Sociedad

La evolución en la interpretación de los eclipses

Los eclipses, como fenómeno astronómico, llevan fascinando al ser humano desde su origen. Todas las grandes civilizaciones los han estudiado y tratado de explicar, desde la mitología hasta la ciencia.

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30
mayo
2024

Una mañana cualquiera, el sol, radiante en lo alto, comienza a velarse. Los pájaros revolotean nerviosos, los animales se agitan, los campesinos miran al cielo, usando la mano como visera. Cuando se cierne la oscuridad sobrevive un intenso anillo. Pocos minutos después, la luz regresa con idéntica intensidad que al principio.

Los eclipses, aunque más los solares que los lunares, llevan fascinando al ser humano desde su origen. Este fenómeno astronómico ha sido fruto de perversos augurios, señales divinas y profecías milenaristas. Mitos, rituales religiosos, decisiones de gobierno y batallas que han forjado el destino de culturas enteras se han fraguado alrededor de eclipses. De igual manera, su carácter periódico ha invitado a eruditos de todas las épocas y regiones del planeta a estudiarlos y predecirlos para, finalmente, poder explicarlos con rigor.

Una historia de observación y predicción

Nuestro planeta es muy especial por múltiples motivos, pero uno de los que pasan más desapercibidos con frecuencia es que, en realidad, formamos un sistema gravitatorio bastante peculiar. La Luna posee una relación de tamaños significativa respecto de la Tierra, por lo que el centro de masas entre ambos cuerpos celestes no se encuentra en el centro del planeta, sino a algo menos de dos mil kilómetros bajo su superficie. En palabras más profanas, tanto la Luna como la Tierra orbitan ese centro de masas, aunque no lo percibamos.

El destacado volumen y masa de la Luna colabora en varias funciones que garantizan la vida en nuestro planeta. Por ejemplo, en el desplazamiento de la trayectoria de cuerpos como cometas o asteroides que podrían causar grandes catástrofes de verse atraídos por el campo gravitatorio terrestre. Otro efecto visible son las mareas. Por supuesto, en la rotación y traslación de la Tierra y la Luna sobre y entre sí mismas y alrededor del Sol se producen dos tipos de alineación entre estos tres astros: cuando la Luna se interpone entre la Tierra y el Sol, es el eclipse solar, y cuando la Tierra se interpone entre el Sol y la Luna, el eclipse lunar. Si ambos tipos de eclipse no suceden en cada ciclo lunar se debe a que el plano de rotación de la Luna está ligeramente inclinado respecto de la Tierra, por lo que una u otra clase del fenómeno astronómico solo pueden suceder cuando suceda una sizigia (conjunción u oposición, como son el novilunio y el plenilunio) en el momento en que el Sol atraviesa un nodo lunar.

La tradición mesopotámica interpretaba el fenómeno astronómico como un demonio que devoraba un pedazo de nuestra estrella

Pero hasta alcanzar este saber elemental sobre la naturaleza de los eclipses hizo falta mucha historia. Literalmente. Todas las grandes civilizaciones de las que ha llegado a nosotros constancia documental se han preocupado en estudiar los eclipses o, al menos, en tener en cuenta su predicción para fines religiosos y políticos. Las primeras referencias a los eclipses las encontramos en la antigua Babilonia. La tradición mesopotámica interpretaba el fenómeno astronómico como un demonio que devoraba un pedazo de nuestra estrella. Como sucedió con las demás civilizaciones, incluida la nuestra actual, los babilonios aprendieron a estudiar y calcular los eclipses para predecirlos con asombrosa precisión. De igual manera obraron los antiguos chinos: para ellos, el eclipse representaba un signo celestial. El cielo es dador de bienes y de castigos para el ser humano. Por tanto, el eclipse podía ser una señal si venía acompañado de algún fenómeno añadido. Tal era la importancia de su predicción que el primer eclipse que nos ha llegado documentado data del II milenio a.C. por una orden real de ejecución de los astrónomos imperiales, por haber sido incapaces de predecirlo. En Babilonia se conoce otro del siglo IV antes de nuestra era.

Lentamente, el temor y la superstición fueron dando paso a una conciencia predictiva e inocua. El estudio de los eclipses, tanto de los solares como de los lunares, aparejó el desarrollo de la astronomía, el estudio de astros como el Sol y la Luna, y de planetas fácilmente observables de nuestro Sistema Solar, como Mercurio, Venus, Marte o Júpiter. Los antiguos griegos, de hecho, descubrieron el periodo Saros mediante el que afinaron su capacidad para predecir el fenómeno. Heródoto, en su Historia, narra el fin de un conflicto entre lidios y medios a causa de un eclipse que se calcula que ocurrió en el año 585 a.C. El astrónomo y matemático Aristarco de Samos aprovechó un eclipse total de Luna para calcular la distancia entre la Tierra y su satélite en el siglo III a.C. De igual manera, y gracias a la observación de eclipses lunares, Hiparco de Nicea dejó un primer testimonio sobre la precesión de los equinoccios hace dos mil cien años.

Lentamente, el temor y la superstición fueron dando paso a una conciencia predictiva e inocua

De la ciencia moderna a la actualidad

Con el desarrollo de la ciencia, el estudio de los eclipses nos es útil para el estudio del comportamiento y de las circunstancias de ciertos astros desde la superficie terrestre. Por ejemplo, del Sol, de sus ciclos y procesos, en especial antes de que la humanidad comenzase a enviar sondas como la Mariner 10 en 1973. Así, las manchas solares y eventos tan característicos como las «llamaradas» fueron también estudiadas en situaciones de eclipse.

En otros usos, físicos como Richard Dunthorne y Edmond Halley compararon los datos de diversos eclipses conocidos en la historia para determinar que la Tierra o la Luna están variando su velocidad de rotación o de traslación. Aunque hoy sabemos que es la Tierra la que tiende a ralentizar su rotación, Dunthorne y Halley estimaron, en un inicio, que era la Luna la que estaba acelerándose en su rotación. No obstante, el efecto de esta interacción es que el satélite se está alejando de nosotros unos 3,8 centímetros por año.

En un futuro muy, muy lejano, la Tierra perderá a su compañera existencial. Mientras tanto, cuando tengan a la vista un eclipse, sobre todo cuando sea uno solar, protejan su visión y disfruten de este fenómeno astronómico que en nuestro planeta se produce con una belleza que no es posible desde las perspectivas de otros mundos.

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