Sociedad

El imperativo de la amistad: ¿se puede ser feliz sin amigos?

Es indudable que la amistad es un tipo de relación que aporta múltiples beneficios. Pero, ¿qué ocurre cuando alguien lo vive como una obligación y, aun así, no logra hacer verdaderos amigos?

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16
febrero
2024

Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Nadie se atrevería a poner en duda ese refrán, porque basta con experimentar la amistad para comprobar que, efectivamente, es de lo mejor que hay. Un amigo nos entiende, nos apoya, nos divierte, nos enseña cosas y hasta mejora nuestra salud. Pero, sobre todo, compartir momentos con un buen amigo es una fuente de placer inagotable.

Sobre los beneficios de estar bien acompañado hay millones de evidencias, aunque es posible que la amistad se ensalce más de lo que se práctica, sobre todo a medida que uno va entrando en la madurez y todo parece más urgente (el trabajo, la salud de los padres, el bienestar de los hijos, el tiempo con la pareja, las innumerables tareas que hay que atender), de forma que dedicar largas horas a charlar despreocupadamente con alguien a quien no nos unen lazos de sangre es visto por parte de la población como un lujo vacacional o una reminiscencia adolescente.

En cualquier caso, las ventajas de contar con amigos (basta con uno o dos, pero de calidad) están más que avaladas por la ciencia: tener relaciones significativas con otras personas es una satisfacción por sí misma, pero además de contribuir a que seamos más felices, también nos hace tener mejor salud, vivir más años o ganar más dinero.

Dedicar largas horas a charlar despreocupadamente con un amigo es visto por algunos como un lujo vacacional o una reminiscencia adolescente

Por poner solo un par de ejemplos: un artículo publicado en The American Journal of Psychiatry en 2020 concluía que el primer factor de protección contra la depresión es contar con gente en la que confías. También protege contra la ansiedad: en un momento de estrés, hablar con un amigo cercano baja la tensión arterial, mientras que hablar con un amigo ambivalente no tiene ese efecto. Otro estudio de la Brigham Young University determinó que el aislamiento social incrementaba el riesgo de muerte, siendo un factor similar al tabaco o al alcohol, y superior al sedentarismo o la obesidad. Por el contrario, contar con conexiones sociales fuertes, alargaba la vida.

Según el Estudio sobre confianza en la sociedad española de BBVA, en nuestro país tenemos 7,9 amigos de media por persona. Pero no todos contribuyen a nuestra felicidad (y salud) de la misma manera: los que más influyen en nuestros niveles de felicidad son los que consideraríamos nuestro círculo cercano o mejores amigos.

Esto es algo relevante porque en ocasiones puede parecer que si no tenemos un grupo amplio de amistades algo falla en nosotros. Enumerar las virtudes de la amistad puede hacer sentir aún más solo a quien no tiene facilidad para conectar con otras personas. Y, lo que es peor, puede llevarle a tratar de encajar a toda costa. Y forzar una amistad es aún más doloroso que no tenerla en absoluto.

Se trata de un problema habitual en la adolescencia, cuando la pertenencia al grupo es clave para la construcción de la propia identidad, pero que a menudo trasciende esta época vital. Tanta loa a la amistad puede contribuir a que las personas se sientan obligadas a mantener relaciones que ya no sienten como verdaderas, culpabilizándose y convirtiendo lo que debería ser un deleite en una fuente de resentimiento. La amistad, mal entendida, también puede ser muy perjudicial, pero es que ese tipo de relaciones que provocan malestar no son en realidad amistad. Basta con ver la primera definición de la RAE: si el afecto no es puro, desinteresado y recíproco, entonces no deberíamos hablar de amistad. Utilizar la expresión «buena amistad» es redundante, pero desde Aristóteles, se ha diferenciado en muchas ocasiones entre la amistad por utilidad y la amistad por carácter. Convengamos ya en que solo la segunda es merecedora del término.

Forzar una amistad es aún más doloroso que no tenerla en absoluto

Si nos comparamos constantemente con quienes nos rodeamos, si para sentirnos aceptados por el grupo necesitamos fingir o amoldarnos siempre a los demás, si quedar con otras personas nos supone una fuente de estrés o sentimos que la relación no es simétrica… es preferible elegir la soledad. Por otro lado, aunque aislarlas no es una solución, las personas con malos hábitos pueden ser nocivas para aquellos con riesgo de caer en las mismas prácticas (la depresión, las adicciones o los comportamientos violentos pueden ser contagiosos).

Tener amigos sin duda es positivo. Pero eso no significa que sea imprescindible para nuestra supervivencia. Y hay opiniones encontradas sobre si es fundamental para lograr una vida plena. El psiquiatra Daniel Mason asegura que necesitamos interactuar con otros, pero no es preciso que esas relaciones alcancen más que un nivel básico de conexión.

La profesora de psicología de Yale Laurie Santos, por su parte, afirma en una entrevista que la gente con soporte social es más feliz, pero también explica que simplemente entablar una conversación de 10 minutos con un desconocido mejora tu bienestar, aunque sus ventajas estén lejos de las que aporta contar con un apoyo emocional estable.

Lo que sí es fundamental es desestigmatizar a quienes no consiguen mantener un grupo de amigos y para quienes, a veces, lo peor no es la ausencia de conexiones sociales, sino la sospecha de que algo debe fallar en ellos para no conseguir algo tan básico como ser apreciado por los demás.

Dicho esto, aunque no conviene flagelarse, sí que puede venir bien un poco de reflexión. Es posible no tener amigos en un momento determinado de la vida por mala suerte, un entorno desfavorable u otras circunstancias, pero no hay que renunciar a cualquier relación significativa. Si uno se siente solo y no consigue mantener amistades a largo plazo, puede ser necesario solicitar ayuda a un profesional para efectuar cambios que faciliten el desarrollo de vínculos, y poder así disfrutar de los placeres de una buena amistad.

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