Diez obras maestras de la literatura que te harán reír
Son muchas las obras literarias que han decidido hacer reír a los lectores ante la broma que puede suponer la vida en ocasiones. Obras maestras de la literatura en que el humor es la pieza clave.
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La vida, en ocasiones, puede parecer una broma. Sólo en algunas ocasiones. En otras, sencillamente, se nos revela como una broma infinita, a pesar de su ineludible finitud. Y así, La broma infinita, fue como decidió titular una de sus obras el escritor norteamericano David Foster Wallace, antes de acabar con dicha «broma» ahorcándose, en 2008, a los 46 años de edad.
Mal comienzo para un artículo que pretende hablar de humor en la literatura. O no tanto. Porque Wallace, antes de escribir la que muchos aún consideran su obra magna, regaló a los lectores una de las cimas del humor literario. Nos referimos a Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (1997), un volumen de ensayos donde, el que le da título, supone una pieza de irónica y de comicidad como pocas se han leído. El autor toma en este ensayo el testigo de Hunter S. Thompson para narrarnos las peripecias que le acaecen durante un viaje de crucero por el Caribe. Los excesos de este tipo de viajes dan pie al autor para afilar su sarcasmo.
También con un final suicida, tenemos que hablar del autor de una de las novelas que más ha hecho (y sigue haciendo) reír a lectores de todo el orbe. Nos referimos a John Kennedy Toole, que decidió quitarse la vida a los 31 años de edad, justamente por el estado de ansiedad que le supuso no poder ver publicada La conjura de los necios. En la citada novela, seguimos las andanzas de Ignatius J. Reilly, un joven inadaptado que intenta acceder al mercado laboral que aborrece en la ciudad de Nueva Orleans. El desfile de situaciones hilarantes por las que atraviesa el protagonista supone un ácido retrato de las miserias de la sociedad capitalista. La novela vio la luz en 1980, once años después del suicidio del autor, y se hizo con el Premio Pulitzer tan solo un año después. La vida como broma.
‘La conjura de los necios’ vio la luz once años después de que J. K. Toole se suicidara por el estado de ansiedad que le supuso no ver publicada su obra
Y a broma parece que debía tomarse todo François Rabelais, pedagogo y médico francés que, en el siglo XVI, publicó una obra cumbre del género humorístico. Gargantúa y Pantagruel es, en realidad, una serie de cinco volúmenes que narran las vicisitudes de dos gigantes bondadosos y despiadadamente glotones. Con un lenguaje en exceso escatológico, exuberante y carente de buenos modales, el lector asiste anonadado a una serie de grotescas aventuras cuyo tono viene marcado por la primera frase que exclama Gargantúa al nacer: «¡A beber, a beber!». Todo un festín literario y humorístico.
Tras leer a Rabelais, sorprende que a día de hoy siga molestando el crudo, visceral y obsceno lenguaje que empleó Charles Bukowski en sus novelas. El autor norteamericano, convertido hoy en icono de eso que han dado en llamar «realismo sucio», nos dejó un buen puñado de obras cuyo sarcasmo no deja de ser una bofetada en la cara de las convenciones sociales. En su segunda obra, Factótum (1975), Bukowski disecciona, a través de Henry Chinasky, su álter ego, las ansias por publicar de un escritor que pasa el tiempo que no emplea frente a la máquina de escribir callejeando por los lugares más lúgubres de la ciudad de Los Ángeles. Sus continuas correrías sexuales y alcohólicas son de una jocosidad insalubre y una crudeza entrañable, a partes iguales.
Insalubre debió parecer a los directores de muchos rotativos de la época la novela que publicó el británico Evelyn Waugh en 1938. ¡Noticia bomba! sigue considerándose una de las más feroces sátiras sobre el mundo del periodismo. El protagonista de la novela es enviado, confundido con un famoso escritor, como corresponsal a un estado africano donde una guerra civil está a punto de estallar. La ineptitud del periodista da lugar a un sinnúmero de situaciones hilarantes que, no obstante, logran que dicha guerra larvada sea conocida en medio mundo.
Con un afán menos crítico que Waugh, debió escribir Boris Vian una de sus obras más célebres. La espuma de los días (1947) es considerada por muchos una de las novelas de amor más desgarradoras. Pero no podemos dejar de lado la sonrisa que despierta seguir las aventuras de Colin, Chloé, Alise y Chick en un universo propio dotado de una extravagancia y delirio pocas veces reflejado en la literatura. Inolvidable ese pasaje inicial en que a Chloé le comienza a crecer en su interior un nenúfar. A partir de ese momento, todo está permitido. El uso que Vian hace del lenguaje, como si de una pieza de free jazz se tratase, es exuberante y glorioso, y en ningún momento deja de utilizar sus juegos sintácticos para afilar la ironía y la crítica social más humorísticas.
Un humor más cabal es, sin duda, el que nos ofrece uno de los grandes clásicos de la literatura. Molière, el dramaturgo francés por antonomasia, rubricó su insigne testamento literario con su última comedia, El enfermo imaginario (1673). Tan fabulosa parodia sobre el mundo de los médicos y tan visceral y sarcástico retrato de las personas hipocondríacas tiene mucho que decir aun a día de hoy, que se sigue representando en numerosos teatros del mundo despertando las carcajadas y, también, la profunda reflexión de los espectadores.
Que la vida puede ser una broma es algo obvio, pero nunca está de más leerla como tal para evitar sus reveses.
Otro dramaturgo, español en este caso, al que no debemos olvidar si hablamos de humor, es Enrique Jardiel Poncela (1901-1952). Aparte de novelas, ensayos, guiones cinematográficos y columnas periodísticas, Jardiel Poncela estrenó más de 40 obras teatrales en las que logró que el humor dejase de considerarse un género menor. Porque nadie como él se empeñó en dejar de tratar al público como ignorante para provocar su risa. Su humor, pleno de inteligencia, pone en evidencia las miserias de una sociedad y una época decididamente grises. Sería difícil elegir una sola de sus obras, pero sin duda Los ladrones somos gente honrada puede ser el epítome de su discurso social.
Y de discurso social podría tildarse también una de las obras cumbre del humor en nuestro idioma. En 1991, Eduardo Mendoza, tras haberla publicado por entregas en el diario El País, decide llevar a imprenta Sin noticias de Gurb, que inmediatamente alcanzó un reconocimiento internacional. Es una de las novelas más desopilantes de nuestra literatura, en la que se narran las peripecias de dos extraterrestres en la Barcelona preolímpica, utilizando un magnífico sarcasmo para regalarnos un retrato inigualable del ciudadano actual.
La sociedad es, sin duda, uno de los entes más utilizados en la literatura para emplear el humor. Y la familia, como versión reducida de la sociedad, es lo que decidió ridiculizar el naturalista y escritor británico Gerald Durrell al escribir Mi familia y otros animales (1956). La excentricidad de todos y cada uno de los miembros del núcleo familiar, y su choque con el entorno popular griego, sirven al autor para erigir una obra cumbre del humor literario mediante una autobiografía de sus primeros años de vida.
Que la vida puede ser una broma es algo obvio, pero nunca está de más leerla como tal para evitar sus reveses.
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