Derechos Humanos

Cobalto rojo

El escritor y activista Siddhart Kara recoge en ‘Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes’ (Capitan Swing, 2024) su investigación sobre los abusos contra los derechos humanos que se esconden tras la minería del cobalto en la República Democrática del Congo.

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07
marzo
2024

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Durante gran parte de la historia de la humanidad el cobalto fue poco más que un color. Ya en el Imperio persa y en la dinastía Ming el cobalto se utilizaba para crear pigmentos azules en los cuadros y la cerámica. En la era moderna el elemento ha acaparado una serie de funciones industriales. Se utiliza en la fabricación de superaleaciones para turbinas y motores a reacción; como catalizador para combustibles más limpios; en carburos utilizados para fabricar herramientas para cortar; en materiales usados en cirugías dentales y óseas; en quimioterapias; y en los cátodos de baterías recargables. Dada su amplia gama de usos la Unión Europea ha designado el cobalto como uno de los veinte metales y minerales «críticos», y Estados Unidos como «mineral estratégico». Las iniciativas para garantizar un suministro fiable de cobalto refinado que eluda el monopolio actual de China se han convertido en una cuestión de considerable importancia geopolítica para Estados Unidos y la UE.

Por casualidad geográfica el Cinturón del Cobre de África Central alberga aproximadamente la mitad de las reservas mundiales de cobalto, unos 3,5 millones de toneladas. Aunque esta casualidad pueda ser la responsable de estas enormes reservas de cobalto, no habría crisis de la minería artesanal en la República Democrática del Congo si no existieran importantes yacimientos de cobalto a niveles tan superficiales como para poder acceder con una pala. Según el experto en geología centroafricana Murray Hitzman, la razón por la que los yacimientos de cobre-cobalto del Cinturón del Cobre son tan poco profundos es que se encuentran únicamente en «depósitos estratiformes sedimentados». Este tipo de yacimiento indica que las menas que contienen cobalto se encuentran en capas aisladas de rocas sedimentarias que se depositaron inicialmente en el agua. Este tipo de depósitos son los únicos con potencial para ser empujados hacia la superficie por la actividad tectónica, haciéndolos accesibles a los mineros artesanales. El Cinturón del Cobre de África Central se encuentra casualmente en el extremo occidental de uno de los ejemplos más espectaculares del mundo de esta actividad tectónica: el Rift de África Oriental.

Dada su amplia gama de usos la UE ha designado el cobalto como uno de los veinte metales y minerales «críticos», y EE. UU. como «mineral estratégico»

El Rift es una grieta de 6.500 kilómetros en la superficie terrestre que se extiende desde Jordania hasta Mozambique; está causada por la separación de tres placas, la placa nubia, la placa somalí y la placa arábica. Hace unos ochocientos millones de años la actividad tectónica en la grieta hizo que el agua del océano entrara en una cuenca cerrada en la región del Cinturón del Cobre. La mayor parte del agua oceánica se evaporó, pero parte de los fluidos salinos circularon por los sedimentos de la cuenca, extrayendo de ellos metales como el cobre y el cobalto. En algún momento, hace entre 650 y 500 millones de años, las capas de sal empezaron a desplazarse hacia arriba debido a la acción tectónica, formando diapiros salinos —formaciones rocosas abovedadas en las que un núcleo de roca se desplaza varios kilómetros hacia arriba para perforar la superficie terrestre—. Un proceso similar tuvo lugar a lo largo de la costa del Golfo de Estados Unidos, lo que hizo accesibles a la perforación numerosos yacimientos de petróleo y gas.

Como resultado de los depósitos de agua oceánica y la posterior acción tectónica, las menas de cobre-cobalto de todo el Cinturón del Cobre se encuentran tanto a grandes profundidades como cerca de la superficie. A profundidades inferiores al nivel de la capa freática fluctuante, el cobre y el cobalto se combinan con el azufre en el mineral carrolita, que es la principal fuente del cobalto extraído industrialmente en el Congo. Más cerca de la superficie, el agua se combina con el azufre para crear ácido sulfúrico, haciendo que las menas se «oxiden». Esta oxidación convierte el sulfuro en óxido. El cobalto oxidado se convierte en hidróxido de cobalto en el mineral de nombre heterogenita. Según Hitzman: «Los yacimientos de hidróxido de cobalto de Katanga son únicos. Forman bloques que pueden tener desde decenas de metros a varios kilómetros de longitud que flotan como pasas en un pastel». Los mineros artesanales excavan canales de hasta sesenta metros de profundidad para encontrar estas «pasas» de heterogenita. Uno de los mayores yacimientos conocidos de reservas de cobalto se encuentra bajo un barrio de Kolwezi llamado Kasulo, un delirante centro de excavación de túneles que no se parece a ningún otro lugar del planeta.

El lado oscuro de la revolución EV

El hecho de que en la RDC el cobalto se encuentre en yacimientos de enormes dimensiones, poco profundos y de alta ley explica el lado de la oferta en la ecuación que se desarrolla en las provincias mineras del país. El lado de la demanda está determinado por el hecho de que este metal se utiliza en casi todas las baterías recargables de iones de litio del mundo. El desarrollo de este tipo de baterías se remonta a la década de 1970 en Exxon, durante la época del embargo petrolero de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), cuando se estaban explorando fuentes de energía alternativas. Sony produjo las primeras baterías de iones de litio a escala comercial a principios de la década de 1990, cuando se utilizaban principalmente para la electrónica de consumo a pequeña escala. El mercado de las baterías de iones de litio recibió su primera sacudida al alza con las revoluciones de los teléfonos inteligentes y las tabletas. Apple presentó el iPhone en 2007, y los smartphones Android se lanzaron en 2008. Desde entonces, se han vendido miles de millones de teléfonos y cada uno requiere unos gramos de cobalto refinado en su batería. Una erupción similar de aparatos tuvo lugar en el mercado de las tabletas. Apple lanzó el iPad en 2010, seguido poco después por el Galaxy Tab de Samsung. Se han vendido miles de millones de tabletas, cada una de las cuales requiere hasta treinta gramos de cobalto en su batería. Si añadimos los ordenadores portátiles, las motos y bicicletas eléctricas y otros dispositivos electrónicos recargables, la cantidad total de cobalto que necesitan asciende a decenas de miles de toneladas al año (sin incluir los que tienen cuatro o más ruedas).

El lado de la demanda está determinado por el hecho de que este metal se utiliza en casi todas las baterías recargables de iones de litio del mundo

Sin embargo, en el mercado de los vehículos eléctricos es donde realmente se ha disparado la demanda. El primer vehículo eléctrico recargable se inventó en la década de 1880, pero hasta principios del siglo xx no se fabricaron vehículos eléctricos a escala comercial. En 1910 alrededor del 30% de los coches de Estados Unidos funcionaba con motores eléctricos. Si la tendencia hubiera continuado, todos viviríamos en un planeta más limpio y fresco. En cambio, los motores de combustión interna pasaron a dominar el siglo siguiente de la industria automovilística, algo que se explica por varias razones. En primer lugar, el Gobierno de Estados Unidos realizó grandes inversiones para ampliar la infraestructura viaria a partir de la Federal Aid Road Act de 1916. Conducir por todo el país requería una autonomía mayor que la que podía alcanzar la tecnología de los vehículos eléctricos de la época. Además, el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo en Texas, California y Oklahoma abarató mucho el funcionamiento de los coches de combustión interna.

Los vehículos eléctricos quedaron relegados a un nicho de mercado hasta que el impulso a las fuentes de energía renovables a partir de 2010 condujo a su renacimiento. Este se aceleró tras el Acuerdo de París de 2015, en el que 195 países acordaron el objetivo común de mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 grados Celsius con respecto a los niveles preindustriales. Para lograr este objetivo, para el año 2024 las emisiones de CO2 deben reducirse al menos un 40% por debajo de los niveles de 2015. Dado que aproximadamente una cuarta parte de las emisiones de CO2 son generadas por vehículos con motores de combustión interna, la expansión del transporte impulsado por baterías constituye la única solución.

En 2010 solo circulaban diecisiete mil vehículos eléctricos en todo el mundo. En 2021 esa cifra se disparó hasta los dieciséis millones. Cumplir los objetivos del Acuerdo de París requeriría al menos cien millones de vehículos eléctricos en uso para 2030. En 2017 se puso en marcha una campaña aún más ambiciosa llamada EV30@30, con el objetivo de acelerar el desarrollo de vehículos eléctricos y alcanzar una cuota de mercado del 30 por ciento de ventas en 2030. El objetivo EV30@30 requeriría un parque mundial de 230 millones de coches eléctricos para 2030, lo que supone multiplicar por 14 las cifras de 2021. Las ventas de vehículos eléctricos podrían acabar siendo incluso mayores, ya que veinticuatro países se comprometieron en la COP26 a eliminar por completo la venta de coches a gasolina para 2040. Se necesitarán millones de toneladas de cobalto, lo que seguirá empujando a cientos de miles de mujeres, hombres y niños congoleños a peligrosos pozos y túneles para satisfacer la demanda.


Este texto es un fragmento de ‘Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes’ (Capitán Swing, 2024), de Siddhart Kara

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