Sociedad

Qué humana es la mujer de Lot

Mirar atrás es tan humano que, hasta Edith, la mujer de Lot, sucumbió a la tentación, pagando el precio con su propia vida. Kurt Vonnegut lo recogió así en ‘Matadero Cinco’. ¿Podemos evitar la tentación de querer verlo todo, incluso el horror?

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23
noviembre
2023

Ya le sucedió al bueno de Ned Flanders en aquel capítulo de Los Simpson en el que rodó una película La pasión de Caín y Abel sobre el pasaje bíblico: lejos de resultar carismática, su proyección fue un éxtasis de violencia y sadismo. En la tradición judeocristiana, cuando Yahvé castiga las ciudades de Sodoma y Gomorra por su desviación moral, la mujer de Lot no puede soportar la tentación y, en un momento dado, desobedece las instrucciones de Dios, mirando atrás. Su final, además de trágico, encierra un aviso atemporal: la curiosidad puede salirnos muy cara. Más si el gesto encierra una clara desobediencia. Sin embargo, ¿los seres humanos podemos evitar la tentación humana de mirar, en especial, lo prohibido? ¿Y qué es aquello prohibido que puede convertirnos en estatuas de sal (metafóricamente hablando)?

Cuando el escritor estadounidense Kurt Vonnegut escribió Matadero Cinco incluyó una referencia al pasaje del Génesis donde la mujer de Lot, llamada Edith según una leyenda midrásica posterior, es convertida en estatua de sal por querer mirar la destrucción de las impúdicas ciudades. «Como ya es sabido, ambas ciudades estaban llenas de gente vil. El mundo seguiría mejor sin ellos. Y desde luego, a la esposa de Lot le dijeron que no mirara hacia atrás, donde habían estado todas esas gentes y sus hogares. Pero ella se volvió para mirar, y eso fue lo que me gustó. ¡Es tan humano!», escribió Vonnegut, quien en la novela tomó la piel de Billy Pilgrim, quien es secuestrado por extraterrestres que le enseñan que el tiempo no es lineal, por lo que el libre albedrío no existe y la Historia está escrita desde el principio de los tiempos.

Edith mira atrás ante los chillidos de horror, el temblor del suelo, el cielo incendiado. Conoce el horror que está sucediendo, pero en la abstracción. Al mirar la brutal destrucción que está llevando a cabo el propio Yahvé, este se ve descubierto. ¿Quién es más humana, Edith o el propio Dios? Su naturaleza, que está velada ya en la invocación de su propio nombre, queda desvelada ante la vista de la mujer de Lot. Pero al Yahvé bíblico no le preocupa tanto ser visto en una manifestación física como en su verdad interior. Él es la Justicia y el Bien, pero está cometiendo un crimen contra sus propias criaturas. ¿Dónde ha quedado su naturaleza? En el sencillo gesto de mirar atrás, Lot desmitifica a Dios, cuya crueldad se pone a la altura de la imperfecta vileza humana. Pueblo tras pueblo, civilización tras civilización, ¿no nos hemos asesinado de las formas más crueles entre nosotros mismos, miembros de una misma especie, seres supuestamente inteligentes?

La mujer de Lot no puede soportar la tentación y, en un momento dado, desobedece las instrucciones de Dios, mirando atrás

Vonnegut se sentía como la Edith de la tradición judía: había roto el pacto de silencio con el devenir mismo del cosmos. Había vivido la crueldad de la guerra y, la mirar sus horrores en su plenitud, una parte de su mente se había desmoronado para siempre. Su «yo» ingenuo, relacionado con la esencia divina, quedó corrupto.

De alguna manera, los seres humanos pagamos este precio cada vez que decidimos anteponer nuestro deseo de saber y miramos lo que nos está prohibido observar. La mirada indiscreta no se limita a la que nuestros ojos pueden ofrecernos: al investigar asuntos sibilinos, al analizar el discurso de nuestro tiempo más allá de lo evidente o en el simple gesto de conocer, de ahondar en el conocimiento de la realidad. El castillo de las apariencias se desmorona una y otra vez ante nuestra perspectiva, y lo que nos queda es una verdad nueva, no necesariamente cruel, pero casi siempre incompatible con la anterior visión del mundo. A partir de ese momento ya no seremos los mismos. Tampoco podremos comportarnos de la misma manera que antes de adquirir ese conocimiento. No podemos evitar desear conocer lo que existe: a pesar de la habitual actitud visceral e irreflexiva del ser humano, nuestra expresión tiende a ser analítica y epistémica.

Los seres humanos representamos una efímera manifestación de las posibles formas de vida que pueden desarrollarse en el cosmos. Lo divino trasciende nuestra perspectiva, lo que, por otra parte, no limita nuestra capacidad de conocimiento, pero sí de acción. Podríamos llegar a ser cómplices de un cosmos cambiante y extenso, respetando la vida en sus múltiples manifestaciones, o podemos convertirnos en entidades destructoras que entienden el poder no en el respeto y el ejercicio del bien, sino en la práctica del mal, el sometimiento y la destrucción.

Dicho en otras palabras: podemos convertirnos en la mujer de Lot, que adquiere una conciencia última de los riesgos de una condición divina mal interpretada, o en un Yahvé colérico, fuera de sí, que parece haber olvidado las virtudes que le hacen ser el Dios universal y creador. A fin de cuentas, hasta Rick Sánchez se dejó la pistola de portales en el coche en el planeta en El día de la Purga. Somos humanos, necesitamos saber, aunque nos duela.

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