos ser infractores libérrimos, más que nunca, no hay otro sitio, la información ha de seguir buscando radicalmente la verdad y la opinión ha de situarse en el riesgo, digan lo que digan, y pretendan lo que pretendan.

¿Es la cultura el único instrumento para reparar el mundo?

La cultura y la sensibilidad, esa hermandad; en los tiempos más adversos, los de pandemia, cuando todo era de una soledad extraordinaria, de una exquisita obediencia que daba pavor, la cultura nos hizo la vida mejor, pero no hacía falta una catástrofe para darse cuenta de eso. La emoción, también importantísima, es lo que sedimenta el recuerdo y eso es lo que me da imaginación y me hace mejor. Y eso pasa por la cultura.

Si Umbral escogió a Lola Flores para analizar aquella España en su Sociología de la petenera, en esta modernidad salvaje, ¿podría ser Ángela Rodríguez, Pam, acaso el personaje más citado y recreado en estas páginas, el paradigma para conocer a esta otra España?

Ángela Rodríguez, Pam, cuando estaba en la copa del Ministerio de Igualdad me daba un juego extraordinario; a Pam la echo de menos porque daba recreo. Cuando se pedía su dimisión yo me descolgaba con algún artículo pidiendo que no lo hiciera, porque esta gente es la que nos da amenidad a los cronistas y columnistas; la he tenido como una creadora verbal, porque muchas de las cosas que ha dicho Pam, mientras era mandamás o influyente, son impagables, era como Tristán Tzara, pero de otra manera. No sé si ella lo sabe, pero hay pocos personajes de esta eslora. La veo como una musa.

Desapareció ‘Sálvame’ de la parrilla televisiva y ‘Sálvame’ lo veo hoy en el Congreso

La «gente que nos regala un picnic», como Revilla, ¿nos alegra la vida?

Desde luego, a mí me apañan el tema del artículo; la mitad del éxito del artículo es elegir el tono del tema y la otra mitad, el propio tema. Pam, Revilla, Fernando Simón… esa ha sido otra gran inspiración, he sido el poeta de Fernando Simón, en esta época en la que lo que no importa importa tantísimo, hay que cuidar a gente así, tan amena para escribir, que practican un populismo del que se puede hacer escarnio, coña o análisis. Son un chollo.

Las redes sociales, ¿nos llevan al «analfabetismo por un atajo»?

Las desdeño desde que aparecieron, pese a que personas que me merecen mucho respeto me han intentado corregir. Me mantengo en mi animadversión, no me interesan nada, tampoco lo que digan de mí en las redes, ni quiero que me lo cuenten. Llevo cuarenta años pronunciándome en periódicos, radios y televisiones con mi DNI, con mi nombre, sin esconderme. Cuando eso suceda en las redes sociales, igual me planteo algo, pero ahora no tengo tiempo para un patio de vecinos ni para juntas vecinales del odio, del rencor, del ajusticiamiento. La militancia, el envenenamiento de aquellos que participan en las redes sociales como algo principal en el día está preparando un atajo para la inanición cultural. No sé si analfabetismo, quizás eso fuera un alarde de exceso, pero se queda cerca.

Entre Junts, «el partido más perdulario que viera la democracia», Irene Montero, «que se nos va a hacer las Europas», Ayuso, «que cierra las ayudas al Ateneo de Valle-Inclán», ¿lo nuestro es más un sainete, una astracanada, una comedia ligera o un esperpento?

Un esperpento, esto es lo que yo veo; a lo mejor, a ratos es una comedia, pero la comedia es venial, y el esperpento no tanto. Desapareció Sálvame de la parrilla televisiva y Sálvame lo veo hoy en el Congreso. Así está el plan.

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