Cultura

«Si no te equivocas nunca, no existes»

Fotografía

Zoe Sala Coixet
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20
diciembre
2023

Fotografía

Zoe Sala Coixet

Hay universos artísticos que cuesta imaginar dándose la mano, y, sin embargo, a veces ocurre que no solo se la estrechan, sino que conviven y dialogan sorprendentemente bien. Prueba de ello es el último proyecto de Isabel Coixet, ‘Un amor’, la adaptación cinematográfica de la novela de Sara Mesa. El film, protagonizado por Laia Costa y Hovik Keuchkerian, cuenta la historia de una mujer treintañera que decide mudarse de la ciudad a un pueblo, y ejercer desde allí su oficio de traductora. El resultado es una cinta que incomoda y tensa irremediablemente al espectador, recuperando en la gran pantalla la misma sensación de desubicación, soledad y desamparo que transmite el libro. Coixet conversa con ‘Ethic’ sobre ella.


Hace tiempo aseguró que nunca volvería a adaptar una novela al cine. ¿Qué le ha hecho romper la promesa?

Lo dije después de rodar La Librería porque pensé que ya había cumplido el cupo de adaptaciones, pero cuando leí Un amor sentí que quería hacerlo. Me gustan mucho las novelas de Sara Mesa, pero esta me hipnotizó especialmente. Sabía que iba a ser un proyecto difícil y que la gente iba a juzgar al personaje, pero lo vi claro. Hay novelas que te tocan especialmente la fibra y sientes que merece la pena llevarlas a la pantalla. Yo leo muchísimo, pero para adaptar una historia tengo que sentir una corazonada como me sucedió con este libro.

¿Sentirse identificada con la protagonista fue un motor que impulsó el proyecto?

Me he sentido identificada con muchos personajes, pero no he tenido la necesidad de llevar a la pantalla una historia por ello. Identificarme con Nat sí me ha ayudado a entenderla, porque he sido ella en muchos momentos de mi vida. Me veo en esa necesidad por mantener una conversación constante con una misma, en las contradicciones que tiene, en esa pulsión algo asocial, en cómo lidia con gente que la está juzgando y no la deja vivir tranquila, en esas decisiones que toma, incluso sabiendo que quizá no va a terminar bien… También en esa vulnerabilidad que da la necesidad de que te acepten, de que te quieran.

«Lo bueno de ‘Un amor’ es que tiene infinitas capas, es como un pastel de tortitas»

De hecho, un tema clave en la película es el deseo femenino y todo lo que encierra.

No creo que sea una película únicamente sobre el deseo. Lo bueno de Un amor es que tiene infinitas capas, es como un pastel de tortitas. Cuando leí la novela pensé en lo vulnerables que nos hace esa necesidad de gustar a los demás y cómo esa vulnerabilidad y esas ganas de que nos quieran nos hacen proclives a cometer decisiones incomprensibles, incluso para nosotras mismas. En realidad, detrás de las escenas de sexo hay muchas capas, porque Nat está explorando, está adentrándose en lugares que ni ella misma entiende bien, siente cosas a las que no logra ponerle nombre. Justamente, otra cosa que me gustó de la novela es cómo refleja que a veces nos sentimos espectadores de nuestra propia vida. Es como si no viviéramos realmente nuestra vida, como si no habitásemos realmente nuestro cuerpo. Lo veo en muchas novelas de Sara Mesa, esa especie de vida observada pero no vivida.

Hay una sensación de desubicación que recorre la película. ¿El pueblo facilitaba expresar la soledad que refleja la novela?

Estos días estaba en Madrid y veía a la gente con banderas en el cuello, y pensé que esa situación la he vivido antes, con otras banderas y en otros lugares. Hay una especie de obsesión, que personalmente no comparto, por la pertenencia. Yo siempre he querido hablar de la soledad, está en casi todas mis películas, pero en este caso no creo que el pueblo sea lo central. Las cosas que le pasan a Nat en el pueblo podrían sucederle en la ciudad, la diferencia es que al estar en un lugar aislado no hay otras distracciones y todo resulta más evidente. En mis películas los paisajes son un reflejo de cómo se sienten los personajes. El mismo paisaje, visto en determinados momentos, te afecta de una manera distinta. Al final da igual dónde estés porque llevas los problemas en la mochila, y aunque la mochila pueda parecer más ligera en algunos lugares, sigue siendo la misma. Si te sientes solo, vas a sentirlo estés en una ciudad llena de gente o en un pueblo de pocos habitantes.

Justamente, Nat y el alemán son personajes igual de solitarios, pero conviven de forma distinta con el paisaje.

Es cierto que no son tan diferentes, son dos outsiders que han decidido habitar en el mismo lugar y les gusta la soledad hasta cierto punto. La diferencia es que al alemán no le importan los demás, él está tranquilo en su páramo desierto y le da absolutamente igual lo que piensen y digan de él, no le importa que no le inviten a la barbacoa, incluso le da igual que no le quieran, mientras que Nat necesita ser aceptada. Esa necesidad de ser querida hace de ella alguien vulnerable, proclive a que le pasen todas las cosas que le pasan. Esa vulnerabilidad facilita que le ataquen todos y que sufra.

«Creo que nos ha pasado a muchas, yo me he obsesionado con hombres que no tenían nada que ver conmigo y no me entendían»

En alguna ocasión ha comentado que conviene diferenciar el amor de la obsesión, algo que se ve claramente en la relación de Nat con Andreas.

Creo que nos ha pasado a muchas, yo me he obsesionado con hombres que no tenían nada que ver conmigo y no me entendían. Hay un mecanismo de insistir en idas y venidas hacia una relación que sabes que no te va a llevar a ningún sitio, como Nat con el alemán. Personalmente a mí me ocurre que se me pasa de un día para otro. De repente me despierto un día y no le veo ningún sentido, y me pregunto en qué momento me pudo parecer una buena idea. Siempre he confiado mucho en este resorte, en caerme del guindo rápidamente. Hay otra gente que sigue enganchada, conozco a gente que se obsesiona cuando les dejan y entran en una paranoia que les puede durar hasta diez años.

Ahí está la idea de enamorarse de un concepto antes que de lo real.

Claro y ahí hay que preguntarse qué sucede realmente. Al final, esa insistencia en estar aferrada a una idea mitificada de alguien puede contener un vacío, como si lo que sintieras por alguien fuera lo real y lo demás no. Pero bueno, si no viviéramos estas cosas… ¿De qué haríamos películas?

Este año han surgido varias películas que hablan del deseo femenino desde un prisma diferente, como Creatura. ¿Cree que se está desarrollando una nueva forma de mostrar escenas de sexo poniendo el foco en la mirada de la mujer?

Vi Creatura, me pareció muy interesante el acercamiento que hace sobre el deseo infantil, un tema del que apenas se habla. De todos modos, yo hace mucho que hablo del deseo femenino y tiene un papel importante en mis películas, así que no lo considero nuevo. Hay una representación del deseo femenino muy claro, sin ambages ni coartadas. En Un amor lo que sostengo es que el sexo encierra muchas otras capas, como por ejemplo la necesidad de gustar de la que hablábamos antes, que creo que nos pasa a todas. Yo siempre me he rebelado mucho con ese yugo, pero la pulsión siempre está. Ahora veo a mujeres muy jóvenes que empiezan desde los 23 a tunearse la cara, y si empiezan ese trabajo tan pronto me pregunto cómo van a terminar. Me gustaría decirles que ya tendrán tiempo de cambiarse las tetas, la nariz o las líneas de expresión. Son caras que evidencian desesperación por gustar y ahí está el problema, cuando esa pulsión deviene en obsesión.

¿Le ha sorprendido que se juzgue tanto al personaje femenino?

Muchísimo, no lo había previsto. En la primera conversación que tuve con Sara Mesa, ella me advirtió que era el personaje más odiado de la literatura y yo le dije que exageraba. Me sorprende ver cómo hay gente que no la entiende y la juzga, y además lo hacen desde una superioridad moral que me alucina. Creo que antes de juzgar a los demás deberíamos intentar entenderles, por muy alejados que estén de nuestra forma de ser. La empatía es importante, a mí me parece enfermizo culpabilizar a Nat, es como señalizar a la víctima. Me pregunto a menudo qué clase de vida perfecta deben de tener los odiadores de Nat. Me recuerdan a ese amigo que te cuenta que está en una relación espantosa y tú le dices que tiene que irse de ahí y no lo hace. Pues claro, porque las cosas no son tan fáciles, si lo fueran nadie cometería errores ni se jodería la vida. Hay veces que tenemos claro lo que deberíamos hacer, pero no tenemos fuerzas para hacerlo.

«Hay veces que tenemos claro lo que deberíamos hacer, pero no tenemos fuerzas para hacerlo»

Las microagresiones van sucediéndose una detrás de otra en la historia. ¿Ha sufrido algunas en el mundo del cine?

Empecé a trabajar en el cine en un momento en que ser mujer y joven era un estigma, he vivido mil cosas. Siempre pienso que mi carrera es como un milagro, porque soy una persona llena de dudas, pero a la vez creo que me vengo arriba cuando las críticas son salvajes. Desde que enseñé mi primer guion escrito, con 18 años, he recibido insultos, afirmaciones de que debería dedicarme a otra cosa, actitudes muy ruines en situaciones variopintas. La virulencia de las críticas de mi primera película fue tremenda y me cuesta entender qué necesidad hay de recurrir al insulto. Yo entiendo que mi trabajo puede no gustar o incluso que puedo caer mal, pero de ahí a insultar hay un trecho. Hace poco murió un crítico que pidió que me cortaran la cabeza y las manos, y lo hizo en un medio de comunicación. Me alegro de que las nuevas generaciones no vayan a recibir ese acoso y derribo que sufrí yo.

Hace tiempo mencionó que era importante equivocarse, y así se lo decía a su hija. ¿Ha querido reivindicar esto en la película?

Mi hija piensa a menudo en el miedo a equivocarse, y es un miedo que yo no tengo porque creo que intentar las cosas es la única manera de vivir. Si no te equivocas nunca, no existes, y creo que en la película hay una especie de oda a perdonarse a uno mismo. Todos hemos hecho cosas en nuestra vida que hubiéramos preferido no hacer, pero ya están hechas, entonces abraza la imperfección, asume esa mancha. Hay algo en los personajes que la juzgan que desprende una superioridad moral que me horroriza. Me da mucha pereza esa gente que habla desde una atalaya de santurronería, dando a entender que ellos saben lo que es correcto y tú no.

«Desde que enseñé mi primer guion escrito he recibido insultos, afirmaciones de que debería dedicarme a otra cosa, actitudes muy ruines en situaciones variopintas»

El personaje de Piter ilustra ese perfil, aunque barnizado por una cara amable.

Para mí son la gente auténticamente mala, porque no la ves venir. Usan el rollo pasivo-agresivo y no dejan demasiado margen de reacción. He conocido a tantos Piters en mi vida, y siempre es gente sonriente, aparentemente empática y llena de buenas intenciones, pero en realidad son de lo más rastrero que puedes encontrar. En la película se ve claramente, ese tipo de persona que te impone su ayuda sin que la hayas pedido, que da por hecho que estás perdida y no te enteras bien de las cosas, que van a verte cuando estás mal pero nunca para consolarte sino para regodearse.

Ha mencionado que el personaje de Ingrid García-Jonsson era como una mujer repelente que conoce. ¿El cine sirve para exorcizar fantasmas?

Sí, era calcada a una madre estirada del colegio de mi hija que siempre me hacía sentir mal con sus comentarios maliciosos. Realmente no tengo tantos fantasmas, pero en un rodaje siento que controlo todo mucho más que en la vida real. En el cine tú dices «vamos a hacerlo otra vez» y es posible, dices «acción» y la escena empieza justo en ese momento. En la vida tú dices «corten» y nadie se para, y pides repetir algo y nadie te hace ni caso. Me he pasado tantas horas detrás de una cámara y tantos meses en una sala de montaje, que me he dado cuenta de lo fantástico que es saber cómo funcionan las cosas, cómo pueden adaptarse a lo que concebiste en un origen. De alguna manera, saber manejarse en un lugar tan circunscrito al rodaje te proporciona una seguridad que solo se da en el cine, porque la vida no viene con un manual de instrucciones. Yo en la vida dudo muchísimo, cuando ruedo no.

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