El síndrome de Peter Pan (o el romanticismo de nunca madurar)
Hay adultos con los que es difícil convivir por su temor al compromiso y el rechazo a cualquier forma de responsabilidad. Aunque, de momento, no encaje en ninguna categoría clínica, su comportamiento está asociado a dinámicas familiares inadecuadas, ansiedad y narcisismo.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
Una mujer italiana de 75 años ha conseguido, tras pasar por el juzgado, echar a sus hijos de casa, uno de 40 y otro de 42 años. Al parecer, la mujer había intentado convencerlos repetidamente de que se independizaran, pues tenían los medios para hacerlo. Sin embargo, no solo no se iban, sino que no colaboraban con los gastos ni con las tareas domésticas. Quizás estos bamboccioni (niños grandes) quedaron fascinados por la historia que J. M. Barrie escribió en 1911, Peter y Wendy, o quizá fue por la versión más reciente de Disney, Peter Pan a secas.
Para algunos, mantener al niño interior significa desafiar la noción de que la edad adulta es una progresión lineal marcada por expectativas como el desarrollo profesional, las responsabilidades familiares y los roles sociales. Convertirse en Peter Pan puede ser incluso un logro filosófico, una rebelión moral, dado que el individuo reflexiona sobre si la madurez debe medirse por el cumplimiento de estos marcadores externos o si existe una comprensión más matizada de lo que significa ser adulto. Peter Pan sería la búsqueda de libertad, autenticidad y autonomía fuera de los márgenes preestablecidos. Pero la cuestión es: ¿de verdad?
Hay algunos adultos que se resisten a superar el paso del tiempo de forma patológica, y rechazan cualquier tipo de responsabilidad económica y afectiva, perjudicando su desarrollo funcional y el de las personas que les rodean. La retórica de usar a Peter Pan como adjetivo peyorativo surgió a finales del siglo pasado gracias al libro El síndrome de Peter Pan: Hombres que nunca crecieron, de Dan Kiley. Entre sus páginas, el psicólogo estadounidense reflexionaba sobre los múltiples casos de jóvenes que tenían problemas para asumir las responsabilidades típicas de la vida adulta, como mantener un puesto de trabajo o relaciones interpersonales sanas.
El psicólogo Dan Kiley lo define como personas con problemas para asumir las responsabilidades de la vida adulta
Hoy por hoy, el síndrome de Peter Pan no tiene un diagnóstico formal y no está reconocido por el DSM 5 (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), por lo que se mantiene como término anecdótico de la cultura popular. Parte de su informalidad viene por los escasos estudios que hay al respecto, y por este motivo, no se sabe con certeza qué causas o qué consecuencias tiene la «peterpanalidad».
El razonamiento común apunta a la dinámica familiar: un entorno sobreprotector podría ser una de las principales causas, dado que, en estos casos, el niño experimenta más dificultades para enfrentarse a los desafíos de la vida cotidiana, y esa carencia se traslada hasta la edad adulta. En el polo opuesto, una crianza demasiado permisiva puede generar también problemas a largo plazo, ya que el niño crece pensando que puede hacer lo que quiera sin consecuencia adversa alguna, y en última instancia, desarrolla una mentalidad demasiado poco realista.
Por otro lado, la ansiedad puede dificultar la transición de la adolescencia a la edad adulta. Algunos jóvenes esperan convertirse en adultos con 18 años recién cumplidos. Si no lo consiguen, es posible que internalicen su frustración y se sientan avergonzados por ello, o que tomen pánico al fracaso. Si estos sentimientos se desatienden podrían evolucionar en trastornos mentales relacionados con la adicción, el consumo de drogas, el aumento de comportamientos de riesgo… En definitiva, comportamientos convencionalmente asociados a los niños. A estas causas se les suman otras varias como posibles experiencias traumáticas del pasado, la falta de modelos positivos, la personalidad narcisista o la influencia de la cultura local. Todo ello, a nivel descontrolado, puede llevar al individuo a utilizar la evitación de responsabilidades como mecanismo de afrontamiento para lidiar con problemas no resueltos, o en su defecto, parasitar la casa familiar.
¿Será por Peter Pan que un cuarto de los españoles entre 30 y 34 vive todavía con sus padres? Ni mucho menos, y sirva el ejemplo de la familia italiana como excepción que confirma la regla.
La gran recesión que arrastramos desde hace casi 20 años, más una pandemia recién superada, han dejado su impronta en la rutina del adulto, causando estragos –sobre todo– económicos. Muchos trabajadores han de hacer turnos interminables por salarios que se terminan demasiado pronto, lo que dificulta la independencia y el progreso vital.
De este modo, y a pesar de que muchos no desean otra cosa que escapar de su habitación adolescente, las condiciones socioeconómicas lo empujan hacia el estereotipo de no saber valerse por sí mismo. Dicho lo cual, y aunque se deba ser cauto a la hora de romantizar a Peter Pan, nunca será necesario argumentar una rebelión moral para justificar que, como en casa, en ningún sitio.
COMENTARIOS