Cultura

Filosofía para la detección del aburrimiento

¿Es el aburrimiento uno de los enemigos de la felicidad humana o, por el contrario, deberíamos permitirnos momentos de aburrimiento alejados de distracciones frívolas y malsanas?

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08
enero
2024

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En los tiempos que corren resulta difícil aburrirse. Esto se debe a que numerosas empresas y corporaciones compiten por ser el objeto de nuestro interés, por arrebatarnos nuestra atención. Ese es el gran negocio de nuestra época.

Lo cierto es que cada día surgen más formas de entretenerse, al menos si miramos hacia el pasado, un pasado que muchos hemos conocido de primera mano. En los años ochenta las familias tenían generalmente una televisión, que contaba con dos canales. Las familias contaban, también, con una radio y un equipo para escuchar música. Si miramos hacia atrás, ya al siglo XIX, por ejemplo, nadie contaba con tales aparatos y solo unos pocos leían libros como forma de entretenimiento. Si, para una persona hiperentretenida de la actualidad, volver atrás tres o cuatro décadas supondría el retroceso hasta un sopor difícilmente manejable, retrotraerse a siglos previos al XX sería la caída en el más absoluto infierno del aburrimiento. Para Schopenhauer, el aburrimiento era uno de los grandes enemigos de la felicidad humana, y las sociedades en las que hoy vivimos parecen darle la razón: nuestra civilización está estructurada en torno al fomento de una distracción constante.

Nuestra civilización está estructurada en torno al fomento de una distracción constante

Es interesante hacerse una de idea de cómo la gente combatía el aburrimiento en tiempos pasados. Un método clásico y sumamente saludable consistía en relacionarse con amigos y vecinos. Una tradición veraniega todavía en boga en algunas poblaciones españolas era «salir a tomar la fresca», que consiste en coger unas sillas, colocarlas en la acera y sentarse en ellas para charlas con las amigas (hablamos de la que ha solido ser una tradición más femenina, por lo general). Es la forma clásica del actual chat, es decir, la charla intrascendente entre amigos. Una vertiente negativa de esta forma de entretenimiento es el llamado marujeo o chismorreo. Obviamente, esta curiosidad (para muchos) insana, podía satisfacerse (y es satisfecha) también gracias a la lectura de revistas del corazón. Los hombres, por su parte, jugaban a los dominós con los amigos, mientras tomaban unos vinos o cervezas. Hay quien dice que los jóvenes actuales no pueden permitirse comprar una vivienda porque van de copas al bar en lugar de ahorrar, pero lo cierto es que la gente iba mucho más al bar antaño. Las personas iban al bar todos los días para relacionarse con otros ciudadanos y evitar aburrirse. De hecho, se bebía mucho más y el alcohol era mucho más barato, razón por la cual el botellón surgió principalmente a partir de los años noventa: la bebida era antes prácticamente igual de cara en un bar que en el supermercado. ¿Para qué iba uno a beber en la calle cuando podía hacerlo a cubierto y entre amigos? Estas formas de evitar aburrirse servían para generar una serie de vínculos entre vecinos que hoy, lamentablemente, brillan por su ausencia. Acercarse al calor humano es siempre una buena forma de entretenimiento.

Acercarse al calor humano es siempre una buena forma de entretenimiento

Da la impresión de que el aburrimiento es para muchos una verdadera patología y esto lo deducimos del hecho de que nuestra fuga del referido hastío parece verdaderamente enfermiza. Si no estamos constantemente atentos a una red social, a una serie, programa, podcast, etc., nos sentimos por completo perdidos. Nuestra conciencia necesita un constante estímulo para asegurar su propia supervivencia. Nada nos asusta más que caer en el vacío de la nada, de la soledad pasiva. Los dispositivos móviles operan del mismo modo que una droga, pues la población es adicta a los mismos y, sin duda, alteran nuestro estado de conciencia. Y lo que no sabemos del todo son las consecuencias que a la larga esta adicción puede generar. Ya lo comprobaremos en años venideros.

Aunque a nadie le guste aburrirse, quizás debamos aprender a hacerlo, por ejemplo, en nuestros periodos vacacionales. Hoy da la impresión de que la necesaria «desconexión» vacacional esté irremediablemente unida al aburrimiento y, es por ello, que si de veras queremos desconectar (algo, creo yo, muy necesario para la salud mental de todos), será inevitable aprender a lidiar con el hastío o hartazgo que supone contemplar la realidad que nos rodea, sin buscar perpetuamente y de modo compulsivo una distracción perenne; distracción que, por lo general, tiende a ser frívola y malsana.

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