Pensamiento
Karl Popper y el sinsentido de la historia
El filósofo austro-británico centró buena parte de su investigación en estudiar los límites de la ciencia y de la capacidad humana para generar conocimiento y verdad. En esa búsqueda, Popper confrontó a los historicistas defendiendo que la Historia es, en sí misma, impredecible bajo una única teoría o sistema.
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Guerras, revueltas, golpes de Estado y cambios súbitos de formas de gobierno. Países que son ocupados y otros que son disueltos. Los grandes imperios, creciendo y decreciendo, como un animal respirando. Mientras el tiempo discurre en su lento devenir, los miles de millones de seres humanos que hemos habitado este planeta perseguimos idénticos propósitos: tener una larga y saludable vida con cierta confortabilidad. Los demás retos son secundarios, promesa del carácter y de las circunstancias. ¿Hay acaso alguna ley natural, fuerza o mano invisible que escriba los capítulos de la historia humana?
El filósofo austrohúngaro –nacionalizado británico– Karl Popper (1902-1994) destinó buena parte de sus esfuerzos filosóficos en desentrañar si la historia, como objeto de estudio, podía constituirse como una disciplina científica. Es decir, si era posible la aplicación del método científico, interpretar una serie de datos y llegar a formular conclusiones y teorías que permitiesen predecir acontecimientos. De ser posible, y de conseguirlo, tendríamos el mapa del futuro a merced de la razón. Sin embargo, el pensador tenía motivos para justificar el proceso contrario: para él, la historia era un sinsentido. Y tenía motivos de peso para defender su postura.
La historia, ¿ciencia o literatura?
El fundador del falsacionismo y gran defensor del liberalismo democrático publicó en 1934 la primera de sus grandes contribuciones a un campo de la filosofía, que comenzó a ganar protagonismo a comienzos del siglo pasado, La lógica de la investigación científica. Había dado inicio así la gran preocupación del vienés: ¿cuáles son los límites del método científico (y, en consecuencia, de la ciencia en sí misma)? ¿Puede existir conocimiento más allá de la ciencia? ¿Y es posible que la metodología científica pueda albergar evolución a lo largo del tiempo? El intento de respuesta a estas preguntas es el llamado «criterio de demarcación».
En ciencia no existen las verdades inamovibles, sino propuestas de explicación de cómo funciona el mundo que somos capaces de percibir
Popper intentó, en un primer paso, establecer un criterio que permitiese analizar si las diferentes cuestiones pueden ser objeto de estudio o no de la ciencia, y para ello debe existir una condición sine qua non: que las proposiciones que emerjan del estudio de ese objeto de conocimiento sean refutables, o dicho con otras palabras, que puedan ponerse a prueba mediante análisis de algún tipo, experimentos, pruebas y ensayos, elaborados conforme a la metodología científica, al margen de su pervivencia como una verdad potencial. Porque en ciencia no existen las verdades inamovibles, sino propuestas de explicación de cómo funciona el mundo que somos capaces de percibir.
Y así llegamos a la cuestión de la historia. Karl Popper tenía orígenes judíos, aunque mantuvo en vida una postura agnóstica, un dato clave para entender su acercamiento a la disciplina histórica. Para el pensador, la cosmología –estudio de las causas y efectos que rigen el mundo físico– es la ciencia fundamental. Todas las demás, como la filosofía, la física, la química, la biología y la astronomía, como disciplinas que a lo largo del tiempo han ido revelándose como troncales para los progresos del conocimiento humano, son enfoques válidos que intentan resolver la propia cosmología. La historia, en este sentido, debería explicar el devenir de los acontecimientos humanos, cómo se desenvuelven y de qué manera unos fenómenos, por complejos que sean, dan lugar a otros. Al respecto, el movimiento historicista, que sostiene que toda la realidad es producto del devenir histórico, ha tenido diferentes representantes y enfoques desde el siglo XIX, como es el caso de Leopold von Ranke, fundador de la historia como disciplina positivista, Benedetto Croce, Wilhelm Dilthey o, por supuesto, Karl Marx, entre otros.
Popper había manifestado su crítica al marxismo y a los totalitarismos en su ensayo La sociedad abierta y sus enemigos, escrito durante su exilio en Nueva Zelanda y terminado en 1945. Asimismo, veía peligrosa la idea hebrea del «pueblo elegido», como traspuso en otras concepciones, a su juicio, paralelas, como la «clase elegida» marxista o la «raza elegida», en tanto a considerada como superior a las demás, por la ideología nacionalsocialista y ciertas corrientes del idealismo alemán surgidas del pangermanismo gestado desde tiempos de Hegel y Fichte. Un planteamiento que recuerda más a la estrecha relación entre «teología» e «ideología» que a unos sistemas de pensamientos con fundamentos sólidos, es decir, más a fábula basada en acontecimientos reales del pasado que a un estudio científico de esos mismos hechos.
Intentando resolver la cuestión historicista
Popper sostuvo que no era posible realizar previsiones de futuro, más aún esencialistas
Hubo que esperar hasta 1956 cuando Popper publicó La miseria del historicismo como exégesis del movimiento. En un gesto de tenaz cinismo, el filósofo dedica el libro a aquellos que cayeron víctimas de «las leyes inexorables del destino histórico». Popper descarta, primero, cualquier metodología historicista que niegue la metodología científica. De entre las que sí lo aceptan, el pensador criticó el método holístico, que consiste en el estudio de la evolución histórica de las sociedades para buscar su «esencia». Para Popper, este planteamiento equívoco conduce al idealismo, a los nacionalismos y al totalitarismo al atribuir un «destino» manifiesto a un pueblo determinado. O visto desde otro prisma, Popper sostuvo que no era posible realizar previsiones de futuro, más aún esencialistas, cuando los acontecimientos históricos son multifactoriales por naturaleza, lo que los hace únicos. La historia, como disciplina, ha de dedicarse a estudiar el pasado. Pero por sí misma no puede ofrecer teorías y postulados que, con base científica, permitan establecer previsiones precisas, tampoco refutarlos. En otras palabras, los acontecimientos históricos son demasiado complejos para determinarlos bajo planteamientos, en comparación, simplistas.
De igual manera, el historicismo carecería de sentido bajo el análisis de Popper. Sí lo tiene, en cambio, el estudio de la historia como el análisis del pasado desde una perspectiva científica, persiguiendo la mayor objetividad posible y aplicando su teoría de la falsabilidad para elegir los análisis y enfoques que más certeramente expliquen y sean capaces de prever los nuevos descubrimientos del pasado en conjunción con otras ciencias como la sociología, la arqueología y la antropología, por ejemplo, que es la perspectiva actual bajo la que se rigen los buenos historiadores. Porque todo lo demás es cuento.
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