Sociedad

Catalina de Aragón: una reina entre dos mundos

Gracias a sus dotes diplomáticas y su refinada cultura, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, fue reconocida como una de las soberanas más importantes de Europa. Sin embargo, su turbulento matrimonio con Enrique VIII la llevó al destierro y a la rivalidad entre los reinos españoles y británicos.

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08
marzo
2024

Cuando nació Catalina de Aragón, su destino fue trazado por el signo diplomático de su padre: sería reina, un peón sacrificable en la silenciosa partida europea que libraban los varones. Sin embargo, el destino tenía preparado para ella un papel de mayor protagonismo. Culta, buena conversadora y preocupada por los asuntos de Estado, Catalina se convirtió en reina consorte de Inglaterra en su segundo matrimonio con Enrique VIII. Terminó sus días encarcelada, y su causa unió a protestantes y católicos contra la impudicia de un monarca que llegó a crear su propia escisión del cristianismo, la Iglesia anglicana, para poder divorciarse de Catalina.

Nació en diciembre de 1485 en Alcalá de Henares. Hija de los Reyes Católicos, fue prometida con apenas 3 años de edad a Arturo Tudor, futuro heredero al trono inglés. Aprovechó su exquisita formación para forjar su carácter intelectual y un poderoso ánimo político que, llegado su momento, la convirtió en una joven decorosa y admirada por reyes, nobles y sabios.

Cuando cumplió 15 años, fue enviada a Inglaterra. En 1501, Catalina y el príncipe Arturo se desposaron en la Catedral de San Pablo. Sin embargo, la inicial felicidad de los dos jóvenes se desvaneció cuando unos meses después ambos contrajeron la enigmática enfermedad del «sudor inglés» y Arturo falleció. Ni el trono inglés ni los Trastámara pasaban precisamente por su mejor momento. Los Tudor, de la Casa de Lancaster, gobernaban como resultado de la Guerra de las Dos Rosas, y su poder se sostenía con fragilidad. Por otro lado, la muerte de Isabel la Católica hizo perder valor al matrimonio. No obstante, el rey inglés encontró una solución: que Catalina se desposara con Enrique, el nuevo heredero del trono y un lustro menor que ella, ya que su anterior matrimonio no había sido consumado.

Su suegro no podía permitirse devolver parte de la dote que había recibido del rey aragonés por el matrimonio. La boda con Enrique debía esperar hasta que este tuviese una edad apropiada. Mientras tanto, Catalina fue recluida en Londres. Dedicó su tiempo a la oración, a escribir e interesarse por causas intelectuales, además de buscar la manera apropiada de conseguir dinero con el cual mantener a sus doncellas. De esta manera, se convirtió en embajadora, la primera de la historia europea moderna.

En 1509, Catalina se casó con su nuevo prometido y ese mismo año fueron coronados reyes de Inglaterra. Catalina y Enrique intentaron tener descendencia, pero la fortuna, o el destino, no fue grato para la pareja: de los seis embarazos que tuvo la reina, solo sobrevivió María, quien se habría de convertir en la famosa Bloody Mary.

Como gobernadora del reino, apostó por la mejora de la educación y la participación de las mujeres

El mayor logro de Catalina fue conquistar el corazón de los ingleses. Durante toda su vida apoyó las ideas renacentistas y el progreso filosófico y científico. Piadosa, aglutinó el apoyo de la Iglesia. Sus dotes diplomáticas y su refinada cultura la convirtieron en, quizá, la soberana más importante de la Europa de su tiempo. A las obras de caridad y mejora de la vida de sus súbditos se sumó su implicación bélica en la defensa de su reino contra Escocia, partiendo ella misma a liderar las tropas estando encinta de un hijo que perdió durante aquellos meses. Desde 1513, Catalina fue nombrada gobernadora del reino. Además, apostó por la mejora de la educación y la participación de las mujeres en los asuntos reservados a los varones.

La presencia de Catalina destacó al frente de la corona inglesa. Con la visita a la corte de su sobrino, el emperador Carlos V, la potestad de Enrique VIII, quien además se había centrado en cuestiones de política exterior, quedó ensombrecida.

A partir de 1525, los acontecimientos se aceleraron. El rey quedó prendado de Ana Bolena, dama de compañía de Catalina. Al mismo tiempo, vio la oportunidad de quitarse de en medio a su esposa, con la que no había conseguido engendrar un varón. Enrique VIII buscó por todos los medios una nulidad matrimonial basada en la acusación sin pruebas de que su matrimonio fue consumado por su hermano Arturo. Sin embargo, ni la Santa Sede ni sus propios consejeros, como el obispo John Fischer, le permitieron la disolución. El rey decidió en 1534 crear su propia iglesia, la anglicana, para legitimar su divorcio y poder casarse oficialmente con Ana Bolena, con quien se desposó en secreto. Hasta su fallecimiento, Enrique VIII se llegó a casar ocho veces más.

Por su parte, Catalina fue desterrada a diferentes lugares del país. Pasó por el castillo de More y luego por el de Kimbolton, entregada a la oración, a la lectura y a escribir a diversas amistades, eruditos europeos a los que había prestado mecenazgo mientras fue reina, como es el caso de Erasmo de Rotterdam, y familiares como su sobrino Carlos V o su hija María, a la que se le impidió ver. Ni Catalina ni María reconocieron jamás a Bolena como reina.

El temor a que el emperador Carlos o sus contactos católicos y enemigos de los Tudor pudiesen iniciar una guerra civil con el apoyo militar de los ejércitos españoles dispusieron que Enrique VIII la pusiese bajo cautiverio, ya despojada de su potestad real. Catalina de Aragón falleció en 1536, se desconoce si de muerte natural o envenenada, con la única compañía de una de sus más fieles damas, María de Salinas.

Desde entonces, los reinos españoles y británicos iniciaron una rivalidad manifiesta que duró casi 300 años. María I, su hija, intentó restaurar el catolicismo y hacer una limpieza confesional en el país que le hizo valer el sobrenombre de «sanguinaria». Sin conseguir engendrar ningún heredero, su media hermana Isabel, la Reina Virgen, le sucedió en el trono, dedicándose con celo a su reinado e inaugurando una era de esplendor para los isleños.

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