Opinión

Ver el mundo tal cual es

A esta forma de entender el mundo, descompuesto en sus elementos primordiales, la llamo «despoetización». Visto así, todo pierde su atractivo y emerge como una gran masa informe ante la que solo cabe encogerse de hombros.

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03
octubre
2023

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El Algoritmo se dio cuenta de que estaba adelgazando y cuidándome mucho antes de que mi madre me dijera que estaba más flaco. Escribo Algoritmo en mayúscula y en singular, no algoritmos, porque esa omnisciencia (conocernos mejor que las madres que nos parieron) es propia de dioses de religiones monoteístas. Ha pasado ya la era de los algoritmos politeístas. A las puertas del reino de la inteligencia artificial, es el momento de rendirse al poder del Algoritmo que todo lo sabe y todo lo ve.

Supo el Algoritmo omnipotente que estaba perdiendo peso y empezó a proveerme de toda clase de material de lectura para mi propósito. Mi muro de Facebook y las webs que consultaba se llenaron de anuncios de gimnasios y de ropa deportiva. Pero, sobre todo, me recomendaba artículos y entrevistas sobre nutrición y vida sana. No hay gurú de la alimentación que no se haya asomado a mi móvil.

Al principio no les hice caso, pero, dada su insistencia, empecé a leerlos, por saber cuántas formas distintas había de expresar algo tan simple como: «Para no engordar, come menos pizza y más manzanas». Me parecía esta una deducción al alcance de las mentes más simples, pero había toda una industria editorial basada en ella. Algo más contarán, me dije, porque son muchos gurús y dicen muchas cosas. A lo mejor tienen un truco de alquimista o encuentro la dieta del tocino, que permite estar sanísimo y en tu peso comiendo cocido lebaniego como desayuno, comida y cena. Porque no me puedo creer que haya toda una sección en las librerías para decir «come fruta y deja los donuts». Una vez escrito eso, ¿cómo llenan las 200 páginas restantes?

Pues sí, todos venían a decir lo mismo: menos pizza, más manzanas y más mover el culo. No hay otra. Pero, estudiando un poco más a fondo, detecté algunas tendencias y pensamientos interesantes. Por ejemplo, está de moda despreciar el pan blanco. El pan es la bestia negra del dietista. Por cómo se refieren a él, cualquiera diría que es veneno o está hecho de cocaína. Un nutricionista sentenció, para quitarnos las ganas de comerlo: «El pan, en el fondo, no es más que azúcares y harina».

Me encantó esa forma de verlo, pues tenía razón, y me propuse aplicarlo a todas las cosas. Cuando mi mujer me enseñó una mesa de comedor de un catálogo de muebles, para que le diera mi opinión, le dije: «Una mesa, en el fondo, no es más que madera, cola y barniz». Por la tarde, un amigo me propuso ir a una exposición: «Los cuadros, en el fondo, no son más que pigmentos adheridos a una superficie de tela o de madera», le repliqué. Ni hablar de leer un libro («en el fondo, letras dispuestas en una sucesión de páginas») o de ver una película («en el fondo, una sucesión de 24 fotogramas por segundo que eluden la persistencia retiniana y crean la ilusión de movimiento»). ¿Un poco de música? Para qué, si en el fondo son simples ondas a determinadas frecuencias. Cuando mi hijo me expresó su deseo de bañarse en la playa, le desengañé igualmente: «Hijo, en el fondo, el mar no es más que una gran cantidad de agua salada».

A esta forma de entender el mundo, descompuesto en sus elementos primordiales, la llamo «despoetización». Visto así, todo pierde su atractivo y emerge como una gran masa informe ante la que solo cabe encogerse de hombros. Dejemos que las partículas elementales orbiten y colisionen y hagan sus cosas de neutrones. No nos llevemos a engaño por las apariencias. La belleza, la sensualidad y las sensaciones son trampantojos y pareidolias. Si vemos ese delicioso pan de pueblo recién salido del horno como lo que en verdad es, un mazacote de harinas procesadas y azúcares, se nos pasará el hambre y nos sentiremos reconfortados por unas saludables náuseas. Así, no solo adelgazaremos y llevaremos una vida armoniosa sin glucosa ni colesterol de más, sino que llegaremos al final de todas las ilusiones. Concluiremos que no somos más que un montón de células más o menos organizadas, y nos parecerá bien (incluso práctico, ecológico y conveniente) convertir nuestro cuerpo en compost. Entonces, el Algoritmo, majestuoso en su infinita sabiduría, nos ofrecerá publicidades de servicios funerarios que trabajan ese tipo de inhumación en cadáveres humanos.

Si las profecías del Algoritmo se cumplen será al fin el territorio de una especie de homo sapiens sapiens ultrasapiens

Me reprocharán que exagero e incurro en la falacia de la reducción al absurdo, pero yo no he empezado el juego. Fueron esos nutricionistas que abominan del pan. Yo tan solo he estirado su razonamiento, haciéndolo consecuente, como sin duda hará el Algoritmo, que se toma muy en serio las operaciones lógicas y se esfuerza por ordenar el caos.

Como algunos integristas del dietismo han adquirido ya esa iluminación que permite verlo todo descompuesto en átomos, muchos creyentes se enfrentan a la incomprensión del mundo que les rodea. Viven entre seres irracionales que aún se emocionan ante una canción o se estremecen con una caricia. Gente extraña y peligrosa para la que las palabras amor o placer aún significan algo. Así, una periodista especializada en vida sana se pregunta desesperada por qué seguimos comiendo helados, si sabemos de sobra lo malos que son. Con toda la información que ha divulgado sobre su insalubridad, ¿por qué seguimos haciendo cola en la heladería italiana del barrio? ¿Es que no sabemos leer?

Cuando alguien no entiende por qué comemos helados, ha alcanzado otro nivel de conciencia, está en otra dimensión del universo que funciona con otras reglas. Ha evolucionado tanto, que su vida es incompatible con la del resto. ¿Cómo explicarle el placer de los dedos pringosos, la crujientura (sic) del cucurucho al morderlo y la aventura de mezclar sabores incompatibles? Para ese ser superior, los zampahelados somos animales inferiores. En el mejor de los casos, le pareceremos orangutanes que se despiojan. Si intentásemos razonar con ella, solo oiría ruidos guturales (en el fondo, las palabras no son más que vibraciones en el aire que impactan en el tímpano).

Benditos sean, porque de ellos es el reino del mañana. Si las profecías del Algoritmo se cumplen, los zampahelados sucumbiremos pronto, víctimas de enfermedades cardiovasculares, y el mundo (el mundo occidental, al menos, el que recibe instrucciones del Algoritmo) será al fin el territorio de una especie de homo sapiens sapiens ultrasapiens, Übermenschen biológicamente irreprochables cuyos análisis de sangre y de orina serán tan perfectos que parecerán esferas pitagóricas. Alabados sean, y ojalá perdonen nuestras flaquezas y nuestra simpleza de seres inferiores con sentidos del tacto, del gusto, del olfato y de la vista.

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