Cultura

El principio de certidumbre

¿Es la incertidumbre connatural a la condición humana? ¿Es posible crear certezas en tiempos de confusión? Arash Arjomandi explora en ‘El principio de certidumbre’ (Almuzara, 2023) el enigma de nuestra época: la incesante sensación de desconcierto pese a la multitud de estudios y escuelas psicológicas que persiguen satisfacer este temor natural.

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24
noviembre
2023

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«El gran descubrimiento de la evolución es el descubrimiento de la muerte» dice Juan Luis Arsuaga.

Es el regalo envenenado de la consciencia. Somos la única especie que planifica el futuro y al poco de tomar consciencia, casi lo primero que descubrimos es que nos vamos a morir. Y eso es un regalo envenenado porque te sitúa ante un horizonte de acabamiento y desde ese momento ha angustiado a los seres humanos. Los seres humanos no podemos asumir nuestra caducidad, sobre todo cuando uno está sano y joven. Es probable que una persona mayor lo vea como un tránsito natural. Cuando se descubre que hay un final, eso da origen a la búsqueda de explicaciones, como podríamos definir el fenómeno religioso. En Atapuerca hay una acumulación de cadáveres; es un comportamiento no utilitario que quizá puede tener relación con la piedad o la compasión. Somos la única especie que sabe que se va a morir inevitablemente y que tenemos un problema existencial y la búsqueda de un sentido a nuestra existencia.

Este singular hecho ha sido confirmado, pues, por los paleontólogos actuales; no solo por los responsables del Atapuerca –el principal yacimiento arqueológico del mundo en cuanto a restos de especies humanas– , sino también por otros, como el francés Yves Coppens, quien en 1965 descubrió el cráneo de un homínido en Yaho y en 1974 fue uno de los tres descubridores de Lucy, la famosa Australopithecus encontrada en África. Coppens va más allá e identifica, incluso, la aparición misma del género homo con la toma de conciencia de su propia mortalidad.

La literatura y la filosofía ya lo habían intuido con anterioridad. Dice el poeta alemán Rilke que solo los humanos vemos la muerte; los animales no ven su propia muerte. Martin Heidegger, inspirado por Rilke, y, para muchos, uno de los pensadores más originales e influyentes del último siglo y medio, también lo cree así6: que la angustia es definitoria de los humanos por ser los únicos que nos planteamos nuestro propio ser, no como un hecho del mundo o un suceso de la evolución sin más, sino como un problema, es decir, preguntándonos por el hecho de nuestro ser y por el sentido mismo de ser. Afirma que el ser humano es un Dasein, es decir, un ser que —desde que tiene uso de razón— se encuentra, quiéralo o no, en el mundo, como una existencia abyecta y abocada a ser: «no remite a una causa que dé razón de su existir sino a un fundamento infundado que catapulta el Dasein a sus propias posibilidades».

El ex de nuestra existencia hace referencia a estar fuera de ese fundamento o causa, pender de un hilo sobre el abismo. Nuestro ser consiste en no dejar de ser, a pesar de que desde el momento en que nacemos estamos abocados a la muerte. El ser humano se encuentra «eyecto, arrojado, condenado a cargar con un ser que ni ha producido ni ha elegido, del cual se ve exigido a responder y al cual se ve abocado a cuidar y proveer en el modo de la cura y de la procura».

Nuestro ser consiste en no dejar de ser, a pesar de que desde el momento en que nacemos estamos abocados a la muerte

Nuestra falta de ser afecta al origen y al fin, y hace de nosotros seres arrojados a resolvernos respecto a un fundamento infundado y a una finalidad sin fin. Nada más tener uso de razón, nos descubrimos en esa condición prístina primera: colgados entre una falta de origen y una falta de completitud, realización o plenitud por estar orientados a la muerte.

En ese encontrarse, el mundo cae sobre él, a modo de pesada carga o espíritu de gravedad y pesantez que cae sobre sus hombros. Su ser en el mundo se le impone con toda la fuerza de la gravedad, a modo de un peso físico imposible de soslayar […] De hecho lo anímico, los afectos y los hábitos pasionales, son, ni más ni menos, modos a través de los cuales […] «se encuentra», de ahí que respondan todos ellos a la pregunta: «¿Cómo te encuentras, qué tal te encuentras?». En la respuesta a esta pregunta se dibujan los estados de ánimo, alegre, triste, melancólico, nostálgico, iracundo, desesperado, temeroso, aterrorizado, angustiado.

A diferencia de otras cosas y entes del mundo, el hecho de que seamos y muramos es lo más importante que nos ocurre, mucho más que el que sintamos, amemos, pensemos, conozcamos, inventemos o descubramos. Y eso nos suscita angustia. La angustia es la manera en que comprendemos nuestra indeterminación en el mundo, pues debemos dilucidar de dónde hemos sido arrojados y a dónde nos proyectamos; cuál es nuestro fundamento y cuál nuestra finalidad.

Somos los únicos que tenemos certeza absoluta sobre la más radical indeterminación (nuestra definitiva inexistencia y muerte) y comprendemos tal certidumbre como el hecho más propio de nuestra existencia. Esto nos produce o provoca una angustia congénita y constitutiva. Para soportarla y sobrellevarla, nos solemos entregar, precisamente, a la indeterminación de lo impersonal, según analiza Heidegger.

De una forma pasiva e inauténtica nos dejamos determinar por opiniones comunes, establecidas o repetidas en la calle, en las conversaciones banales con los demás, en los medios de comunicación o en las redes sociales. Creemos, así, que pasando a formar parte del mundo creado por otros soportaremos la angustia que propicia la incertitud existencial y la certeza de la muerte, y podremos diluir la inquietud y ansiedad que suscita esa incertidumbre y ese hecho seguro que supone nuestra propia aniquilación.


Extracto de ‘El principio de certidumbre’ (Almuzara, 2023), de Arash Arjomandi.

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