Cultura

La mirada filosófica de Dostoyevski

Puede que Dostoyevski publicase en el XIX, pero sus obras siguen estando muy vigentes. Su pensamiento tiene todavía hoy un potente eco y los temas que le preocupaban –y cómo– han influido en los autores de los siglos siguientes.

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10
octubre
2023

Fiódor Dostoyevski, quien sufrió en vida brotes de epilepsia y se libró de milagro de una condena a muerte a cambio de servir a la patria durante un tiempo en Siberia, sumergió su mirada artística en las profundidades de la mente humana. ¿Fue solo una perspectiva estilística? Basta conocer sus libros para entrever, si no a un filósofo, al menos sí a un magnífico observador de las circunstancias que rodean a cada ser humano, de los giros del destino y su reacción frente a la adversidad.

El autor de obras destacadas como La sumisa, Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov y Memorias del subsuelo, entre tantas otras, situó al ser humano en el centro de la cuestión existencial. Pero no como un observador imparcial, tampoco como un ser tocado por el hado divino. El ser humano de Dostoyevski deambula por un mundo que nunca llegará a comprender en su totalidad, está atrapado en la maraña de una circunstancialidad que se opone a sus deseos volitivos de oponer resistencia y los acontecimientos parecen no seguir un destino trazado, siendo azarosos en todo caso.

La situación política de su país, sus viajes por Europa, la precariedad que padecieron tanto él como su esposa Anna Grigórievna y el fallecimiento de varios de sus hijos, unido a la enfermedad crónica que padeció, marcaron su mirada claroscura sobre la vida. Dostoyevski adoleció profundamente la quiebra de los valores emanados del cristianismo. Él, que era creyente, observaba cómo el crimen, la estafa, el engaño y las malas artes en todos sus niveles y grados proliferaban por doquier. La propagación de los idearios y el auge de la participación política de todos los estratos sociales convertían la incipiente sociedad industrial rusa de la segunda mitad del siglo XIX en un espécimen extraño, cuanto menos. Por un lado, viejas tradiciones, como el caso de los mujiks o campesinos sin propiedades que podían ser vendidos o adquiridos junto con los lotes de tierras, en un medio rural que parecía habitar siglos pretéritos; por el otro, Moscú y San Petersburgo intentando reflejarse en el aire estilístico afrancesado, que en realidad eran tugurios donde ricos y pobres se cruzaban en las calles, pero vivían vidas tristes y disolutas, en especial el último y más numeroso estrato.

El ser humano de Dostoyevski deambula por un mundo que nunca llegará a comprender en su totalidad

La cuestión ética y la moral ocupan un espacio predilecto en el pensamiento que Fiódor Dostoyevski fue desentrañando a través de su profusa obra. Había comprobado en su experiencia vital cómo el ser humano era capaz de los mejores actos de generosidad y de las peores expresiones de sí mismo. ¿Por qué las personas se empeñan en causarse el mal, cuando la práctica del bien a todos enriquece?, se preguntaba. ¿Cuál podía ser el futuro de una humanidad empecinada en traicionarse a sí misma?

De esta obsesión surge su análisis psicológico. En la obra de Dostoyevski subyace la esperanza en los gestos luminosos del ser humano (una obra singular es Las noches blancas), pero tarde o temprano el dolor terminará por ser causado. La conclusión a la que se acerca el escritor moscovita tiene que ver con la incapacidad humana por amar desprendidamente, que implicaría la práctica del perdón y de la piedad. En cambio, la obcecación por conseguir determinados logros que otorgan una imagen de superioridad frente a los demás parece prevalecer como un tópico de la condición humana, al menos, hasta el momento. Los amantes se traicionan por supuestas conveniencias en las que se proporcionan la desgracia. Los hermanos que luchan desde sus rincones vitales, enfrentados, contra un padre perverso. La mujer de un prestamista que se ha suicidado y las causas que la han llevado a tal fatídico desenlace. Los motivos que impulsan a que hombres y mujeres, que no son malvados por naturaleza, terminen por entregarse a las bajas pasiones, cuando no a la criminalidad.

La mayoría de personajes y tramas de sus relatos y cuentos están basadas en personas que existieron en la realidad, también en sucesos que llegaron a sus oídos o que incluso conmocionaron a la sociedad de la época. Para Dostoyevski, el mundo y la vida poseen un sentido. Es el ser humano el que queda atrofiado por las inclinaciones inmorales y deja de buscar la iluminación divina para sus actos. El nihilismo representa para el escritor ruso una ausencia palpable de la práctica del bien, un destino que ha de terminar por arruinar el futuro prodigioso que, de otra manera, espera a la humanidad. Hay existencialismo en la mirada de Dostoyevski: la angustia vital aparece en sus personajes o bien en la consecución o frustración de sus metas –es decir, desde la ignorancia vital al vivir exclusivamente para sí mismos, y no para los demás– o bien, y por el contrario, como consecuencia del desarrollo de un nivel de conciencia superior que convierte la vida en una sociedad tan inferior en un infierno.

Influencia y leyenda

El propio Dostoyevski no fue ajeno a los vicios. Sus problemas con el juego y sus líos de faldas le pusieron en aprietos buena parte de su existencia. En sus principales textos autobiográficos, como El jugador, Humillados y ofendidos y Recuerdos de la casa de los muertos, dejó un magnífico legado de sus propias dudas y angustias. «Puede suceder que, en efecto, nada exista para nadie después de mí y que el mundo entero, una vez se haya abolido mi conciencia, se desvanezca como un fantasma», confiesa en El sueño de un hombre ridículo, en un tono muy berkeliano. La necesidad de huida, la Siberia eterna que es el mundo, es tan solo el gesto de una desesperanza que la literatura aplaza en su sino y que el calor de su mujer, sus hijos, su familia y de sus amistades era capaz de aplacar.

La influencia de Dostoyevski ha alcanzado a muchos de los grandes autores del siglo XX, como Sartre o Camus

Esta degradación moral de la sociedad rusa y de la occidental en general, que ya es presentada con gran intensidad en su novela El idiota, queda ampliada en otras de sus obras, como Pobre gente o Stepánchikovo y sus habitantes, donde además delata la disfuncionalidad de la sociedad de su época: la pobreza, las injusticias políticas y jurídicas, la violencia estatal, la pasividad inmoral de la aristocracia y de las clases burguesas… Dostoyevski, desde muy joven, tuvo clara su posición política, claramente progresista, que a punto estuvo de provocar su fusilamiento. No se rindió: su celebérrima gaceta Diario de un escritor fue uno de los espacios literarios públicos donde se sintió más libre para exponer sus ideas y trazar su influencia política. Además, a partir del éxito de Los demonios, con las deudas prácticamente finiquitadas y cierta solvencia económica, su literatura comenzó a alcanzar a multitudes de lectores dentro y fuera de las fronteras rusas. Dostoyevski fue ganándose el respeto de sus detractores y con cada libro, libelo y publicación, el afecto de los intelectuales que eran fieles a su obra quedaba justificado con mayor devoción.

La huella de Fiódor Dostoyevski podemos encontrarla en Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Antón Chéjov, Mijaíl Bulgákov, Ortega y Gasset, Nietzsche y, por supuesto, en Sigmund Freud. Pero, ¿cómo podría hablar del legado de Dostoyevski si no hablase de los millones de lectores que sus libros, palpitantes y gozosos de la eterna juventud literaria, siguen alcanzando desde que falleciese un nueve de febrero de 1881, apenas palpando las seis décadas de vida? Sería una traición al genio ruso negarle el que es su mayor legado: un legado literario tan rico, vibrante y genial que es capaz de abarcar lo universal, perenne al paso del tiempo y a la visión del mundo, siempre mudable.

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