Sociedad

Lengüicidio: cuando las palabras mueren por desuso

Cada dos semanas una lengua indígena muere. La Unesco estima que cerca de 2.500 idiomas corren el riesgo de desaparecer en los próximos años. Por eso, lingüistas de todo el mundo han aunado esfuerzos para preservar este patrimonio cultural intangible.

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13
agosto
2019

El 30 de agosto de 2016 fallecía a los 86 años la profesora norteamericana Doris Jean Lamar-McLemore. Ese mismo día, el wichita, una de las lenguas indígenas americanas más antiguas del continente, murió con ella. McLemore era la última hablante nativa de wichita y, aunque destinó toda su vida a enseñar y difundir la herencia que le dejaron sus abuelos, el idioma que dio nombre a una de las tribus autóctonas del estado de Oklahoma es ahora una lengua sin hablantes. Y no es la única: muchas otras parecen estar destinadas a desaparecer. 

En todo el mundo se estima que existen cerca de 7.000 idiomas diferentes. De ellos, alrededor de 6.700 son lenguas indígenas, de las cuales 2.580 están en peligro de extinción.  Y el número disminuye a ritmos acelerados: la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) calcula que cada dos semanas se pierde una lengua. Con ella, tradiciones y sistemas de comunicación milenarios que definieron la identidad de un grupo de personas caen en el más profundo olvido. Por ese motivo Naciones Unidas define las lenguas indígenas como un patrimonio cultural inmaterial. De esta manera, acabar con el lengüicidio -término que hace referencia a la muerte de una manera de expresarse porque no quedan practicantes- se convierte en una responsabilidad compartida.

Cuando una lengua se extingue, se pierde una visión única del mundo

«Ninguna cultura ha monopolizado la genialidad humana: nunca sabes de dónde va a venir la próxima idea brillante. Así que cuando un idioma muere, perdemos conocimientos ancestrales que pueden ser útiles», esgrimió el fundador del Instituto de Lenguas Vivas para las Lenguas en Peligro (LTIEL, por sus siglas en inglés), David Harrison, durante una entrevista para la BBC. Bajo esta idea, el investigador defiende el trabajo de los lingüistas de todo el mundo que se dedican a documentar y registrar en diccionarios la gramática, semántica y fonología de los lenguajes con menos practicantes. Sin embargo, las razones por las que evitar la desaparición de un sistema lingüístico trascienden el utilitarismo: su extinción supone la pérdida irrecuperable de una visión del mundo única que se ha ido cultivando a lo largo de los años. 

Recopilar y archivar rasgos lingüísticos es una manera de garantizar la superviviencia de una tradición, pero existen otros métodos. La Unesco defiende que para la conservación de una lengua se necesitan unas condiciones propicias para que sus hablantes la sigan usando y la transmitan a sus hijos. Para ello se requiere un esfuerzo político a nivel estatal que proteja a los pueblos. Y es que no hay que olvidar que, entre las razones más comunes por las que los idiomas desaparecen, están los altos niveles de pobreza, de exclusión social, de violación de los derechos humanos y de falta de reconocimiento legal a los que están sometidos los hablantes.

Por ese motivo, los expertos han volcado sus esperanzas en la revitalización de las lenguas muertas. Se trata de un proceso que, por el momento, únicamente ha tenido éxito con el hebreo, que a lo largo del siglo XX pasó de ser utilizada exclusivamente en el contexto litúrgico a extenderse en todos los ámbitos sociales. A día de hoy es la lengua oficial de Israel y la utilizan más de 9 millones de personas. Países como Australia o Japón buscan seguir los mismo pasos. En el primer caso,  recuperar las lenguas de las comunidades aborígenes que empezaron a erosionarse con la colonización europea en la isla y, en el segundo, restablecer el ainu que, en la actualidad, se enseña en algunas universidades. 

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