Opinión

Educación sexual en tiempos de porno

Fomentar la educación sexual de los menores siempre ha sido un tema controvertido. Pero el creciente pánico moral, la omnipresencia de la pornografía y la mayor conciencia sobre la violencia sexual han hecho que implementar una educación sexual adecuada sea una medida urgente y necesaria.

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04
septiembre
2023
‘Two Women Embracing’ (1913), por Egon Schiele.

Hacer educación sexual en España es una paradoja. Somos un país que votó a favor del matrimonio homosexual, que lleva años persiguiendo el acoso sexual y que aprobó una ley que, aun con sus desperfectos, pretendía reivindicar la importancia del consentimiento sexual. Sin embargo, la mayor parte de nuestra educación sexual se encuentra en el boca a boca y en el porno. 

En España, el gobierno nacional dictamina que, de un tiempo a esta parte, la educación sexual es obligatoria en el currículo escolar para acabar con los estereotipos de género, la violencia sexual y las relaciones irrespetuosas. Sin embargo, pocas personas están implementando programas de educación sexual integral y de calidad en los centros educativos. ¿De quién es la responsabilidad? ¿Del gobierno nacional, el autonómico, los ayuntamientos o las escuelas? ¿De los profesionales de la salud sexual y la sexología? El misterio sigue sin ser resuelto y la pornografía continúa dinamitando el bienestar sexual de los más jóvenes. 

Los adolescentes se enfrentan a preguntas como «¿A qué edad hay que tener sexo?», «¿Qué pensarán mis colegas si todavía no lo he hecho?», «¿Son mis genitales normales?», «¿Cómo sabes si eres trans?», «¿Ver porno es malo para la mente?» o «¿Por qué hay gente a la que le excitan los pies?». No son preguntas inventadas, constituyen una pequeña muestra de los interrogantes que mis alumnos de 3º y 4º de la ESO han compartido conmigo en mis formaciones de educación sexual durante el curso 2022/2023 (10 sesiones por cada grupo, ¡todo un desafío!). 

La mayor parte de nuestra educación sexual se encuentra en el boca a boca y en el porno

Inevitablemente, quienes no tengan oportunidad de hacer educación sexual con un profesional de referencia, responderán a esas preguntas a través de la cultura de masas. Por ejemplo, a propósito de series de televisión que parodian situaciones eróticas, como La que se avecina o, en su defecto, a golpe de click: de Google se salta a una web porno o de la propia cuenta de Twitter a un perfil que comparte los alter egos pornográficos de Batman y Los Simpson. La cosa puede no acabar ahí. Basta un breve rastreo para verse inmerso en cuentas que comparten públicamente su interés por la dominación y sumisión sexual, los dibujos eróticos de animales e incluso la temática lolicon. 

La generación de los «nativos digitales» es una generación hipersexualizada y muy vulnerable a la desinformación. Se han adaptado a las nuevas tecnologías de forma casi instintiva, pero eso no significa que estén tomando buenas decisiones sobre su identidad, imagen, relaciones y sexualidad. Si los jóvenes conocieran la pornografía cuando manejasen un mayor conocimiento sobre educación sexual, tendrían más capacidad crítica y serían menos vulnerables a sus posibles efectos negativos. Muchos países desarrollados prescinden todavía de un plan de estudios nacional sobre educación y salud sexual, y aquellos que los incluyen desde hace varios años mantienen una programación meramente funcionalista, enfocada a los cambios puberales, la prevención de infecciones de transmisión sexual y el uso del condón masculino. 

Las lecciones a menudo carecen de un enfoque sobre la diversidad sexual, se centran en la mecánica del sexo heterosexual para la procreación e ignoran la fisiología, anatomía y placer femenino. Se genera así una brecha sobre lo que las chicas y los chicos deben saber del sexo. Quizá, en la actualidad, se habla más de consentimiento y violencia sexual, pero apenas se profundiza sobre cómo establecer y manejar relaciones sanas, positivas y responsables o cómo lidiar con los conflictos y desequilibrios de poder en las relaciones.

A ello hay que añadir que, en general, no se habla de la pornografía sin denostarla o censurarla. La pornografía describe de manera imprecisa cómo funcionan el sexo y el placer, contribuye a la exploración, acompaña a la masturbación y facilita la satisfacción erótica de una forma segura, sin exponerse al sexo real. Es muy simplista sostener que el porno solo tiene efectos perversos en el desarrollo sexual y los guiones eróticos de los jóvenes. 

La generación de los «nativos digitales» es una generación hipersexualizada y muy vulnerable a la desinformación

En una sociedad donde es casi inevitable que, más tarde o más temprano, los jóvenes estén expuestos a este tipo de contenidos, la mejor forma de lidiar con sus posibles efectos negativos puede ser contextualizar las imágenes y sus mensajes integrándolos en la educación sexual según afirman autores como Allen, Doornward y otros. No se trata de mostrar pornografía en clase sino de facilitar la conversación y el debate sobre las diferencias entre porno y sexo real: ¿A las chicas le tienen que gustar todas las prácticas eróticas? ¿Los varones eyaculan siempre en grandes cantidades? ¿El orgasmo femenino se alcanza solo con la penetración? ¿Dejarías que una persona acariciara tus genitales con uñas de casi 5 centímetros? ¿La gente nunca para en el sexo para beber agua o ir a hacer pis? Un aspecto importante de esta técnica es desmitificar e identificar lo que necesita ser ‘desaprendido’.

La educación sexual es más que un tema de salud pública. Esto es, es clave que su enseñanza trascienda el marco de la prevención primaria, como una mera forma de prevenir infecciones de transmisión sexual y embarazos no deseados/planificados. La educación sexual debería facilitar que los jóvenes se convirtieran en «ciudadanos sexuales» y, más específicamente en «ciudadanos sexuales éticos». La educación sexual debe incorporar valores con respecto a cómo la expresión de los deseos sexuales individuales impacta en los otros y brindar la oportunidad de discutir aspectos culturales sobre el sexo y las sexualidades como el binarismo de género, la masculinidad hegemónica, las parafilias o la mutilación genital femenina. Puede que estos aspectos no guarden una relación directa con las preocupaciones sobre salud pública y el autocuidado, pero se encuentran estrictamente relacionadas con la convivencia en comunidad, la expresión del género, el bienestar psicológico y la violencia sexual. Difícilmente podemos practicar la libertad individual sin tener una conciencia plena de los derechos de los demás y sin conocer que la vida en comunidad, donde actuamos desde la libertad, es indisociable del respeto mutuo. 

Otro tema importante es que rara vez se comprueba si los centros educativos realmente cubren la programación sobre educación sexual, cumplen con las pautas estatales, cuentan con profesionales cualificados en la materia o exponen sus conocimientos basados en la evidencia científica. Esto supone una implementación ad hoc. No hay mucha evidencia para afirmar que los nativos digitales están saliendo de la escuela con una educación de calidad sobre las relaciones y la sexualidad. Este es el gran desafío para los adultos de hoy: aparcar el pánico moral y las intervenciones puntuales en educación sexual, y fomentar una educación sexual científica, continuada y adaptada a la edad madurativa. Solo así se puede contribuir al empoderamiento y dar voz a los jóvenes. 

Es necesario que la educación sexual comience en la escuela primaria y lo haga fomentando el pensamiento crítico sobre las imágenes audiovisuales que representan a mujeres y hombres, imágenes de carácter no erótico: ¿Qué nos dice esto? ¿Pueden los chicos también llevar las uñas pintadas? ¿Hay algo que no puedan hacer las chicas en nuestra sociedad? Por supuesto: el conocimiento no se queda ahí. De la misma forma, resulta imprescindible que los niños aprendan a llamar a las partes del cuerpo por su nombre, a poner límites y a relacionarse de forma saludable, con consentimiento, respeto y expresando cómo se sienten. 

El pánico moral defiende equivocadamente que la educación sexual fomenta las relaciones eróticas o tiene como objetivo «enseñar a follar»

Si desde edades tempranas los niños no se sienten cómodos hablando de las partes de su cuerpo o haciendo preguntas sobre el mismo, se sentirán preocupados y abrumados por lo que sigue en su desarrollo: cambios corporales, dudas sobre su identidad sexual, prácticas de riesgo o posibles situaciones abusivas. Un ambiente de silencio, vergüenza y secretismo desprotege a los jóvenes e impide que adopten un enfoque positivo sobre la propia sexualidad.  

El pánico moral defiende equivocadamente que la educación sexual fomenta las relaciones eróticas o tiene como objetivo ‘enseñar a follar’ y exponer a los menores a prácticas sexuales. Creo que cualquier persona que quiera proteger a los jóvenes debería aborrecer las mentiras y las exageraciones. Una cosa es el desacuerdo sobre cómo hacer educación sexual en los centros educativos y otra, muy distinta, recurrir a falsedades para sabotear los derechos de la infancia y la juventud. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la sexualidad como «una dimensión central del ser humano que incluye el conocimiento del cuerpo humano y nuestra relación con ella; lazos afectivos y amor; sexo; género; identidad de género; orientación sexual; intimidad sexual; y el placer y la reproducción. La sexualidad es compleja e incluye dimensiones biológicas, sociales, psicológicas, espirituales, religiosas, políticas, legales, históricas, éticas y culturales que evolucionan a lo largo de la vida». La sexualidad es un concepto complejo, pero manipular lo que implica para el desarrollo del ser humano y censurar la información sobre la misma a los jóvenes es una actitud reaccionaria y negligente.

Los centros educativos deberían ser un espacio seguro y confiable para abordar la educación sexual. La escuela es un espacio donde los jóvenes pueden intercambiar impresiones con su grupo de iguales y escuchar una variedad de puntos de vista sobre las relaciones, la diversidad sexual o los miedos sexuales. No obstante, el hecho de que haya profesionales de referencia sobre educación sexual en los centros educativos no viene a sustituir o a desmerecer la labor de los padres. 

En contra de la creencia popular, las familias tienen la obligación de participar en la educación sexual de sus hijos y conocer recursos seguros y científicos para obtener información al respecto. Hay que tratar que la comunicación entre las generaciones no se estanque. Es importante que las familias mantengan una comunicación abierta con los menores y se involucren en sus vidas, incluido en aquellas interacciones que se desarrollan en el espacio virtual. Por ejemplo, deben ser conscientes del uso y comportamiento en las redes sociales mientras respetan el espacio personal de los jóvenes. Sin embargo, las familias no son el único agente social implicado en la educación sexual. 

Muchos padres están lidiando con una educación sexual deficiente, sus propios complejos sexuales e incluso, desgraciadamente, experiencias traumáticas. Los profesionales que hacen educación sexual con los menores, también son un apoyo para aquellas familias que están ordenando su intimidad y apegos, que se están reconciliando con su cuerpo y el placer. 

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