Salud
El cáncer forma parte de la vida y la vida, de la buena literatura
Sin dejar de abordar el tema del cáncer con lucidez, esta docena de lecturas que recomendamos lo hace, además, con ambición literaria.
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El otro día eché cuentas y confirmé que llevo más años de mi vida leyendo y escribiendo sobre cáncer que no haciéndolo. Bastante tiempo después de haber escuchado o leído, por trabajo, multitud de testimonios de afectados directa o indirectamente por la enfermedad, recordé que uno de esos libros que me habían marcado de estudiante, Mortal y rosa, era la crónica poética y feroz de una leucemia fatal, la que causó la muerte del hijo de Francisco Umbral con solo seis años. Alta no, altísima literatura atravesada por el cáncer. Vuelvo ahora a mi ejemplar de entonces (la edición de bolsillo de Destino, 1979) y compruebo que mantiene ese poderío de los libros únicos: que se puede abrir por cualquier página que el hallazgo está asegurado.
¿Y de la enfermedad? De la enfermedad, líneas insoportables: «La risa de mi hijo. He perdido la risa de mi hijo. ¿Cuánto hace que no sonríe? En este mismo diario tengo escrito, me parece, que a la cripta que es un niño solo se llega por la celosía de su risa. Mi hijo no ha vuelto a reír ni a sonreír. Su seriedad banal de otras veces resulta que presagiaba esta seriedad definitiva, esta manera de ser adulto que le da la enfermedad a un niño».
En 2013 Sergio del Molino levantó otro libro asombroso que quedará. Su hijo Pablo tenía diez meses cuando ingresó en el hospital y estaba a punto de cumplir dos años cuando murió por un tipo infrecuente y especialmente agresivo de leucemia, de esas que acumulan células diabólicas capaces de burlar pronto al veneno –bueno y malo a la vez– de la quimioterapia. La hora violeta es el diario de un año atroz que da cuenta de las mejorías y los retrocesos, de la esperanza y la desolación, y del modo en que se alternan; y todo al tiempo que reflexiona con extraordinaria lucidez sobre el lenguaje, las palabras tabú y los eufemismos, la vida en el hospital y la relación con los médicos y enfermeros, sobre el duelo y sobre su segunda lectura –ya como padre afectado– de Mortal y rosa, sanadora y desgarradora a la vez. Como sabemos que ha sido, es y seguramente será para muchos lectores La hora violeta.
Cada vez más novelas escritas en español tienen menos pudor en hablar abiertamente del cáncer en primera persona
Cada vez más novelas escritas en español tienen menos pudor en hablar abiertamente del cáncer en primera persona. O en tercera cuando el afectado es la madre del narrador. Buen ejemplo de esto último en concreto son El comensal (2015) de Gabriela Ybarra y Ama (2019) de José Ignacio Carnero. De ambición literaria también va sobrada Raquel Taranilla. Mi cuerpo también (2015) es una memoria de su cáncer que deslumbra por su sagacidad y por lo que tenía de radicalmente distinto respecto al tipo de textos que suelen firmar los supervivientes, sobre todo si son figuras populares.
El periodista José Comas tuvo que hacer frente al mismo cáncer de la sangre que Taranilla, el linfoma. Dejó constancia de ello en un librito que se publicó de forma póstuma con el título de Crónicas del linfoma (2009). Emoción, sinceridad y grandes dosis de humor e ironía para contar en tercera persona la evolución de su enfermedad a un grupo de amigos a los que se refería como el Cuerpo Místico. Así empezaba la primera crónica: «Los médicos han diagnosticado en Berlín que José Comas, de 60 años, corresponsal en Alemania del periódico español El País, padece un linfoma de tipo maligno que responde al nombre de No Hodgkin. Tanto Comas como No Hodgkin se encuentran en perfecto estado de ánimo y dispuestos para darse de hostias en una pelea a muerte con incierto desenlace».
Fue imposible no acordarse de Comas cuando leímos hace tres años el Cuaderno de urgencias de Tereixa Constenla. En él la periodista cultural de El País puso por escrito el terremoto oncológico que supuso su diagnóstico de un tumor de mama y el velocísimo deterioro de su marido y también periodista Álex Bolaños por culpa de un cáncer de páncreas. Escrito dirigiéndose a su pareja, es un texto sabio, hermoso y conmovedor con vistas a neutralizar la segunda muerte que todos tendremos, la del olvido. A la manera de un diario en el que se cuela la actualidad y las tareas del oficio, Constenla escribe, en realidad, sobre el poder del amor pese a todo cuando ese todo es tan terrible: «Podíamos habernos destruido. Tú con tu cáncer, yo con el mío. Tú con tu dolor, yo con el mío. Tú con tu miedo, yo con el mío. Tú con tu culpa, yo con la mía. Sin embargo, construimos una fortaleza medieval y nos metimos dentro. Un amor amurallado, inexpugnable».
Memorias sobre una enfermedad como la que firma Constenla son mucho más frecuentes en el mundo anglosajón que en una cultura como la nuestra bastante más pudorosa. Ejemplo inmejorable es el Pulitzer de No ficción Desmorir de Anne Boyer. Poeta y ensayista nacida en Topeka, Kansas, recibió la peor noticia posible cuando tienes un tumor de mama: que es triple negativo, el subtipo con menos opciones de tratamiento. «Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista» es el subtítulo y la autora ilustra cuanto dice al respecto con su propia experiencia. Impresiona, por ejemplo, el pasaje en el que tras extirparle ambos pechos la despachan como si acabaran de quitarle una muela. «Dije que no se estaba gestionando mi dolor, que en realidad ni siquiera había ido aún al cuarto de baño, que no se me habían dado instrucciones, que no podía ponerme de pie, mucho menos irme. Me obligaron a irme». Y se fue, nos dirá más adelante, con cuatro bolsas de drenaje colgando del torso y delirando aún un poco por efecto de la anestesia.
El cáncer, además de ser patología orgánica, es enfermedad emocional y social
Primero el enfermo, luego la enfermedad
Puede que la sensación sea que con el cáncer estamos ante una epidemia creciente. Lo cierto es que somos más los que conseguimos envejecer, los tratamientos ganan en eficacia, hay más conciencia del valor del diagnóstico precoz… Por contra, hay una tendencia mayor a especializarse en la enfermedad y algo menos en el enfermo. De ese error nadie nos ha advertido mejor que Albert J. Jovell, médico e hijo de médico, fallecido en 2013, en su Biografía de una supervivencia (2008). Un libro tan bien escrito como lúcido recordando la importancia del contacto físico, de la medicina basada en la afectividad («ahí donde no llega la razón, deberían llegar los sentimientos»), esencial en el caso del cáncer que, además de ser patología orgánica, es enfermedad emocional («¡el miedo también duele!») y enfermedad social porque los pacientes «se ven socialmente obligados a reprimir las expresiones de su sufrimiento».
Hace unos años se publicó uno de los mejores cómics sobre el cáncer. Se titula Que no, que no me muero con guion y grandes dosis de humor de María Hernández, que fue paciente, y dibujo imaginativo de Javi Castro. Cada vez hay más novelas gráficas de calidad que abordan la enfermedad. Le pregunté por entonces a un especialista en viñetas como Álvaro Pons por este boom. Me auguró que si el cáncer sigue creciendo tendremos muchos más cómics sobre el tema. Y quien dice cómics dice grandes novelas, biografías y ensayos. Porque el cáncer forma parte de la vida y la vida de la mejor literatura.
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