Una transición liderada por los ciudadanos frente a una COP28 histórica pero insuficiente
Hay razones para alegrarse tras la COP28 pero, en general, hay más razones para preocuparse. Es, por tanto, momento de canalizar nuestra preocupación, desde la de la ciudadanía y los representantes políticos hasta la de los profesionales relacionados con la huella de carbono hacia soluciones concretas y rápidas.
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Una vez más, la celebración de una cumbre mundial del clima (este año, la COP28) creó muchas expectativas y ha acabado con un documento final que deja a muchos desilusionados y a otros tantos francamente preocupados tras un parto agónico y varias demoras. Entre abrazos, los grandes líderes se despedían hasta el año próximo mientras concluían que se trataba de una «cumbre histórica». Pero ¿hay motivos para celebrar? ¿Es realmente histórica?
Pasos en la buena dirección
Es la primera cumbre del clima en la que, por fin, se habla de eliminar los combustibles fósiles (o, como se incluiría en el documento final, «transitar para dejarlos atrás»).
En concreto se habló de abandonar el petróleo. Algo impensable, y por momentos muy polémico, en una cumbre celebrada en Emiratos Árabes, un país que basa un tercio de su economía en el petróleo, y presidida por Sultán Al Jaber, quien también preside un de las petroleras más grandes del mundo, la Abu Dhabi National Oil Company.
El acuerdo final de la COP28 envía una señal clara a los países, las empresas y los inversores de que el mundo está firmemente comprometido con la transición hacia una economía baja en carbono.
El acuerdo final de la COP28 envía una señal clara a los países, las empresas y los inversores de que el mundo está firmemente comprometido con la transición hacia una economía baja en carbono.
En el Día de la Naturaleza, el Uso de la Tierra y los Océanos de la COP28, que tuvo lugar el 9 de diciembre, 18 países –entre ellos España– respaldaron la Declaración conjunta de la COP28 sobre el clima, la naturaleza y las personas. Dicha declaración conjunta representa una nueva visión para alinear las agendas de las políticas del clima y de la biodiversidad y estipula que las naciones deben trabajar tanto a nivel nacional como internacional en torno al Acuerdo de París y al Marco Mundial de Biodiversidad Kunming-Montreal.
Los líderes también han hecho una importante declaración sobre el sistema alimentario global con un compromiso que debe concretarse a nivel regional y local. Los 134 países que producen el 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de los alimentos –que representan un 30% de las emisiones totales– y consumen el 70% de todos los alimentos a nivel mundial han acordado transformar los sistemas alimentarios en beneficio del clima, la naturaleza y las personas.
Importante también fue la incorporación de una sesión extensa completamente dedicada a los impactos del cambio climático en la salud basada en la visión del programa de las Naciones Unidas de One Health, Una Salud.
A pesar de las dudas y algunos retrocesos en la lucha contra el cambio climático, en parte debidos a la guerra de Ucrania, en esta COP se ha visto a una Europa unida y decidida a seguir liderando la mitigación del cambio climático.
Otros países como Estados Unidos acudieron a la COP28 con muchos deberes climáticos hechos. La Administración Biden llegó a Dubái con el viento a favor, gracias a las enormes inversiones climáticas incluidas en la Ley de Reducción de la Inflación y la ley bipartidista de infraestructuras.
Las aportaciones de otros países clave como China, India, Brasil y Rusia han sido discretas, pero al igual que en el caso de Arabia Saudí, no han entorpecido mucho las negociaciones.
El documento final contiene una extensa relación de lo que nos hace falta para mitigar el cambio climático y para adaptarnos a los impactos que ya está causando.
La COP28 nos ha dejado el compromiso de triplicar la capacidad instalada de energías renovables y de duplicar la eficiencia energética para 2030, de aumentar la financiación para los países en desarrollo, de reducir sustancialmente el metano y otros gases distintos del CO₂ y de acelerar el despliegue de una amplia gama de tecnologías de cero y bajas emisiones.
La COP28 nos ha dejado el compromiso de triplicar la capacidad instalada de energías renovables
Los países deben presentar la próxima ronda de objetivos de emisiones, conocidos como contribuciones determinadas a nivel nacional (NCD), antes de la COP30 de 2025, y se espera que tengan en cuenta los resultados del inventario mundial presentado en esta reciente COP al hacerlo.
Falta de acuerdos vinculantes y sanciones
Aunque al fin se haya puesto en marcha un fondo de compensación por daños y pérdidas, las aportaciones de los países son, de momento, pequeñas: apenas rondan los 700 millones con las aportaciones de todos los países, una cantidad mil veces menor que la que países como Estados Unidos o Francia destinan a causas parecidas en su propio territorio. Los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no terminan aún de concretar y orquestar los mecanismos financieros.
El primer balance mundial ha revelado lo mucho que queda por hacer. Si los compromisos adoptados nacionalmente se cumplen, lo que no está del todo claro, nos dirigimos hacia un calentamiento entre 2,1 y 2,8 ºC respecto a la era preindustrial, en lugar de los 4 ºC a los que nos encaminaríamos sin estos compromisos. Es decir, mejora la situación pero todavía nos mantiene muy por encima del límite de seguridad climática establecido en 1,5 ºC.
El acuerdo de la COP28 revela que el proceso iniciado con el Acuerdo de París sigue vivo y ha superado un importante primer balance mundial, aunque con un aprobado raspado. Las emisiones globales no han dejado de crecer y en un mundo que requiere de estrategias a largo plazo hemos visto que en este caso lo que faltan son compromisos reales, concretos e inmediatos.
El principal problema de este documento y de las resoluciones alcanzadas en la COP28 es que no son vinculantes. Se deja a los países toda la libertad para hacer o no hacer, y no tiene ninguna sanción, no tiene ninguna consecuencia el que los países hagan más o hagan menos. Estas dos características hacen de este acuerdo, como los de las anteriores cumbres, un marco de referencia demasiado laxo para la situación actual con un cambio climático evolucionando a gran velocidad.
Además, se abre un paréntesis incierto y quizá no del todo afortunado sobre otras formas de energía menos intensivas en carbono o con poca huella ambiental, incluso abriéndole otra vez la posibilidad a la energía nuclear. Son puertas que se dejan abiertas pensando, probablemente, en futuros complicados.
El gas ha sido uno de los grandes beneficiados de esta cumbre porque se ve como la forma energética de transición por excelencia
El gas ha sido uno de los grandes beneficiados de esta cumbre porque se ve como la forma energética de transición por excelencia. Sabemos que el gas, aunque es mejor –en el sentido de las emisiones– que el petróleo y mucho mejor que el carbón, no es en absoluto la solución. Puede ayudar en la transición, pero en la forma en la que está escrito, el documento permite que los países, las empresas y las organizaciones puedan interpretarlo y aplicarlo de maneras muy distintas.
Una transición liderada por la gente
El documento final de la COP28 es el marco de acción para el desarrollo de los planes nacionales de cambio climático. Las acciones requeridas en esos planes, detalladas en el punto 28 de la resolución, demuestran la dificultad de concebir un futuro sin combustibles fósiles. Se deja espacio hasta para el carbón, para el que simplemente se proyecta una «reducción progresiva».
Otro de los aspectos preocupantes de la resolución es su énfasis en soluciones tecnológicas porque consolida un modo de pensamiento tecnocrático que nos aleja de la necesidad de una transición negociada. La transición es social y política, y no hay soluciones mágicas (tecnológicas) que nos saquen de este atolladero. Aunque las tecnologías de eliminación y desarrollo de las emisiones de gases de efecto invernadero han avanzado en la última década, su implantación a gran escala es, todavía, algo lejano.
El texto propone una transición ordenada, justa y equitativa, liderada por gobiernos nacionales. Pero hay otras maneras de imaginar esa transición: una transición en la que lo que cuente no sea solo lo que pase en una COP y lo que hagan las grandes petroleras, sino que sea una transición liderada por la gente, en sus vidas y en sus relaciones con los gobiernos y con el medio que nos rodea. Eso requiere narrativas que no vemos y estrategias que de momento no acaban de estar en la mesa.
Hay razones para alegrarse tras la COP28 pero, en general, hay más razones para preocuparse. Es, por tanto, momento de canalizar nuestra preocupación, desde la de la ciudadanía y los representantes políticos hasta la de los profesionales relacionados con la huella de carbono o con las estrategias para mitigar el cambio climático hacia soluciones concretas y rápidas, algo que no está en el documento de la COP.
Es clave que la ciudadanía apoye decisiones valientes por parte de representantes políticos que apuesten por medidas decididas. Es clave que demos también nuestro apoyo a aquellas empresas e iniciativas privadas que se embarquen en campañas realmente comprometidas con la descarbonización en su sector. Mitigar el cambio climático requiere de un enfoque concreto pero colectivo de la gran preocupación que todos y todas tenemos por un clima cada día mas amenazante.
Fernando Valladares es profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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