Medio Ambiente

La desaparición de la noche

La luz y la oscuridad impactan directamente sobre el conjunto de los seres vivos. Sin embargo, la iluminación artificial permanente está llevando a que la noche desaparezca, con efectos tangibles sobre el medio ambiente.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
27
diciembre
2023

Artículo

No solo los murciélagos y yo disfrutamos de la oscuridad. Otros mamíferos, como el erizo que ha elegido esta hora tardía para salir de su escondrijo, se muestran más activos al ponerse el sol. La mitad de los insectos del planeta son nocturnos, y numerosos informes aparecidos durante los últimos dos años alertan también sobre su desaparición. Muchas son las causas que se apuntan tras este fenómeno: la silvicultura, la contaminación del terreno, la agricultura a gran escala, el cambio climático… Pocas veces se menciona la luz.

Y, sin embargo, uno de los insectos cuya población se está reduciendo con mayor celeridad es la polilla. En su búsqueda de néctar, las polillas intentan orientarse guiándose por la luna. Hoy, muchas no llegan siquiera a emprender el vuelo, pues las luces omnipresentes les transmiten la impresión de que está a punto de amanecer; otras, desorientadas, mueren por puro agotamiento o víctimas de sus depredadores sin haber cumplido su misión polinizadora, de la que dependen numerosas plantas. La mayoría habremos visto el fenómeno más de una vez: cientos de polillas revoloteando agolpadas bajo una farola, fascinadas por su intenso brillo. Tanto en pueblos como en ciudades, la luz atrae a los insectos procedentes de los bosques y campos cercanos, y al hacerlo destruye ecosistemas enteros.

La iglesia que acabo de visitar carece de iluminación, pero aun así algo de luz llega hasta ella. En parte se debe a los fanales dispuestos en los senderos, pero también al tenue rastro anaranjado que los pueblos más cercanos dejan en el cielo. Ese rastro forma parte de lo que llamamos contaminación lumínica, término con el que nos referimos a aquella luz superflua que impacta negativamente en nuestras vidas y nuestros ecosistemas.

La luz artificial hace que algunos pájaros canten en plena noche y desorienta a las crías de tortuga

Si bien el concepto fue acuñado por los astrónomos, hoy en día ecólogos, fisiólogos y neurólogos lo usan por igual en sus estudios sobre los efectos de la desaparición de la noche. La contaminación lumínica no atañe únicamente a estrellas o insectos, implica a todos los seres vivos, nosotros incluidos. Desde que nuestro planeta existe, al día lo ha seguido la noche, y cada célula de cada ser vivo se ha adaptado para operar en armonía con ese ciclo. La luz natural nos permite ajustar nuestro ritmo circadiano interno y tiene una influencia fundamental en nuestras hormonas y en multitud de procesos orgánicos.

Hasta hace unos ciento cincuenta años, cuando la bombilla hizo su aparición, estos procesos se desarrollaban de forma lenta y progresiva. Sin embargo, las modernas luces de las calles y los reflectores han alterado esa situación por completo. Hoy, la luz artificial hace que numerosos pájaros canten en plena noche, desorienta a las crías de tortuga y las guía en la dirección equivocada, o interfiere en el ritual de apareamiento de los corales bajo la luz de la luna.

Nuestro deseo de iluminar el mundo nos ha permitido contemplar la fascinante imagen de la Tierra brillando en la oscuridad del espacio. De noche, nuestras ciudades se hacen visibles en la lejanía del cosmos, en la que quizá sea una de las señales más evidentes de la nueva era en la que nos hallamos: el Antropoceno, la era de los humanos. Y en cambio, quienes habitan en esas mismas ciudades apenas son capaces de atisbar una sola estrella en el firmamento, y son muy pocos los que han tenido la oportunidad de contemplar alguna vez la Vía Láctea. El cielo nocturno, con sus impresionantes perspectivas y las estrellas fugaces que lo surcan, nos ha sido vedado.

Si bien para muchos no es aún del todo conocida, la contaminación lumínica constituye un campo de investigación cada vez más prolífico, y es probable que su estudio nos lleve pronto a regular las emisiones lumínicas de manera tan estricta como las sonoras. No obstante, luz y oscuridad no son una mera cuestión de blanco o negro: las luces LED, las mismas que han permitido una explosión de la iluminación de jardines privados y aparcamientos industriales, podrían paradójicamente brindarnos una solución al problema, permitiéndonos programar y regular la luz artificial y adaptarla a las condiciones naturales. Lograrlo está en nuestras manos, si así lo queremos.


Este texto es un fragmento del libro ‘Manifiesto por la oscuridad’ (Editorial Rosamerón, 2023), de Johan Eklöf.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME