Cultura

¿Es la filosofía el arte de aconsejar bien?

La filosofía representa el afán por buscar la verdad sobre la naturaleza del cosmos, la social y la humana. Sea por accidente o como consecuencia, ¿ofrece el pensamiento filosófico pautas que nos ayuden a vivir mejor?

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28
noviembre
2023
Fragmento de ‘El consejo del padre’, Plácido Francés y Pascual, 1892. © Museo Nacional del Prado

Hacía tiempo que la guerra civil desangraba las tierras ennegrecidas por el lodo del río Nilo. La autoridad religiosa y social del faraón había desaparecido. En medio de aquella confusión, príncipes, nobles y hombres de letras comenzaron a preguntarse si el orden establecido por los dioses tenía algún sentido.

La filosofía, o su albor, comenzó a aflorar en Egipto. «Si eres hábil con las palabras, resultarás victorioso. La lengua es la espada de un rey; las palabras son más fuertes que cualquier combate, el ingenioso no puede ser sobrepasado», ordenó escribir Jety VII en la que es reconocida como la primera obra literaria moralista de la historia, las Enseñanzas para Merikare. Escritas hace cuatro mil años, iban dirigidas a su hijo y heredero, con la intención de que su futuro gobierno fuese fructífero.

Desde el inicio de los tiempos, el ser humano ha intentado dilucidar las grandes cuestiones que acechan su existencia. Las ciudades sirvieron de catalizador al permitir que miles de personas de muy diversa procedencia se relacionasen entre sí. Las prédicas en las plazas de eruditos y diletantes, el surgimiento de escuelas y, posteriormente, de universidades, facilitó el desarrollo de la filosofía y la ciencia. Cuestiones universales, que abarcan desde el buen gobierno hasta la búsqueda –o rechazo– de la felicidad, el estudio de la naturaleza y la escondida verdad que gobierna el ser. ¿La filosofía constituye una guía para vivir mejor?

Una consejera llamada «Verdad»

Todo filósofo es, en origen, un curioso que intenta alcanzar un cierto grado de certeza. Para esquivar la mera especulación o la alparcería aldeana, el pensador analiza los detalles, desarrolla metodologías para tomar medidas, dedica ingentes cantidades de tiempo a desbrozar en su mente las cuestiones más nimias. Se convierte, así, en un investigador. A diferencia del sofista, aquella persona docta en los saberes que se sospechan ciertos en una determinada época, el filósofo, en amor hacia su deseo de alcanzar un verdadero conocimiento de la realidad, busca la certeza desde la duda. En esa indagación va encontrando «verdades» que intenta transmitir a sus semejantes, a modo de legado y de obsequio para la humanidad.

Este es el momento en el que la filosofía adquiere una dimensión instructiva. No solo por las aportaciones epistémicas, sino por un fin tanto intencional por parte de los propios pensadores como accidental. Pues la verdad, o los intentos por alcanzarla, encierran lecciones que la persona reflexiva puede aplicar a su vida.

La garantía de una buena vida, de una existencia longeva, saludable, larga y feliz sigue siendo la gran obsesión de nuestra especie

En este sentido, el pensamiento humano es imposible de desligar de un conocimiento ético, accesible a cualquier persona que se esmere por poner en práctica sus descubrimientos. Una primera aproximación es deliberada: la garantía de una buena vida, es decir, de una existencia longeva, saludable, larga y feliz sigue siendo la gran obsesión de nuestra especie. ¿Quién no desea disfrutar de la vida, alcanzar un bienestar permanente y gozar una grata salud, física y social? Sócrates y Confucio inauguraron la senda de la virtud y de la piedad filial, respectivamente, como medios para perseguir una deseable paz social. La política adquirió en el seno de la ciudad una importancia vertebral, individuo y comunidad se reconocían como dimensiones del ser humano difícilmente separables, como es el caso de Aristóteles, que relacionó la felicidad individual estrechamente con la política.

Con el paso de los siglos, las cuestiones humanas se han dirigido como recomendaciones prácticas y éticas, cuando no morales, que han servido y aún alumbran una amable guía para el buen lector. Es el caso de los epicúreos y los estoicos, con Séneca y Marco Aurelio al frente, Petrarca, Tomás Moro, Blaise Pascal, los filósofos ilustrados y, más recientemente, Schopenhauer o Nietzsche, entre infinidad de ellos.

La segunda de las causas es la accidental. Al estudiar las cuestiones del espíritu (es decir, las emociones, la propia razón, la psicología humana) y las mecánicas naturales se establecen saberes útiles. Un ejemplo valioso del que extraer moralejas es mediante las biografías: no existe literatura ni imaginación que pueda superar en diversidad y calidad las vivencias de una persona, incluso de las más anodinas. El arte de contar bien unos sucesos, siempre ficticios, aun cuando están basados en hechos reales, que es la literatura, está poblada de potenciales enseñanzas, muchas de ellas impresas con un fin volitivo, como es el caso de los cuentos o el refranero popular. La ciencia, entendida correctamente, también nos ofrece enseñanzas aplicables al día a día, como es el caso de las normas higiénicas que se extraen de los conocimientos que la medicina o la biología nos ofrecen de cómo se propagan las enfermedades.

En ningún caso la filosofía y la ciencia están dirigidas a dotar con técnicas universales a los casos particulares de cada cual

La filosofía no es autoayuda

Llegados a este punto, el consejo de la filosofía podría confundirse con la autoayuda. Sin ningún ánimo de prestigiar y demeritar este último campo, ambas líneas de disciplina están vinculadas, pero no son confundibles entre sí. Los saberes que ofrecen la filosofía y la ciencia intentan ser objetivos y universales incluso cuando su finalidad es instructiva y aquello que suele pretenderse es la transmisión de un posible conocimiento que mejore la vida de los semejantes. En ningún caso la filosofía y la ciencia están dirigidas a dotar con técnicas universales a los casos particulares de cada cual. Por ejemplo, en la Physica de Hildegarda de Bingen, la santa y polímata medieval escribió: «El hombre que tiene muchos piojos, si huele lavanda frecuentemente, los piojos morirán». Es evidente que de aquí se obtiene un consejo para quien quiera desprenderse de la agresión de estos sibilinos insectos, pero no representa una guía que ofrezca una vida mejor, sino un saber que posee una aplicación evidente.

Lo mismo sucede con cualquier otra clase de estudios y observaciones, como los religiosos o los éticos. «Cuando los hombres aceptan como verdad incontestable lo que otros les presentan como tal sin verificarlo, caen en la superstición», escribió León Tolstói en El camino de la vida. Quien decida hacer caso al genio ruso encauzará su vida en una dirección más o menos convergente con la realidad de las cosas, pero en la intención del moralista no reside tanto ofrecer unas pautas sólidas que resuelvan problemas como encontrar soluciones que cualquiera pueda tomar como referencia y hacer suyas. La filosofía, queriendo y sin pretenderlo, es el arte del buen consejo y la búsqueda tanto del conocimiento como de una vida serena, feliz y duradera, a poder ser. Miles de años de estudio después seguimos interpretando las señales del devenir, ofreciendo y recibiendo consejos (sencillos o estirados), en un ciclo no terminará mientras exista la humanidad.

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