Cultura

La caída del cielo

En ‘La caída del cielo’ (Capitán Swing, 2024), Davi Kopenawa, chamán y portavoz del pueblo yanomami, pinta un cuadro inolvidable de su cultura, pasada y presente, en el corazón de la selva amazónica. Relata su iniciación y experiencia como chamán, así como sus primeros encuentros con forasteros: funcionarios del Gobierno, misioneros, trabajadores de carreteras, ganaderos y buscadores de oro.

Artículo

Fotografía

Fiona Watson, Survival International
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
12
marzo
2024
Davi Kopenawa y los niños de Watoriki, 1990.

Artículo

Fotografía

Fiona Watson, Survival International

Sin que nosotros lo supiéramos, unos extranjeros decidieron remontar los ríos y penetraron en nuestra selva. No sabíamos nada de ellos, ni siquiera por qué querían acercarse a nosotros. Sin embargo, un día llegaron hasta nuestra casa grande de Marakana, en el alto Toototobi. Yo era entonces muy pequeño. Quisieron ponerme de nombre «Yosi». Pero a mí me parecía una palabra muy fea y no lo quise. Sonaba como el de Yoasi, el hermano malo de Omama. Yo pensaba que, con un nombre así, los míos se iban a burlar de mí. Omama tenía mucha sabiduría. Supo crear la selva, las montañas y los ríos, el cielo y el sol, la noche, la luna y las estrellas. Fue él quien, en los primeros tiempos, nos dio la existencia y estableció nuestros hábitos. También era muy guapo. En cambio, su hermano Yoasi tenía el cuerpo cubierto de manchas blanquecinas y no hacía más que maldades. Por eso estaba yo enfadado. Pero aquellos primeros extranjeros se marcharon pronto y su mal nombre se perdió con ellos.

Luego pasó el tiempo y llegaron otros blancos. Estos se quedaron. Construyeron casas para vivir con nosotros. Invocaban cada vez que podían el nombre del que los ha creado. Por eso se convirtieron para nosotros en las gentes de Teosi. Fueron ellos los que me pusieron «Davi», antes incluso de que los míos me hubieran puesto un mote, según la costumbre de nuestros ancianos. Aquellos blancos me dijeron que ese nombre venía de las pieles de imágenes en las que están dibujadas las palabras de Teosi. Era un nombre claro, que no se puede maltratar. Lo he conservado desde entonces.

Antes de que los blancos apareciesen en la selva y se pusieran a repartir sus nombres a diestro y siniestro, llevábamos los que nos ponían nuestros allegados. Entre nosotros, no son ni las madres ni los padres quienes les ponen nombre a los niños.

***

«¡A ellos no les da miedo decir sus nombres y los de sus muertos a diestro y siniestro!»

A veces hablo de esta época de mi infancia para responder a los blancos que me preguntan. No me enfado, porque su pensamiento no sabe nada de todas estas cosas sobre nuestros nombres. ¡A ellos no les da miedo decir sus nombres y los de sus muertos a diestro y siniestro! Para nosotros no es así. Pronunciar el nombre de alguien delante de él hará que se enfurezca inmediatamente, y tras su muerte, su nombre será vetado celosamente por sus allegados. Nosotros somos así. Nos negamos a revelar el nombre de los muertos porque les atribuimos un gran valor. Les tenemos un gran respeto. Por eso pensamos que los blancos disfrutan maltratando a sus propios muertos. ¡Los encierran bajo tierra y los insultan diciendo su nombre cada vez que pueden! ¡Me pregunto cómo pueden derramar lágrimas por ellos después de hacer tales cosas! Nosotros lloramos todos juntos a nuestros muertos durante mucho tiempo, pero sin nombrarlos nunca.

Tras la muerte de mi padre, otro hombre tomó a mi madre como esposa. Yo todavía era un bebé y él me llevó con ella. Este hombre me protegió y me crio. Me alimentó y crecí gracias a los animales que él cazaba, a la miel silvestre que él recogía y a los plátanos y la yuca que él cultivaba. Hoy es muy mayor y vive lejos, en otra casa distinta de la mía. No lo veo mucho, pero lo llevo en mis pensamientos con cariño. A veces voy a visitarlo y le llevo productos manufacturados. También le envío enfermeras blancas para que lo cuiden, y así lo protejo como él hizo conmigo en el pasado. Es un gran chamán y le gusta darnos sus palabras.

***

«Su pensamiento estaba fijo en las mercancías, se enamoraron de ellas como si fueran mujeres hermosas. Pronto olvidaron la belleza de la selva»

Al principio, la tierra de los primeros blancos se parecía a la nuestra y ellos eran tan pocos en número como lo somos nosotros ahora en la selva. Sin embargo, poco a poco su pensamiento se extravió por un camino oscuro y enrevesado. Sus antepasados más sabios, aquellos que Omama había creado y a los que había dado sus palabras, murieron. Sus hijos y sus nietos tuvieron muchísimos hijos. Empezaron a rechazar las palabras de sus ancianos como mentiras y las fueron olvidando. Talaron toda la selva para abrir más y más conucos. Omama había enseñado a sus padres el uso de algunas herramientas de hierro. Pero eso ya no les bastaba. Empezaron a desear el metal más fuerte y afilado, que Omama había escondido bajo la tierra y las aguas. Empezaron a arrancar los minerales del suelo con avidez. Construyeron fábricas para hornearlos y fabricar mercancías en grandes cantidades. Su pensamiento estaba fijo en las mercancías, se enamoraron de ellas como si fueran mujeres hermosas. Pronto olvidaron la belleza de la selva. Se dijeron: «¡Haixopë! ¿Acaso no son nuestras manos buenas para dar forma a estos objetos? ¡Somos los únicos así de ingeniosos! ¡Somos el verdadero pueblo de la mercancía! ¡Podemos ser cada vez más sin que nos falte de nada! ¡Creemos también pieles de papel para intercambiarlas!». Entonces hicieron que el dinero proliferase por todas partes, así como las ollas y las cajas de metal, los machetes y las hachas, los cuchillos y las tijeras, los motores y las radios, las escopetas, la ropa y las chapas. También capturaron la luz de los rayos que caían a la tierra. Estaban muy satisfechos de sí mismos.


Este texto son varios fragmentos de ‘La caída del cielo’ (Capitán Swing, 2024), escrito por el chamán y portavoz internacional del pueblo yanomami Davi Kopenawa, junto con el antropólogo Bruce Albert. El territorio yanomami, entre Brasil y Venezuela, fue oficialmente reconocido y demarcado por el Gobierno brasileño en 1992, gracias a una larga campaña liderada por Kopenawa. Hoy constituye la mayor área selvática del mundo gestionada por un pueblo indígena.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Ajedrez amazónico

Álvaro Fernández-Llamazares

Con más de 350 grupos indígenas, la Amazonía es uno de los grandes bastiones de diversidad cultural del mundo.

La caída de Mujer Celeste

Robin Wall Kimmerer

La científica indígena invita a despertar una conciencia ecológica basada en la escucha del resto de seres vivos.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME