Cultura

En busca del origen del lenguaje

Desde las primeras civilizaciones mesopotámicas, el origen del lenguaje y su variedad ha intrigado a los seres humanos. La combinación de disciplinas científicas como la paleolingüística, la arqueología, la historia y la neurociencia suman progresos a la hora de discernir cómo surgieron los diferentes idiomas.

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14
diciembre
2023

Tiamat encoleriza, da a luz a monstruos de toda clase, intimida a los dioses. Pero uno de ellos, Marduk, toma sus armas, se enfrenta a sus terroríficas huestes y derrota a la celestial bestia marina. Agradecidos, los Annunaki erigen una alta torre, o bien un gigantesco zigurat, en honor del dios victorioso, a quien acogen como padre y protector. Según el poema Enûma Eliš, escrito hace alrededor de cuatro mil años, a este singular monumento se le llamó Bābilu, es decir, Babilonia.

El intento humano por alcanzar el cielo no es exclusivo de la antigua Mesopotamia, considerada el más antiguo de los focos civilizatorios conocidos. Por ejemplo, aparece una versión completamente distinta en uno de los cuatro Vedas indios, el Yajurveda. O la Vía Láctea en la tradición china como un río capaz de conectar el cielo con la tierra. Pero es en el libro del Génesis donde, con inspiración en las tradiciones babilónicas e india («ladrillos» escogen los babilonios para desafiar a Dios y el mismo material colocaron los asuras, que fueron derribados por el ingenio del dios Indra), se pone de manifiesto una idea que la investigación científica no considera nada descabellada: todos hablaban el mismo idioma. La destrucción del mítico gran monumento, para los hebreos fruto de la prepotencia humana, conllevó a la dispersión de las lenguas para impedir el entendimiento y, por tanto, la unión entre los distintos pueblos. A aquella ciudad se la llamó Babel, una palabra que suena muy parecida en lengua hebrea al verbo «confundir». ¿Qué sabemos acerca del origen de los distintos idiomas?

Unos mitos muy acertados

Según la UNESCO, hoy existen alrededor de siete mil lenguas en todo el mundo. Algunas de ellas poseen un impacto socioeconómico abrumador, como el español, el inglés y el chino, y en menor escala el árabe, el alemán, el francés o el ruso. Existen lenguas vinculadas a una cultura y pueblo, como es el caso del hebreo; otras limitadas a una sola identidad política, como el azerí, y otras que pugnan por no caer en el desuso, como el aragonés o la lengua mandan, esta última apenas sostenida por cuatrocientos hablantes de la reserva sioux de Fort Berthold, en Estados Unidos. Si contamos la infinidad de lenguas extintas, el número de idiomas desarrollados por el homo sapiens desde el inicio de su existencia como especie se pierde. Por este motivo, la UNESCO, en su Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, de 2001, subraya el deber de los países y naciones de preservar cualquier idioma todavía hablado como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Sin embargo, ¿cómo surgieron nuestros idiomas actuales? ¿Y el primer lenguaje? Mitos y relatos antiguos como el de la Torre de Babel subrayan que estas mismas preguntas se llevan planteando desde muy antiguo. Desde la filosofía y, en especial, el desarrollo de disciplinas científicas como la paleolingüística, la arqueología, la antropología, la historia y, en las últimas décadas, la neurociencia, han permitido alcanzar conclusiones que convergen con la idea reflejada en los mitos. En primer lugar, que nuestras actuales lenguas no son idiomas estáticos e invariables, sino son dialectos. Es más, la dimensión natural de todo lenguaje es su condición dialectal. Por esta misma razón carece de sentido reducir idiomas (dialectos con una estructura gramatical y ortográfica sólida) a simples variaciones de otros considerados «superiores». Tampoco la tiene ser puritano con la protección de una forma de expresarnos en un idioma en una época determinada. Por ejemplo, la lengua castellana, en su evolución, ha mantenido su solidez: es el análisis comparativo desde nuestra perspectiva actual la que ha creado una visión de progreso o sucesión que permite trazar que el castellano de hace quinientos años ha conducido hasta el de nuestros días. Pero si escuchásemos conversar a personas de aquella época observaríamos que sus idiomas son completos y suficientes. Simplemente, las lenguas evolucionan junto con sus hablantes y sus circunstancias políticas y culturales.

La diversidad aparente comenzó a dar lugar a una búsqueda de un origen común, incluso de un lenguaje primigenio que los primeros homínidos conscientes de sí mismos hubiesen desarrollado

Retrocediendo más en el tiempo, idiomas como el latín o el germánico han dado lugar a multitud de las lenguas que se hablan hoy en Europa. La diversidad aparente comenzó a dar lugar a una búsqueda de un origen común, incluso de un lenguaje primigenio que los primeros homínidos conscientes de sí mismos hubiesen desarrollado. En el siglo XIX, los éxitos de la arqueología condujeron a un desarrollo más profundo del estudio del origen del lenguaje.

Antes, estudiosos como el francés Gaston-Laurent Cœurdoux, descubrieron que existía una evidente conexión entre lenguas vivas y muertas ya a finales del siglo XVIII. El resultado posterior ha sido la reconstrucción de familias lingüísticas, como es el caso del indoeuropeo entre Europa e India, la afroasiática en África y en Asia Occidental, la dravídica en el sur del subcontinente indio y la sino-tibetana, entre otras. Un buen ejemplo ocurre con la palabra sánscrita «yoga», que significa «unir, juntar», y tiene como raíz indoeuropea yeug-, con un significado equivalente. La palabra castellana «yugo» procede del latín iugum, que hacía una referencia velada a la idea de servidumbre y de vinculación con un amo, además del palo utilizado para mantener unidos a dos bueyes. La raíz es la misma que la de la palabra «yoga» y de la voz latina hemos heredado otras como «cónyuge», «yugular», «junto» o «ayuntamiento».

No obstante, la existencia de familias lingüísticas no completa la investigación. ¿Es posible que estos idiomas pretéritos fuesen el resultado de la disociación de otros más antiguos? Dos líneas metodológicas trabajan en la actualidad para esclarecer si existen las macrofamilias lingüísticas. La más apreciada por la fidelidad de sus resultados, el método comparativo, busca el parentesco entre palabras de distintos idiomas reconstruyendo uno anterior que le dio origen a nivel fonético, morfosintáctico y, por último, en la producción literaria que ha llegado hasta hoy. Bajo esta perspectiva, en 1903 el lingüista danés Holger Pedersen defendió la huella de una todavía hipotética macrolengua anterior a la que llamó «nostrático» y que englobaría a familias como las lenguas euroasiáticas, las islámicas o incluso las amerindias, en el continente americano. La otra línea, muy discutida, es la defendida por el estadounidense Joseph Greenberg, la comparación masiva, de la que se han aceptado algunos logros.

¿Existió una única lengua inicial?

Hasta 2021 se consideraba que los neandertales debían comunicarse mediante sonidos y signos rudimentarios. Ese año, un grupo de paleoantropólogos, historiadores e investigadores en otoacústica (la relación entre adición y lenguaje) españoles publicaron un estudio revolucionario en la revista Nature Ecology & Evolution con una posible conclusión: tanto neandertales como homo sapiens tenemos capacidades estructurales físicas semejantes para escuchar los mismos sonidos y poder reproducirlos. En otras palabras, lo más probable es que la lengua o lenguas habladas por los neandertales fuesen tan complejas como cualquiera de las nuestras.

Las investigaciones apuntan a la existencia de una lengua inicial que fue dando lugar a otras diferentes según los grupos humanos fuimos migrando en diferentes direcciones

Resultados como el de esta investigación apoyan el análisis reflexivo de la existencia de una lengua inicial que fue dando lugar a otras diferentes según los grupos humanos fuimos migrando en diferentes direcciones, formando clanes y comunidades diferenciados, separándonos unos de otros y reencontrándonos mediante el comercio, la guerra y la unión sexual y familiar. Si el origen del homo sapiens no es múltiple, sino único, y otras especies homínidas tenían una capacidad estructural y posiblemente cerebral para inventar lenguajes como los nuestros, también debería ser único el origen de todas las lenguas humanas.

Ahora bien, ¿cómo rastrear y reconstruir esa lengua primigenia? Esta pregunta es, hoy por hoy, casi imposible de responder con los medios analíticos y técnicos de los que disponemos. Si admitimos como cierto el supuesto de que nuestra especie tuvo, en el remoto origen, una lengua única, nada garantiza que esta no proceda de una anterior de otras especies de homínidos anteriores. Asimismo, durante miles de años nuestra especie compartió planeta con otras diferentes con las que nos mezclamos genéticamente, como neandertales o denisovanos, por lo que nada podría haber impedido que las primeras lenguas humanas hubiesen emparentado con las desarrolladas por esas otras especies, y viceversa. En otras palabras, más allá del mito de la Torre de Babel, tuvo que existir una Bābilu ancestral, aunque es posible que jamás podamos imaginar cómo fue esta lengua primigenia. Salvo que inventemos la máquina del tiempo.

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