Cultura

Nemo, entre el anarquismo, la utopía y la venganza

De la infinidad de personajes fascinantes que nos brinda la literatura, en este artículo ponemos el foco en el capitán Nemo, protagonista de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, un personaje hipnótico, oscuro y ambivalente.

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19
febrero
2024

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La literatura nos ha regalado personajes fascinantes, bien por su coraje, su villanía, su arrojo, su espíritu aventurero, bien por su inteligencia o magnetismo: Shylock, el avaro protagonista de El mercader de Venecia; Funes, el memorioso; Jean Valjean, de Los miserables; Sherlock Holmes, Alonso Quijano, Alicia y su experiencia casi lisérgica en el País de las Maravillas, Drácula; Elizabeth Bennet y su orgullo prejuicioso… De los muchos que podrían integrar por méritos propios esta lista nos quedamos con uno de ellos, un inquietante marino de una nave perfecta. Hablamos, claro, del capitán Nemo y su Nautilus, ese juguete manejado al antojo de su autor.

Protagonista de Veinte mil leguas de viaje submarino, la novela más extensa, meticulosa y difícil de Julio Verne, que avanza a golpe de prolijas (y obsesivas) descripciones y no tanto como narración clásica, el capitán Nemo resulta un personaje hipnótico, oscuro, ambivalente. Su genialidad para construir una nave tan impecable en su funcionamiento como acogedora en sus instancias (contiene una espléndida biblioteca con doce mil volúmenes) queda oscurecida cuando el lector va averiguando que lo que le mueve es un odio implacable a la civilización occidental. En Nemo se solapa el más refinado espíritu ilustrado con una de las pasiones más violentas, la venganza. El Nautilus es, al tiempo, símbolo del hogar y alegoría de la opresión que conduce al capitán, la caverna. En ella, lo único femenino es la nave misma, pese a lo masculino del nombre. Por cierto, Nemo significa «nadie», es un hombre sin nombre, un monstruo, como Frankenstein (que nos recuerda que una de las cosas que nos hace humanos es, precisamente, el nombre). Su identidad es la ausencia de la misma. Como el nombre que le grita Ulises a Polifemo cuando este le pregunta: «Me llamo Outis», que en griego significa eso mismo, nadie. Cuando Nemo conquista el Polo, clava una bandera con su inicial, N, bordada en oro. Una bella manera de decirnos que la tierra no nos pertenece.

En Nemo se solapa el más refinado espíritu ilustrado con una de las pasiones más violentas, la venganza

Nemo es un hombre refinado, exquisito en modales, culto. También sombrío y amenazador. Se ha exiliado del mundo (incluso de la tierra de los hombres, puesto que su patria son las profundidades del mar) convirtiéndose en un misántropo. Recorre el fondo abisal para recrear su interés científico, ayuda a los revolucionarios griegos en su lucha por la independencia de Turquía, y sacia (momentáneamente) su sed de venganza hundiendo aquellos navíos con bandera inglesa.

¿Por qué actúa así? Basta seguir leyendo para conocer su pasado y entenderlo. Nemo fue el príncipe de Dakkar, sobrino de Tipu Sahib (un mandatario real del XVIII). Pese a haber sido educado en Europa, vivía conforme a los valores de su cultura. Odia a Inglaterra por esclavizar a su pueblo y haber asesinado a su mujer y sus hijos durante la rebelión de la India (en 1857, que acabó con el imperio mongol). Por eso decide construir el Nautilus, esa nave que se confunde con un leviatán, y embarcarse para siempre: «El mundo se acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por vez primera bajo las aguas». La tripulación que lo acompaña se parece más a una corte de autómatas leales que a humanos, aunque no dudan en dar la vida por otro cuando es necesario. «Es algo normal, somos hermanos», nos explica Nemo.

Feroz enemigo del imperialismo, partidario de la tecnología, creador de un mundo (por pequeño que resulte el Nautilus) utópico, autosuficiente, nómada, algunas de sus palabras se aproximan a un cierto aliento anarquista: «He roto por completo con la sociedad debido a razones que tan solo a mí me incumben. No estoy sometido, por lo tanto, a ninguna de sus reglas». Esa autonomía radical, única, esa libertad soberana acaso sea uno de los rasgos que más nos cautivan de este personaje, que brilla frente a los tres náufragos que recoge: el sabio profesor Aronnax, el conformista Conseil y el indómito Ned Land. «¡Soy el derecho, soy la justicia!», les proclama Nemo a sus huéspedes. Pero no le basta esa utopía. Debe usarla para destruir otra (la utopía imperialista).

La ría de Vigo aparece descrita en el capítulo VIII de la segunda parte de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’

Es curioso que Veinte mil leguas de viaje submarino se publicase como obra completa por primera vez en España en 1896, traducida por Vicente Guimerá para el impresor Tomás Rey y Cía. No es el único vínculo de la novela con lo ibérico: la ría de Vigo aparece descrita en el capítulo VIII de la segunda parte del libro. Hasta esa ría llega Nemo buscando los tesoros que los galeones españoles de la Flota de la Plata (destruidos en la batalla del año 1702 contra ingleses y holandeses) diseminaron en el fondo del mar.

El Nautilus se convirtió en la tumba de Nemo. Nos lo cuenta Verne en La isla misteriosa. Muere Nemo. «Muero de haber creído que un hombre puede vivir solo». Acaso faltó en su espléndida biblioteca un ejemplar de John Donne para recordarle que «Ningún hombre es una isla».

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