Internacional

La deshumanización del otro, antesala de la agresión

A lo largo de la historia, en diversos conflictos se ha utilizado la deshumanización de determinados grupos para generar un clima social permisivo con la violencia.

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27
noviembre
2023

«El genocidio empieza por la deshumanización», dijo Adama Dieng, asesor especial sobre la Prevención del Genocidio de las Naciones Unidas, en 2014. Pero su frase resuena con fuerza en la actualidad. Son numerosos los expertos que señalan cómo el discurso del odio suele preceder a la violencia a gran escala, algo que ha quedado patente, por ejemplo, en el marco del conflicto palestino-israelí, después de que el ministro de Defensa de Israel afirmara: «Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia».

No se trata de un mecanismo nuevo, ni inocente. A lo largo de la historia podemos encontrar innumerables ejemplos; y probablemente el más analizado sea el que acompañó al Holocausto. Ratas, piojos, cucarachas, zorros, buitres son algunos de los animales que los nazis usaban para definir a los judíos y despojarlos así, a través del discurso, de sus características humanas. En otras ocasiones, especialmente tras el inicio del Holocausto, la propaganda nazi optaba por retratar a los judíos como agentes insidiosos y astutos de malevolencia, en un intento de demonización.

En los procesos de colonización también se utilizó un discurso deshumanizador para legitimar la privación de derechos a los pueblos indígenas de los territorios conquistados. Así, los indios americanos eran directamente «salvajes», mientras que el cristianismo y la raza blanca eran sinónimo de «civilización» o «humanidad». Esto quedó claramente reflejado en el imaginario social construido por la literatura, la plástica y la historiografía, que siguió reproduciendo esos mismos clichés hasta prácticamente la actualidad. Lo mismo ocurrió en Asia o en África, donde el colonizado era comparado frecuentemente con animales. Como denunció el psiquiatra Frantz Fanon en su libro Los condenados de la tierra, «el lenguaje del colono es un lenguaje zoológico».

Ratas, cucarachas, salvajes: diversos calificativos se han usado para degradar al otro en los conflictos

Otro caso paradigmático sobre el que se ha hablado mucho es el del genocidio ruandés. En la Radio Télévision Libre des Mille Collines el odio a la minoría tutsi se azuzaba con lenguaje degradante y calificativos animales. Se comparaba a los tutsis con cucarachas, serpientes y conejos «que había que matar».

Se trata de un concepto habitual en las guerras, especialmente en la lógica genocida, en la que está muy estudiado. La deshumanización es la cuarta fase de las 10 etapas de genocidio establecidas por el profesor Gregory Stanton. Tras clasificar a las personas entre «nosotros» y «ellos», establecer símbolos visibles de dicha clasificación y restringir los derechos del subgrupo minoritario, llega el momento de despojarles de su humanidad, comparándolos con animales, demonios o enfermedades. A pocas fases de distancia llega la preparación para el exterminio, la persecución y los asesinatos en masa.

Evidentemente, no hace falta deshumanizar a alguien para agredirlo, pero son muchos los expertos que han alertado de que estos procesos de deshumanización se asocian a una mayor disposición a perpetrar la violencia. Por otro lado, como explicó Nick Haslma a la BBC, hay poca evidencia de que el lenguaje deshumanizador cause el comportamiento violento, pero hay muchísima evidencia de que lo acompaña. Las personas que deshumanizan a otras son mucho más propensas a tratarlas mal.

Por un lado, la deshumanización hace más fácil para el perpetrador ser cruel con su víctima. Al fin y al cabo, los seres humanos contamos con numerosas prohibiciones morales y reticencias psicológicas que nos impiden hacer daño a otros. A priori, a todos nos parece inconcebible matar a otra persona, y aquellos que forman parte del brazo ejecutor de un genocidio, por ejemplo, no tienen por qué ser una excepción. La deshumanización funciona así como una manera de subvertir las inhibiciones sociales contra la violencia. Matar a un gusano siempre será más fácil que matar a un hombre o una mujer.

En los genocidios, el lenguaje es un mecanismo, entre otros, utilizado para despojar a un individuo de su condición humana

En este contexto, el lenguaje es solo uno más de los muchos mecanismos que se pueden emplear para despojar a alguien de su condición humana: reemplazar los nombres por números, rapar las cabezas, vestir a todos de la misma manera, hacerles vivir entre suciedad y excrementos… ¿Cuál es el objetivo de todo eso? Como rememora el psicólogo social James Edward Waller en el vídeo «Dehumanizing the enemy» tras preguntar a un comandante del campo de exterminio de Treblinka por qué tanta humillación, por qué no matar a los habitantes del campo sin más, él respondió: «Porque así es más fácil para mis hombres hacer lo que tienen que hacer».

Por otro lado, para quien no comete el crimen, para quien simplemente es testigo, también resulta mucho más fácil de justificar si la persona o el grupo agredido se ve como algo diferente a uno mismo, como seres «subhumanos». En un estudio en Estados Unidos se concluyó que los participantes que habían sido expuestos a comparaciones vejatorias sobre la población negra eran más proclives a tolerar una respuesta desproporcionalmente agresiva por parte de la policía. De la misma manera, otro trabajo mostró cómo aquellos que deshumanizaban a los musulmanes eran más partidarios de tácticas de contraterrorismo violentas.

Esto hace especialmente relevante el papel de los medios de comunicación. Está claro que el lenguaje juega un papel clave en la construcción del relato, en la visión que tenemos del conflicto, de quienes son los «buenos» y los «malos», pero también, como estamos viendo, puede contribuir a crear distancia con el sufrimiento de las víctimas, o a hacer que la opinión pública vea a unas víctimas como más merecedoras del trato recibido que a otras. Cuanto más escuchamos describir a un grupo de manera deshumanizada, más probabilidades tenemos de acabar deshumanizándolo. Ninguna persona, en ningún contexto, debería ser comparada con gusanos, ratas o cucarachas. Porque cuando se hace es para justificar lo injustificable.

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