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«Cada día suministramos a nuestro propio Gran Hermano información sobre nuestros gustos, necesidades y fobias»

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22
noviembre
2023

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Hablamos con Luis Suárez Mariño con motivo de la publicación de su libro ‘Jalones en el camino‘ (Letrame, 2023), que recoge los artículos publicados por este abogado especializado en ‘compliance’, durante los últimos seis años en Ethic.


Como explicas en el prólogo, muchos de esos artículos surgieron inspirados mientras paseabas por el bosque que tienes al lado de la que fue tu casa o en tus salidas al monte. ¿Puedes ahondar en esta idea de reflexión peripatética y escritura?

Puedo confirmar que nuestros mejores pensamientos se conciben caminando, como mantuvieron algunos de los más grandes filósofos, como Nietzsche o Kant. No me quiero, ni mucho menos comparar, con estos grandes filósofos, pero sí atestiguar la certeza de sus afirmaciones y reconocerme seguidor de esa tradición que ya iniciara Aristóteles y Platón en la Escuela de Atenas de unir paseo y pensamiento. Caminar en la naturaleza es una acción que no solo nos conforta el cuerpo, sino que, de algún modo, hace que nuestra mente se relaje y nos sintamos una pequeña parte de este hermoso planeta que habitamos. Fruto de ese relajarse surgen, como también ocurre algunas veces al despertar a medianoche, ideas, esbozos de temas, que nos sirven de acicate para acercarnos a determinadas lecturas y, finalmente, para ordenarlas y escribirlas. De esas lecturas hago referencia en la bibliografía recogida al final del libro.

¿Por qué Jalones en el camino?

Los que somos aficionados a la montaña sabemos que esos hitos de piedra que van dejando otros montañeros nos indican el camino que debemos seguir en nuestra ascensión. Son jalones en el camino que nos ayudan a alcanzar la cumbre, aunque a veces no fácilmente visible, más sencillo o menos complicado. Cada uno de los artículos recopilados en este libro intenta ser jalones o hitos que me he ido dejando a mí mismo para mejor transitar por el camino de la vida, que hoy aparece con nuevos retos en el horizonte, retos a los que nos tenemos que enfrentar como hombres y mujeres individuales, y como especie.

Esos textos tienen un hilo conductor común, la ética, o una respuesta desde la ética a las muy diferentes y variadas cuestiones que planteas.

Ahora al revisar los textos para la publicación del libro, me he dado cuenta de que la práctica totalidad de esos textos, están hilvanados por un hilo conductor común, lo que demanda la ética, o lo que yo entiendo por ética, que nos atañe a todos como seres sociales. Tanto la moralidad como la ética en un sentido general tienen que ver con lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto. Mientras la moral se refiere a los principios de las personas en relación con el bien o el mal, en función de sus creencias personales, la ética se refiere a las reglas o códigos de conducta que son dominantes en la sociedad. Es decir, la ética se refiere a las normas o patrones de lo que es bueno o malo definido por una comunidad en un contexto social. La norma ética está supeditada a la cultura a la que se pertenece, y en un Estado de derecho avanzado está en gran medida reconocida por el orden jurídico. De ahí que cuando nuestro Tribunal Supremo ha hablado de «cultura ética» –perdóname la digresión jurídica– lo haya hecho con un significado análogo a «cultura de respeto al Derecho». Se puede concluir, pues, que la cultura ética es aquella conforme con las normas que rigen la sociedad en un Estado democrático, y por encima de todas la Constitución y los valores y derechos que en ella se declaran, primordialmente la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, valores éticos reconocidos en el art. 1 de nuestra Carta Magna como valores superiores del ordenamiento jurídico. Y junto con esos valores los proclamados en el art. 10, dentro ya del título primero de nuestra Carta Magna (de los derechos y deberes fundamentales): el respeto a la dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás como fundamento del orden político y de la paz social.

¿Crees en este sentido que la Unión Europea puede actuar como dique frente la tentación de socavar los valores democráticos como la libertad bajo la excusa de la seguridad?

Sobre la idea de Europa y la defensa del sistema de libertades y derechos que nos hemos dado y del que soy defensor a ultranza, escribí bajo el título «Europa, Europa» partiendo de lo que representan sus tres símbolos: la bandera formada por 12 estrellas amarillas dispuestas en círculo sobre fondo azul representando los ideales de unidad, solidaridad y armonía, el lema «unidos en la diversidad» y «El himno a la Alegría» con el que termina la novena sinfonía de Beethoven. Defiendo, con George Steiner, una idea de Europa desde el Mediterráneo, una Europa entre cuyas señas de identidad se encuentran, muy singularmente, sus cafés, «repletos de gentes y palabras», y sus plazas y bulevares, paisajes «caminables», con una función relacional intrínseca, desdibujados hoy por la influencia del estilo de vida norteamericano, centrado en la invitación constante al consumo y la despersonalización del centro de las ciudades, que han pedido sus señas de identidad y han sido tomadas por entidades financieras y grandes franquicias. Alrededor de esta idea gira también el capítulo «Ciudades verdes y caminables: una urgente necesidad».

¿Te preocupa que la degradación del lenguaje y del conocimiento afecten a la postre a la libertad?

Sobre la libertad escribo en el capítulo «La guerra de la libertad: de Orwell a nuestros días», tras releer 1984. En un artículo publicado en 1980 el escritor decía que en un principio muchos americanos entendieron que la novela era una crítica al sistema estalinista y al macartismo, pero que, cada vez más, los americanos –lo que hacía extensible a personas de otras nacionalidades– se estaban dando cuenta de que 1984 reflejaba otras realidades como el exceso regulatorio de los gobiernos –cada vez más interesados en controlar hasta las facetas más sencillas de la vida corriente– o la obsesión de los sistemas privados interesados en recabar información sobre cada faceta de nuestra vida privada. A día de hoy, no podemos negarle a Orwell su gran capacidad para predecir el futuro. En la actualidad no existen «telepantallas» controladas por el partido en el poder, pero cada uno de nosotros llevamos un smartphone que da poder a las compañías dueñas del software y sus aplicaciones para conocer nuestra ubicación, nuestras opiniones y escuchar nuestras conversaciones, incluso las más íntimas y personales. Cada día suministramos a nuestro propio Gran Hermano información sobre nuestros gustos, nuestras necesidades, fobias, dependencias, etc., y él lo utiliza en su beneficio. También, como ocurría en la novela de Orwell con el «Ministerio de la Verdad», el Gran Hermano que gravita sobre nosotros, crea y difunde información para configurar nuestro pensamiento y predeterminar nuestras preferencias políticas. Además, con tal de conseguir sus objetivos no le importa que haya de valerse de la difusión masiva de noticias falsas o de la tergiversación de la historia y del presente, utilizando, si es preciso, identidades también falsas para expandir por la red sus bulos.

«La cultura ética es aquella conforme con las normas que rigen la sociedad en un Estado democrático»

Precisamente esto que dices del «Gran Hermano Google» y la manera de funcionar de sus algoritmos y los de las redes sociales tiene que ver con los retos a que nos enfrenta la cada vez más perfeccionada tecnología, el metaverso o la inteligencia artificial, temas que también jalonas en el camino.

Sí, el metaverso y la realidad virtual enfrentan hoy al ser humano al riesgo de evadirse a otros mundos simulados a cambio de entregar nuestra libertad y capacidad de crítica, como ya planteara Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz. Precisamente, Huxley en un libro posterior, Nueva visita a un mundo feliz, ya describe una sociedad en la que la mayor parte de las personas pasan la mayor parte de su tiempo, no aquí y ahora, sino en otros mundos. Hoy, concretaríamos esos mundos en aquellos que nos ofrecen las redes sociales, los juegos de ordenador y las experiencias virtuales de muy diverso tipo, con la consecuencia de que ese vivir «ajenos» a la realidad implica –como concluye el escritor inglés– que al hombre se le haga difícil hacer frente a las intrusiones de los dispuestos a manipularle.

No solo el derecho a la educación y a la cultura, sino también otros derechos sociales, a la sanidad, al trabajo, a la vivienda digna y adecuada, o a una administración que sirva con objetividad y eficacia los intereses generales son otros temas que tocas en el libro. ¿En qué medida puede existir la libertad sin igualdad de oportunidades?

En esto estoy con Calamandrei, que afirmó que el problema de la libertad individual y el problema de la justicia social son jurídicamente un solo problema, pues es desde la igualdad desde donde se puede ejercer con plenitud la libertad, o, si prefieres, desde la construcción de los derechos sociales es desde donde es más fácil ejercer los derechos de libertad.

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