Opinión

La fábula del beso robado

El cuento de Chaucer sobre el caballero artúrico que besó sin permiso a una dama sigue resonando en la actualidad. Un alegato feminista del siglo XIV para leer también en el XXI.

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28
agosto
2023

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Hubo un caballero de la Mesa Redonda en tiempos del rey Arturo que se atrevió a besar a una mujer sin permiso. Como castigo, se le condenó a muerte… Salvo si traía la respuesta al enigma inmemorial: ¿qué es lo que más desean las mujeres? Teniendo un año para encontrar la respuesta, el caballero, que era rubio, partió y empezó a preguntar a muchas de sus compatriotas, y como es natural obtuvo las respuestas más dispares: riqueza, reputación, pasárselo bien, tener buena ropa, un marido estupendo, una vida sentimental plena, el mismo salario que los varones, un millón de followers… Pero nunca había consenso suficiente en ninguna de las respuestas.

Desesperado, el caballero rubio se encontró con una vieja desdentada en mitad de un bosque. La vieja le garantizó que ella sí que sabía lo que querían sus congéneres por encima de cualquier otra cosa, y que se lo diría con gusto pero, si lo hacía y le salvaba la vida, entonces debía el caballero rubio darle a su vez como recompensa, si podía, lo que ella pidiera. El caballero lo juró sobre las Santas Escrituras y, de vuelta a la corte del Rey Arturo, la reina lo recibió, junto a sus dos hijas, rodeada de mujeres sabias de su entorno (en su mayoría, ministras). Y cuando le preguntó qué era lo que más deseaban las mujeres, el caballero contestó muy seguro de sí mismo:

–Lo que más desean las mujeres es ser la parte dominante de la pareja, y que los hombres hagan lo que ellas quieren.

«Encuentro el cuento de Chaucer de una modernidad deslumbrante, y estoy convencido de que encierra una lección todavía provechosa para los ladrones de besos del presente»

Las ricashembras ministras que rodeaban a la reina asintieron satisfechas, y el caballero rubio salvó la vida… por los pelos, que ya apenas le quedaban. A renglón seguido, le instó a la vieja a pedir su recompensa. Ella, que era muy cuca, le dijo que quería casarse con él. Viéndola tan mayor y fea –porque según el cuento original de Chaucer era «la persona más fea que pudiese imaginarse»–, el caballero rubio protestó: él estaba acostumbrado a tratar con hermosas futbolistas y, en su defecto, con mujeres exquisitas que acudían gustosas a sus fiestas. Pero fue en vano. La vieja exigió su recompensa y al final el caballero rubio hubo de ser fiel a su palabra, asumió sus responsabilidades y se casó con ella, aunque fuera en secreto: su gran angustia era que la noticia saliera en las revistas del corazón y que se arruinara su reputación de silver fox; le hubiese horrorizado tener que descuartizarla.

Esa noche de bodas, a la hora de acostarse, el pobre hombre daba vueltas y vueltas, se mesaba los pocos cabellos rubios que le quedaban y no acababa de decidirse a ir al lecho a cumplir con su deber conyugal, como exigía la buena tradición heteropatriarcal a la que pertenecía; con lo cual la vieja, que se daba cuenta de todo y era más lista que el hambre, le rogó que se acercara.

La vieja le explicó que no tenía que preocuparse, porque ella era bruja y podía convertirse en la mujer más hermosa del mundo si lo quería. Incluso, dijo, podría tener el cuerpo de Margot Robbie, o de la futbolista que más le gustase. Pero, si lo hacía, advirtió, él tendría a su vez que aceptar que otros hombres la cortejasen. Debía escoger entre que se mantuviera fea y vieja pero fiel; o que se volviera hermosa y deseable cual Jennifer López, pero infiel.

El caballero rubio lo dudó un buen rato. La decisión era jodida. Había que valorar muchos pros y muchas contras. Además, él era un caballero más bien espontáneo e impulsivo y reflexionar nunca había sido su punto fuerte: por eso lo había condenado la reina. Al final, cansado ya de dar vueltas al dilema, se rascó la cocorota y dijo que le dejaba escoger a ella. La bruja esbozó una amplia sonrisa desdentada.

–¿Estáis seguro de lo que decís? ¿Me dejaréis decidir? ¿Lo juráis?

El caballero rubio lo juró. Entonces la bruja dijo:

–Pues en ese caso, dadme un beso y venid al lecho tranquilo, porque seré ambas cosas para vos. Hermosa y bella como Jennifer, pero también buena y fiel. Como me habéis dejado elegir, ¡seré la mejor esposa que pudiera desear un hombre!

Y la mujer de Bath, que era la narradora de este cuento que compartía con el resto de los peregrinos británicos que la acompañaban en el camino hacia Canterbury en aquel lejano siglo XIV, concluyó diciendo: «¡Qué maravilloso sería el mundo si todos los maridos dejasen a sus mujeres tomar las decisiones!».

No hace falta añadir mucho más. Siempre he pensado que las mejores ficciones son aquellas que nos hacen pensar y que, si están bien concebidas, son discursos tan poderosos y convincentes como el mejor ensayo. Soy un enamorado de las fábulas y cuentos con moraleja, y eso me ha llevado a husmear en los Cuentos de Canterbury, y en ellos he encontrado este relato impagable que hace una mujer medieval al resto de los peregrinos durante un alto en el camino hacia la tumba de Thomas Beckett.

¿Cabe una reflexión más pertinente sobre la relación entre hombres y mujeres y un alegato más poderoso de la autonomía femenina, y con una economía expresiva tan feroz? Creo que no. Personalmente, encuentro el cuento de Chaucer de una modernidad deslumbrante, y estoy convencido de que encierra una lección todavía provechosa para los ladrones de besos del presente. Como es natural, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es otra de las virtudes de la ficción.

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