Educación

«Es alarmante que se siga justificando la violencia contra la infancia como una forma de educación o demostración de autoridad»

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20
mayo
2024

 Su trayectoria laboral abarca diferentes ámbitos, pero todos ellos tienen un horizonte común. Noemí Pereda es doctora en Psicología Clínica, profesora de Victimología de la Universidad de Barcelona y directora del Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GREVIA). Su incansable trabajo en el ámbito del abuso sexual infantil y adolescente la ha convertido en una reconocida profesional que sigue buscando arrojar luz a una temática históricamente relegada a la sombra.


En el estudio Radiografía y prevención de la violencia en adolescentes se observa que la violencia en las relaciones de pareja adolescentes es un problema actualmente y las chicas son quienes más la sufren. Las nuevas tecnologías son un caldo de cultivo para nuevas fórmulas de abuso. El control (impedir la reunión con otras personas o revisar el teléfono móvil) es la principal manifestación. ¿De qué manera podría la educación ayudar a revertir esta situación? ¿Existen otras vías útiles?

Tenemos una responsabilidad como sociedad en la educación afectivo-sexual de la juventud que no hemos asumido. Programas de televisión, vídeos en redes sociales, determinados influencers o letras de canciones dirigidas al público más joven dan una visión de las parejas que los y las adolescentes absorben y aceptan como válida. Una charla en la escuela no es la fórmula para contrarrestar esta influencia que está mucho más generalizada y se dirige a los y las adolescentes a través de los medios que conocen y en los que se sienten cómodos, básicamente internet. O empezamos a entender que la educación no debe centrarse solo en la escuela y en las familias, sino que todos somos garantes de la protección de los niños, niñas y adolescentes o no podremos instaurar modelos efectivos de prevención e intervención ante la violencia.

«La educación no debe centrarse solo en la escuela y en las familias»

En este mismo estudio se expone que las chicas presentan «más probabilidades que los chicos de situarse en el rol solapado de víctimas y perpetradoras en sus relaciones de pareja». ¿Qué significa esto?

Este es un resultado realmente interesante y que se ha visto en otros países europeos. Las chicas reportan ser más víctimas de control, pero también más controladoras con sus parejas. Esto es lo que conocemos como el rol solapado. Los motivos no están claros. Hay teorías que hablan de un concepto de empoderamiento mal entendido, donde asumir el rol de figura controladora puede ser una forma de sentirse la figura fuerte de la pareja. Pero también sabemos que las chicas son más sensibles ante la violencia y es posible que reconozcan mantener estas conductas sin tanto temor a la respuesta social ante la misma. Los chicos saben que reconocer controlar a tu pareja es algo socialmente reprobable y es posible que lo reconozcan en menor medida que ellas, que no temen este rechazo porque en la sociedad ni siquiera se las reconoce como perpetradoras de violencia.

Según datos del Ministerio del Interior, en 2021 se presentaron más de 8.300 denuncias por delitos contra la libertad sexual que tenían como víctimas a niños, niñas y adolescentes, aunque la mayoría de los casos siguen ocultos. También dicen algunos estudios que la mayoría de los abusos infantiles son cometidos por personas cercanas. ¿Cómo se puede explicar esta situación tan perversa?

La idea de que los delitos sexuales son causados por personas desconocidas y externas a la familia es una falsa creencia muy extendida. En la mayor parte de casos, los niños y niñas están a cargo de personas cercanas y con las que mantienen un vínculo de afecto y confianza, por lo que quienes los dañan son estas mismas personas. La idea de que el peligro viene de fuera debe empezar a cambiar porque la mayor parte de formas de violencia contra la infancia son causadas por aquellos que deberían cuidar y proteger a los niños y niñas. Las causas son múltiples. La violencia siempre es multicausal. Existen diferentes variables implicadas que van desde factores personales vinculados a los propios padres o cuidadores, que son las principales figuras abusadoras, a variables de vulnerabilidad en el niño o niña, como su dependencia del adulto, o variables sociales como la visión que se tenga de los derechos de la infancia o la educación afectivo-social. Para luchar contra la violencia sexual contra la infancia hay que sensibilizar, educar, detectar, notificar e intervenir de forma efectiva ante el problema. Y todos tenemos un papel en ello.

«Solo puede reducirse esta desigualdad si los niños y niñas son considerados sujetos de pleno derecho en nuestra sociedad»

¿Cómo se puede desactivar este abuso de poder?

La violencia sexual contra la infancia se basa en la desigualdad de poder entre víctima y victimario, como en todas las formas de violencia. Pero en este caso, esta desigualdad de poder no se basa en el género, como sucede en la violencia contra la mujer, sino en la edad. Los niños y niñas se encuentran en una posición de inferioridad respecto a la figura adulta porque su supervivencia depende del vínculo con sus cuidadores y de que estos u otros adultos los protejan y cuiden. Solo puede reducirse esta desigualdad si los niños y niñas son considerados sujetos de pleno derecho en nuestra sociedad. No es aceptable que se siga justificando el castigo corporal contra los niños y niñas como si fueran ciudadanos de segunda categoría. Si no podemos agredir a un adulto, tampoco deberíamos poder agredir a un niño. Es alarmante que una parte de la sociedad española siga justificando la violencia contra la infancia como si se tratara de una forma de educación o de demostrar autoridad. Sabemos ya que la violencia no educa. Los niños y niñas no son propiedad del adulto, sino que están al cuidado de un adulto y su bienestar depende de este. O empezamos a asumir la responsabilidad que esto implica o siempre situaremos al niño o niña en una posición de inferioridad.

¿Qué se puede hacer –como padres, madres, familiares o personas educadoras– para proteger a la infancia sin caer en la sobreprotección o en la transmisión de un miedo atroz?

La prevención de la violencia sexual contra la infancia no es tan compleja como se supone ni implica alarmar o traumatizar a los niños y niñas. Para empezar, es responsabilidad de los padres o cuidadores establecer una comunicación fluida con los hijos e hijas. Los niños y niñas deben saber que pueden confiar en sus figuras cuidadoras y que si alguien les hace daño se les va a proteger. Es muy importante también enseñarles que tienen derechos. Hay muchos materiales adecuados a su edad que pueden ayudarnos. Y uno de los principales derechos a proteger es el del propio afecto. Los niños y niñas deben poder decidir cuándo quieren mostrar afecto y cuándo no, a quién quieren abrazar o besar y a quién no. Existe un cuento fantástico titulado Ni un besito a la fuerza que enseña este derecho. Este es un primer paso para que si alguien no respeta el derecho del niño al afecto este sepa detectarlo y lo cuente a su figura cuidadora. Pero no puede obviarse la responsabilidad de los propios cuidadores a detectar señales de alerta, a saber lo que es la violencia sexual y que también puede ocurrir en nuestra familia. Y lo mismo sucede con los profesionales del ámbito educativo. Los niños y niñas están en la escuela durante muchas horas y allí pueden mostrar indicadores que los y las profesionales deben conocer. Pero no se trata solo de detectar estos casos, sino que tenemos que asumir también la responsabilidad de notificarlos. Si no notificamos las sospechas que tenemos, el niño o niña seguirá en un entorno de violencia. Existen programas gratuitos de formación en español como el proyecto SAVE.

«Los niños y niñas deben poder decidir cuándo quieren mostrar afecto y cuándo no, a quién quieren abrazar o besar y a quién no»

¿Qué diferencias, en cuanto a percepciones, sintomatología y repercusiones, existen entre la victimización sexual en la infancia y en la adolescencia?

La violencia sexual en la infancia daña al niño o niña en tres áreas fundamentales para un correcto desarrollo. Una es es la confianza en sí mismo, con una baja autoestima, no sentirse merecedor de afecto y cuidados; otra sería la confianza en los demás, no solo en la persona que le ha hecho daño, sino también en todos aquellos que no le protegieron; y, por último, la confianza en el futuro, sin expectativa de cambio o proyección de una vida mejor. Esto supone consecuencias en múltiples áreas de la vida, que perduran, en muchos casos hasta la edad adulta. La victimización sexual en la adolescencia es más frecuente en el entorno online y por parte de la pareja, compañeros y amigos, que en el entorno familiar. Estas formas de violencia también se encuentran asociadas a problemas emocionales y sociales pero si el adolescente tiene un entorno familiar seguro y un vínculo estable con un adulto cuidador, la posibilidad de recuperación es muy positiva.

Si tuviéramos un plan nacional contra el abuso sexual infantil, ¿qué tipo de medidas tendrían que ser las prioritarias?

Es necesaria una campaña de sensibilización social, porque sigue siendo un tema muy desconocido y sobre el que existen falsas creencias. También formar a los y las profesionales en contacto con niños, niñas y adolescentes en la detección y la notificación de estos casos. Educar a los profesionales del ámbito judicial en victimología y, concretamente, en victimología del desarrollo, para que sepan qué esperar de una víctima menor de edad y no revictimizarla en el proceso judicial. Y, naturalmente, implementar la formación afectivo-social en todas las etapas del desarrollo para que los niños y niñas sepan identificar riesgos, valoren la propiedad de su cuerpo y deseo, y se erotice el consentimiento y no la violencia.

¿Cómo crees que tendría que ser la educación afectivo-sexual que llega a los centros educativos?

La educación afectivo-sexual debe ser universal y generalizada en todo el país. No puede depender de una determinada escuela o comunidad sino que tiene que haber un programa formativo creado por un equipo experto y aprobado por el Gobierno, que permita que a todos los niños, niñas y adolescentes se les imparte una educación reglada basada en la evidencia y adecuada para su grupo de edad.

«Las víctimas hablan cuando pueden, no cuando quieren o cuando deberían según las normas jurídicas»

En muchos casos de abuso sexual infantil se tarda en denunciar, porque se necesita tiempo para digerir, valentía para afrontar un proceso judicial… Más de la mitad de las denuncias las interponen las madres. Sin embargo, tal y como refleja la asociación de Mujeres Juristas Themis, se cuestiona el relato de niños y niñas y se cuestiona a las madres. ¿Por qué sucede esto?

Muchos profesionales del entorno jurídico siguen sin estar formados en victimología y, por tanto, no comprenden que las víctimas hablan cuando pueden, no cuando quieren o cuando deberían según las normas jurídicas. La revelación supone un proceso de maduración personal, de superación del miedo al victimario, del sentimiento de culpa, y esto no puede hacerse de forma inmediata, sino que depende en muchos casos de la edad de la víctima y del apoyo que perciba de sus padres o cuidadores. Respecto a las madres que denuncian, debemos tener en cuenta que los estudios académicos llevados a cabo muestran que la gran mayoría de denuncias falsas de victimización sexual infantil se dan en contextos de divorcio conflictivo. Esto no supone que todas las denuncias que se pongan en este contexto sean falsas. Es una interpretación errónea. Pero es un contexto de riesgo y se debe investigar con detalle, no descartar la posibilidad de que se haya producido violencia sexual.

¿El género es un factor importante a la hora de analizar esta realidad?

El género es una variable fundamental porque, más allá de saber que la gran mayoría de perpetradores son hombres, que es un conocimiento constatado en todo el mundo, la violencia sexual, especialmente en la adolescencia, tiene características distintas en función del género de sus víctimas. Así, las chicas sufren más violencia online y por parte de la pareja, pero los chicos reportan formas de violencia sexual más graves, con penetración. Este resultado es relevante para los programas de intervención, donde se tiende a olvidar que los varones también son víctimas y que el patriarcado afecta a ambos géneros. Los chicos son vistos como más fuertes y que pueden soportar formas de violencia sexual más graves, además de que no van a pedir ayuda porque no pueden identificarse como víctimas ya que dañaría su masculinidad.

De alguna forma, el término de víctima da la sensación de alguien sin agencia, que sufre un daño, pero no puede hacer nada frente a esa situación. En algunos ámbitos, como la violencia machista, ha comenzado a cambiar por la palabra «superviviente». ¿Te parece relevante emplear unas palabras u otras?

Hay víctimas que defienden el concepto de «víctima» porque, ciertamente, el reconocimiento social de la victimización es parte fundamental de la reparación del daño. Solo tenemos que pensar en las víctimas de la Iglesia católica y lo que ha costado que se las reconozca como tales. Pero es cierto que muchas víctimas defienden que ya no lo son y que ahora son supervivientes de lo que vivieron en su pasado. Ambos términos son respetables y pueden usarse, ya que ambos tienen sustento en las experiencias de las personas que han vivido una experiencia de victimización.

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