El sonido del silencio
Sería más que deseable que en España la transición energética se trate como lo que es: un auténtico asunto de Estado que trasciende las cuitas partidistas. Que no nos embauquen los trapisondistas del odio con sus sobreactuaciones ideológicas. Hagamos por bajar el volumen de todo ese ruido.
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Que en los últimos cincuenta años los ingresos medios en Suecia se hayan duplicado mientras que las emisiones de CO2 se han reducido a la mitad, como explica el profesor de Oxford Max Roser en su brillante y clarificador proyecto Our World in Data, invita a un optimismo que resulta desconcertante tanto para los apóstoles del decrecimiento como para los irresponsables que niegan la evidencia y el consenso científico en torno al cambio climático. Como sabemos, las economías más importantes del mundo están apostando e invirtiendo en energías limpias no solo para luchar contra el calentamiento global y reducir la contaminación, sino porque las renovables pueden mejorar la seguridad de suministro y son ya la fuente más barata para producir electricidad. Esta transformación, que no se entiende sin la innovación tecnológica que se ha producido en los últimos años y que tanto potencial tiene por desarrollar, se traducirá también, como es lógico, en crecimiento económico y mayor competitividad en los países que la gestionen con éxito. Puede que los principales enemigos del progreso y del medio ambiente no sean ya las tan demonizadas empresas petroleras, que saben que tienen los días contados y han iniciado su transición hacia negocios basados en las renovables, sino esas fábricas de dogmas ideológicos que contaminan la realidad y nos ofrecen recetas simplonas, basadas con frecuencia en el pensamiento mágico, ante retos mayúsculos y complejos. El problema, como dijo y repitió el experto en energía Miguel Duvison en el ciclo de desayunos electorales que nuestra revista organizó en el Museo Thyssen de Madrid con los principales grupos parlamentarios, es que las leyes de la física no tienen ideología. Para algunos, qué le vamos a hacer, hasta la ley de la gravedad podría ser de izquierdas o de derechas. Pero la realidad suele ser implacable con las ficciones políticas y sería más que deseable que en España, tal y como ocurre en la Unión Europea, la transición energética se trate como lo que es: un auténtico asunto de Estado que trasciende las cuitas partidistas y que resulta absolutamente decisivo para nuestro futuro y bienestar.
La realidad suele ser implacable con las ficciones políticas
En el fondo, en el desafío medioambiental se desvela también la gran tensión de nuestro tiempo: los valores ilustrados, esos que nos han permitido alcanzar las mayores cotas de libertad, prosperidad e igualdad de la historia, y a través de los cuales se han ido mestizando orgánicamente las ideas liberales y progresistas (que quizá deberíamos ver como complementarias y no como antagónicas), se enfrentan a postulados populistas que son herederos de las más siniestras ideologías y que apelan constantemente a las emociones más bajas para, con la tosquedad de su brocha gorda, dividir el mundo en buenos y malos y poner en jaque los principios de nuestra democracia. Que no nos embauquen los trapisondistas del odio con sus sobreactuaciones ideológicas. Hagamos por bajar el volumen de todo ese ruido. Será mucho más llevadero escuchar el sonido del silencio, ahora que dicen que lo han descubierto.
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