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La tragedia de los migrantes del Darién

Yini Paola Galán es un rostro, un nombre propio en medio de una cifra escalofriante: a lo largo de 2023, cerca de 500.000 migrantes atravesaron el Darién con el objetivo de llegar a tierras estadounidenses, según datos de Médicos sin Fronteras. El doble de personas que el año anterior y casi cuatro veces más que las registradas en 2021.

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23
enero
2024

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«Ya voy coronando. Solo falta cruzar el río», le dijo Yini Paola Galán a su hermana Yulitza, poco antes de dar ese paso final. El recorrido había sido largo, de casi seis meses, y ya estaba con sus dos hijos, de 6 y 4 años, en un albergue de Piedras Negras, Coahuila, México. Frente a ella: Eagle Pass, ciudad de Texas, Estados Unidos. Frente a ella: su sueño americano.

Le faltaban pocos metros, después de haber transitado miles de kilómetros desde que decidió dejar su tierra santandereana e internarse en la selva del Darién rumbo al norte del continente. Le faltaba cruzar el río Bravo, uno de los tramos más usados por los migrantes ilegales para llegar a territorio estadounidense.

La mañana del 11 de noviembre, Yini y sus hijos, Jesús David y Eileen Mariana, se prepararon para cumplir esa última etapa de la travesía. Pasadas las siete de la mañana, junto a otros migrantes que habían conocido en el camino, algunos colombianos, otros venezolanos, se metieron al agua.

El río estaba tranquilo. Tan bajito como le habían dicho que era. No es un trayecto largo desde la frontera mexicana hasta la estadounidense. Empezaron a cruzarlo, apoyados unos en otros. Yini llevaba al niño en sus hombros. La niña iba alzada por uno de los compañeros de viaje. De repente el río cambió. Creció.

El río estaba tranquilo; no es un trayecto largo desde la frontera mexicana hasta la estadounidense

El agua comenzó a empujarlos, parecía que los estuviera agarrando de los pies. Entraron en pánico; las voces que minutos antes eran casi murmullos se volvieron gritos. Yini preguntaba por los niños, quienes se habían soltado de los brazos que los cuidaban. Pidió auxilio y sintió que se ahogaba.

Agentes de la Patrulla Fronteriza norteamericana la rescataron y la llevaron a un refugio. Diez días después, le informaron que habían encontrado sin vida a su hijo Jesús David. La ropa que llevaba fue clave para poder identificar su cuerpo. De la niña, todavía no se sabe nada.

Yini tiene 23 años. Antes de emprender ese viaje trabajaba en un restaurante donde le daban veinte mil pesos diarios por lavar la loza, por pelar patatas, por el oficio que tuviera que hacer.

Llevaba un buen tiempo repartiendo currículum para trabajar de camarera, de empleada doméstica, pero nada salía. No había muchas opciones, sin tener el título de bachiller. Durante una temporada estuvo recogiendo limones en una finca y recibía quince mil pesos al día.

Desde que se separó de su pareja, ella pensaba en sus hijos. Una amiga le habló de irse a Estados Unidos por la selva del Darién. En medio de la desesperación, Yini se llenó de ilusiones. No atendió los consejos familiares y se fue con los niños.

Una amiga le habló de irse a Estados Unidos por la selva del Darién

Yini es un rostro, un nombre propio en medio de una cifra escalofriante: a lo largo de 2023, cerca de 500.000 migrantes atravesaron el Darién con el objetivo de llegar a tierras estadounidenses, según datos de Médicos sin Fronteras. El doble de personas que el año anterior y casi cuatro veces más que las registradas en 2021.

Si bien los colombianos no son mayoría entre los migrantes que toman esa ruta —sobre todo son venezolanos, ecuatorianos y haitianos; también de otros países más inesperados como China o Afganistán—, en este 2023 se presentó un aumento que tendría que despertar las alarmas: la Defensoría del Pueblo informó que la cifra de colombianos en el Darién saltó de los 5.064 del año anterior a 15.897 (dato que cubre solo de enero a octubre, así que lo que haya pasado en los últimos tres meses lo puede hacer subir). Un crecimiento del 214%.

A este panorama se suma otra situación revelada por el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos: cerca de 168.000 migrantes irregulares colombianos han sido arrestados este año, lo que representa un incremento del 30% respecto al año anterior. Un salto muy significativo si se tiene en cuenta que en 2021 esas detenciones no superaban las once mil.

Todos estos números no le dicen nada a Yulitza Galán, la hermana de Yini. A ella se le quiebra la voz tan pronto empieza a hablar de lo que les pasó a su hermana y a sus sobrinos. Todavía espera, tras casi un mes de estar desaparecida, que la niña esté con vida.

—Le advertí de los peligros. Le dije de todo para que no se fuera. Mi mamá le rogó. Pero a ella se le metió la idea. Estaba entusiasmada. Quería comprar una casa. Los niños querían conocer la nieve. Ella no tenía pasaporte ni dinero. Logró reunir 130.000 pesos y así se fue. No sé cómo hizo para completar el recorrido —dice Yulitza.

Yini viajó con los niños de Bucaramanga a Medellín rumbo al Darién, la zona selvática que comparten Colombia y Panamá y que conecta por tierra a América del Sur con América Central. De Medellín fueron a Necoclí, el municipio antioqueño sobre el golfo de Urabá que se ha convertido en lugar de llegada para la mayoría de los migrantes irregulares. «Ahí arrancó su travesía», dice Yulitza, que siempre se mantuvo en contacto con su hermana y con los niños por medio de videollamadas. Ahí, en Necoclí, empieza para miles y miles de personas el trayecto que, en lugar de travesía, tendría que llamarse un paso por el infierno.

Bajo el control armado

Necoclí tiene una extensión de mil trescientos kilómetros cuadrados y poco más de sesenta mil habitantes. «Entre sus muchos atractivos encontramos un vasto patrimonio natural representado en resguardos indígenas, parajes ecológicos, cerros y cascadas, además de diferentes playas sobre el golfo de Urabá», dice su página oficial. Todo eso es cierto, pero también que hoy es territorio de migrantes ilegales. Cientos de miles de ellos llegan a sus calles cada año con la idea de iniciar su recorrido hacia la selva.

Esa presencia ha cambiado la vida cotidiana del municipio, en el que ya imperan negocios dedicados a atender las necesidades de los que van en tránsito. Hoteles —para los que pueden pagar por un techo—, venta de equipo para atravesar la selva, casas de cambio —para los que llevan dinero en sus bolsillos—. Una larga cadena de comercio que nació por cuenta de este fenómeno.

El proceso que comenzarán a vivir los migrantes a partir de ese momento —y prácticamente hasta el final— tiene todas las características para ser definido como tráfico de personas, y en la zona colombiana su control está en manos de un grupo armado: el ‘clan del Golfo’.

Hoy esta agrupación «regula este fenómeno migratorio, al aceptar o prohibir rutas, establecer normas de comportamiento para guías y migrantes y extorsionar a los diferentes eslabones de la cadena de la migración», dice un estudio de la Fundación Ideas para la Paz y lo puede constatar cualquiera que llegue a ese lugar. El Tiempo denunció la participación directa de ese grupo armado en el tránsito de migrantes ilegales cuando el fenómeno apenas comenzaba. Hoy ninguna actividad que tenga que ver con el recorrido hacia la frontera en el Darién se sale de sus dominios.

Cada paso que el migrante da en este camino debe ser pagado

El negocio para ellos es redondo y sus ganancias se calculan en decenas de millones de dólares al año. Cada paso que el migrante da en este camino debe ser pagado. Así que solo hay que hacer cuentas. Según el Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos, este año han salido de Necoclí entre 1.000 y 1.700 personas al día rumbo a cruzar el golfo de Urabá.

Si el migrante tiene dólares en el bolsillo para pagar lo que toca, como suele pasar con los que vienen de China, por ejemplo, el trayecto se le hará más corto. Si no cuenta con recursos, el tiempo para iniciar el recorrido será muy largo. Algunos permanecen varados durante semanas, o meses. Es lo que suele afrontar la mayoría de los migrantes venezolanos, a quienes nos les queda más opción que esperar y vivir del rebusque en el municipio antioqueño mientras juntan el dinero necesario.

«Este nivel de vulnerabilidad los expone a más abusos e incrementa el riesgo de que se involucren en actividades ilegales, como el tráfico de droga hacia Panamá, en la modalidad conocida como ‘hormigueo’: llevar pequeñas cantidades de droga en sus equipajes como pago por el paso hasta ese país», dice el mismo estudio de la fundación. Lo que estas personas van a comenzar a padecer no se limitará a los peligros que implica cruzar una de las zonas selváticas más inhóspitas del planeta: los riesgos naturales parecen ser lo menos grave.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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