Innovación
El desafío del humanismo digital: entre la fascinación y la conciencia colectiva
Para abordar el rol humanista que la inteligencia artificial necesita jugar, debemos empezar por la base y plantearnos si estamos cometiendo el error histórico de considerar a la IA como una nueva inteligencia.
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No es ninguna novedad escribir sobre inteligencia artificial. De hecho, existen ya infinidad de artículos que tratan de describir este fenómeno que ha irrumpido en nuestras vidas de manera irreversible. Sin embargo, ante la vorágine de contenidos y la vertiginosa velocidad del cambio, es imperativo que nos detengamos y reflexionemos sobre el papel que, como seres humanos, debemos desempeñar en esta revolución tecnológica.
Para abordar precisamente ese rol humanista que la inteligencia artificial debe jugar, debemos empezar por la base y plantearnos si estamos cometiendo el error histórico de considerar la IA como una nueva inteligencia.
Los campos de la antropología y la biología evolutiva nos muestran que el desarrollo de la inteligencia en el homo sapiens no puede separarse de aquello que nos diferencia de otras especies: el elemento social. Además, es esencial recordar que la inteligencia artificial no equivale a conciencia artificial; las máquinas carecen de ese elemento fundamental que conforma los límites éticos de nuestra inteligencia y sus aplicaciones: la conciencia.
Las máquinas carecen de ese elemento fundamental que conforma los límites éticos de nuestra inteligencia y sus aplicaciones: la conciencia
A pesar de que existe un consenso común social de que la IA se ha consolidado como una nueva fuerza transformadora, estos puntos de partida hacen que la dualidad de posturas sea más que evidente. Existe un tecno-pesimismo evidenciado. Recordemos el ejemplo de hace meses de la carta firmada por más de 1.000 personas —incluidos el empresario Elon Musk o el cofundador de Apple, Steve Wozniak, entre otros directivos— planteaba que «los sistemas de inteligencia artificial pueden suponer un profundo riesgo para la sociedad y la Humanidad».
Mientras, como contrapunto, grandes empresas tecnológicas como Google lideran la carrera por la IA, lanzando un mensaje evangelizador a favor de la nueva tecnología y su papel de «hacer del mundo un lugar mejor».
¿Quién tiene la verdad? Citando al aclamado Aristóteles, «en el término medio está la virtud». Debemos saber distanciarnos del estado de éxtasis y fascinación presentados por la inteligencia artificial. El equilibrio entre la cautela y la apertura a la innovación es fundamental.
Al igual que existen infinitas razones por las que se ha extendido y generalizado esa preocupación social con la llegada de la IA, hay muchas otras para pensar que conlleva un incalculable valor.
La IA empresarial aporta valor al automatizar tareas, analizar datos complejos, personalizar productos y servicios, optimizar procesos y campañas, y detectar nuevos nichos, entre otras funciones. De hecho, en España, el 31% de las empresas utilizan IA, con un crecimiento proyectado anual del 19,7% hasta 2027.
Pero más que de compañías, me interesa más hablar de cómo está afectando a las personas. Sin ir más lejos, situaciones reales de nuestra rutina nos están permitiendo palpar el gran papel que tiene ya la inteligencia artificial y cómo las personas, esas que a veces denostamos tanto su papel, nos lucramos de su valor.
El humanismo digital se ha erigido como una guía para entender y gestionar el impacto de la inteligencia artificial en nuestras vidas.
Un ejemplo rápido. Hace unas semanas, acudí al hospital por lo que yo creía que era un simple catarro. Gracias a la inteligencia artificial disponible en el hospital, compararon mis síntomas y los resultados de mis pruebas con otros registros previos y me diagnosticaron una bronquitis. La IA no hizo magia ni me curó. Fue el personal médico quien, haciendo uso de herramientas innovadoras y poderosas, lograron un diagnóstico preciso de una manera rápida y efectiva. Aunque pueda parecer un ejemplo sencillo, ilustra la convivencia que necesitamos impulsar y visibilizar, la de la IA como una herramienta a nuestra disposición.
Precisamente esta coexistencia nos permite adentrarnos en un mundo, desde mi punto de vista, apasionante. El humanismo digital se ha erigido como una guía para entender y gestionar el impacto de la inteligencia artificial en nuestras vidas. Un movimiento que busca integrar la tecnología sin perder de vista los valores, derechos y necesidades sociales que definen nuestra esencia humana.
Sin embargo, la humanización de la tecnología se enfrenta a dos grandes retos. Por un lado, el de la formación: educar a la sociedad para que tengan una visión real y puedan formar una opinión sobre la causa. Y, por otro, el de la regulación. Citando a José María Lassalle, «necesitamos un marco ético y legal que oriente la revolución digital hacia la libertad y el bienestar humano». La dificultad para los reguladores, además de la mera comprensión del campo a nivel técnico y científico, radica en el reto de regular hoy unos desarrollos que no sabemos qué forma y manifestaciones tendrán mañana.
Somos nosotros, como seres humanos, quienes tenemos el control y la responsabilidad de guiar esta revolución tecnológica hacia un mundo mejor. El enfoque que adoptemos en esta interacción entre humanos y máquinas, entre nosotros y la inteligencia artificial, moldeará el rumbo de nuestra sociedad en las décadas por venir.
David Colomer es Regional CEO de IPG Mediabrands Iberia
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