Cultura

Bibliotecas, una historia frágil

En ‘Bibliotecas. Una historia frágil’ (Capitan Swing, 2024), Andrew Pettegree y Arthur Der Weduwen recorren la historia de las bibliotecas y de las personas que las construyeron, desde el mundo antiguo hasta la era digital.

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02
julio
2024

Toda biblioteca es el producto de un proceso de juiciosa selección. Lo asumimos como parte natural de la formación de bibliotecas, una constante a lo largo de la historia del coleccionismo de libros. Por otra parte, las coacciones externas que definen qué libros son aceptables y qué libros deberían ser censurados son, por lo general, desaprobadas. En las inteligentes palabras del historiador Robert Darnton, la dificultad con las cuestiones de la censura «es que parece sencillísimo: enfrenta a los hijos de la luz con los hijos de la oscuridad».

Así, es de destacar que a lo largo de todo el siglo XX las cuestiones relativas a la selección, la discriminación y la exclusión siguieran preocupando al mundo de las bibliotecas: desde las primeras listas de contenido recomendado enviadas a las bibliotecas por sus asociaciones nacionales a inicios de siglo, hasta la ley patriótica aprobada en Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Esta ley exigía a las bibliotecas facilitar a las autoridades nacionales de seguridad el acceso al registro de préstamo de los lectores cuando así se solicitara. Durante el siglo XX, la comunidad bibliotecaria plantó cara en ocasiones a las interferencias de las autoridades, mientras que en otros casos la visión de los bibliotecarios coincidió con la ortodoxia imperante. Sea cual sea el caso, los profesionales de las bibliotecas nunca han dudado de su vocación de dar forma a los contenidos de sus colecciones y así moldear el gusto del público.

La censura ha sido más pronunciada en los Estados totalitarios, pero encontramos muchos ejemplos también en las democracias occidentales y en las culturas bibliotecarias emergentes del mundo en desarrollo. Los problemas con el criterio, la elección y la interferencia oficial fueron tan graves en la segunda mitad del siglo XX como en cualquier otro momento de la historia. Bajo la amenaza de la aniquilación nuclear, las bibliotecas podían ofrecer un respiro de las preocupaciones cotidianas o ejercer de repositorio para el refuerzo ideológico de las verdades del Este o el Oeste. Fueron tiempos difíciles para los encargados de formar, seleccionar y conservar las colecciones de las bibliotecas, sobre todo cuando hubo que demostrar la vigencia de las bibliotecas y su relevancia en sociedades donde los ciudadanos estaban pegados a las pantallas de los televisores mientras el mundo se tambaleaba al borde de la catástrofe nuclear.

Toda biblioteca es el producto de un proceso de juiciosa selección

El papel de los libros a la hora de hacer desaparecer las preocupaciones o para promocionar el patriotismo ha sido una cuestión marcada por una particular urgencia contemporánea, pero hunde sus raíces en las tensiones sin resolver entre los deseos particulares y las obligaciones del Estado que quedaron al descubierto con los enfrentamientos ideológicos del siglo XX. Para muchos, «censura» no era un insulto, sino la defensa de los valores esenciales perpetuamente amenazados por la sedición, la mala literatura y la pobre selección de los fondos de las bibliotecas públicas.

Bill el grande

La noche del domingo 8 de octubre de 1871, se declaró un incendio en Chicago que cambiaría el rostro de la ciudad. En ese momento, Chicago emergía a toda velocidad como una de las maravillas del nuevo mundo industrial, eje central de la red de transporte transcontinental y centro de distribución de alimentos de un continente hambriento. A pesar de que se trataba de una ciudad difícil, imán para inmigrantes de toda Europa, la riqueza de las élites de Chicago se destinaba a facilitar el equipamiento habitual de la sofisticación metropolitana: iglesias y edificios civiles, la Academia de las Ciencias de Chicago, la Sociedad Histórica de Chicago (que albergaba una colección de más de 165.000 libros) y la Asociación de Bibliotecas de Illinois.

El incendio, que se propagó sin control a lo largo de todo el lunes, barrió cuanto encontró a su paso, incluidas 17.450 viviendas, con lo que 95.000 personas quedaron sin hogar. Casi secundarias ante este enorme sufrimiento humano fueron las pérdidas de las bibliotecas: las estimaciones del momento, que incluyen cincuenta bibliotecas privadas excelentes, sugieren la desaparición de hasta tres millones de volúmenes, una cifra que podría ser conservadora. Los fondos perdidos por los libreros de Chicago estaban valorados en un millón de dólares. Las instalaciones de los editores de nueve diarios y de más de un centenar de publicaciones periódicas quedaron también arrasadas.

La destrucción de Chicago con esta única y salvaje intervención del destino despertó una enorme ola de compasión a ambos lados del Atlántico. Los esfuerzos ingleses se centraron en la creación de una nueva biblioteca pública para Chicago, algo de lo que carecía hasta ese momento. La campaña, presidida por Thomas Hughes, miembro del Parlamento y autor de la famosa novela Tom Brown en la escuela, reunió ocho mil libros, con donaciones de su gran rival, el primer ministro William Gladstone, Benjamin Disraeli y la reina Victoria. La presencia de Disraeli en la lista de donantes es particularmente destacable, dado que, como escritor popular, había sufrido gravemente el desprecio estadounidense por la legislación británica en materia de derechos de autor.

Todas las donaciones provenientes de Inglaterra iban acompañadas de una cuidada etiqueta con una referencia a este acto de solidaridad, todavía más reseñable habida cuenta de que Inglaterra contribuía simultáneamente a la reconstrucción de la biblioteca de Estrasburgo tras el bombardeo alemán. Los libros resultaron todo un éxito entre los usuarios de la biblioteca de Chicago, especialmente entre los coleccionistas de obras con exlibris, pues de los ocho mil libros originales solo han sobrevivido trescientos, a no ser que, como el primer historiador de la biblioteca sugiere con mucho tacto, terminaran todos «desgastados por su uso generalizado».


Este texto es un fragmento de ‘Bibliotecas. Una historia frágil’ (Capitan Swing, 2024), de Andrew Pettegree y Arthur Der Weduwen. 

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