Cultura

«Sin el sueño habríamos seguido en las cavernas»

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11
agosto
2023

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Una mujer tuvo que abandonar a su primer marido, un maltratador, y a sus hijos. Como Nora, la protagonista de ‘Casa de muñecas’. Salvo que esta primera mujer se lleva consigo a su única hija, con la que mantiene una relación ambivalente, a caballo entre el amor y el odio. Después, forma una nueva familia e impone una draconiana ley del silencio sobre aquellos sucesos. El escritor mexicano Franco Félix reconstruye esta historia, la de su propia madre, en su última novela, ‘Lengua dormida’ (Sexto Piso).


Abandona el tono absurdo de sus anteriores novelas para adentrarse en una historia íntima. ¿Cómo se vence el pudor de contarse a través de una historia que no es la propia y cuya protagonista la ha silenciado?

En principio, el libro estaba plagado de ese tono absurdo de mis otras novelas. Había leído mucha literatura del duelo y me cansaba que hubiera en ella tanto dolor; a eso se une que la muerte en México tiene muchos matices, ya lo dijo Octavio Paz, al mismo tiempo de ser triste y dolorosa tiene algo humorístico y celebratorio. No quería escribir un libro recargado hacia el dolor, quería hacer venir a mi madre a este mundo absurdo. Así que cuando la terminé, la novela tenía alrededor de trescientas páginas más, en las que aparecía, por ejemplo, Freddy Krueger, quien se enfrentaba a sus problemas cotidianos con sus cuchillos y trabajaba en una cocina picando verduras. Luego me di cuenta de que no se trataba de mí, sino de la historia de mi mamá, se trataba de reivindicar su relato, y fui obviando esas partes más mías, con ayuda de mi editor. Me parece que la propia novela tiene este tono de ocultación que es doble, porque tenemos el ocultamiento por parte de mi madre de su historia y mi propio ocultamiento en una historia que no es la mía.

No hay ese absurdo tan suyo, pero sí humor, como salvaguarda que preserva a quien escribe, ¿un mecanismo de defensa?

Justo, trato de ocultar las tripas, pero tampoco quise renunciar a él porque siempre ha estado presente en mi familia, en nuestras conversaciones rayando en el absurdo, algunas de las cuales aparecen casi textuales en el libro. Hubiera sido un error enorme concentrar la novela en el dolor. Quería que los hermanos que no conozco conocieran a nuestra madre.

¿Todavía no los conoce?

No, y supongo que después del libro, si no han contactado conmigo, no sucederá nunca. Pensé que me buscarían al publicarse el libro, pero no ha sido así.

Pero, ¿y por qué esperar a que le escriban en vez de buscarlos usted?

Podría, a través de mi hermana, la que se trajo mi madre cuando huyó de su primera familia. La trajo consigo para protegerla de la violencia. Mi madre y ella tenían una relación muy difícil. En una ocasión cuando uno de los hijos de mi madre, a los que abandonó, la llamó para decirle que iba a ser abuela y que le gustaría que viajara a Houston a conocer a su nieto y a hablar –porque durante todos esos años nunca lo hicieron– y mi madre tendría que explicarle por qué hizo lo que hizo, mi hermana habló con él. Finalmente lo que ocurrió es que se canceló el viaje y nunca más hubo comunicación.

«El sueño nos permite reventar límites, expandir fronteras»

¿Por qué esperar a que no esté para averiguar que alguien, y no cualquier alguien, sino su madre, renunciase a sus primeros 33 años?

Me costó muchísimo aceptarlo. Ella no quería contarme qué ocurrió, supongo que su dolor se lo impedía. Cuando muere un ser querido siempre pensamos que se pudo hacer algo más. Y no me dejó dormir esa pregunta, la que tú me haces, si tenía derecho a contar una historia de la que ella nunca habló. Recuerdo una vez que estábamos viendo una película en la que la protagonista abandonaba a sus hijos, lo mismo que hizo ella, y se enfureció con ella. Hay quien desea olvidar y, al menos a nivel consciente, lo consigue. Pero ella llevaba eso dentro, por eso sus madrugadas eran terroríficas, con angustiosas pesadillas en las que gritaba: «¡Los abandoné!». Mis novelas anteriores versan sobre incomunicación y confusión. Este libro explica los otros libros.

La narración la abre y cierra un sueño. ¿Qué papel desempeña en la vida y en la escritura lo onírico?

El sueño es fundamental desde las sociedades más primitivas, el sueño constituyó el origen civilizatorio, la manera en que ahora estamos acá como sociedad.  Sin el sueño habríamos seguido en las cavernas. El sueño nos permite reventar límites, expandir fronteras. Piensa en Julio Verne, en los hermanos Lumiere. El sueño es fundamental en la vida, te permite mantener conversaciones, a veces contigo mismo, con ideas; en el caso mío, con mi madre. Los primeros sueños después de su muerte eran terroríficos, después hubo unos intermedios en los que empezamos a entablar conversaciones; en los últimos ya hay un entendimiento. De hecho, los sueños que aparecen son reales, incluso en el que se me aparece mi madre como galleta. Ahora sueño con ella como si no hubiera muerto, y despierto con una tranquilidad maravillosa.

¿Qué ha cambiado en Franco como persona después de la escritura de este libro?

Lo primero que me ha permitido el libro es cuestionarme el papel del hijo.  He aprendido a ser hijo de mi madre justo cuando ya no estaba, tarde, pero en su memoria he escrito este texto, en el que he aprendido que una madre es mucho más que una madre, es un arquetipo. Creo que fue valiente en lo hizo, atentó contra las normas de una sociedad conservadora, pero también contra sí sisma, a pesar de sus creencias religiosas, y la culpa que sintió. Ahora sé que tuvo que hacerlo, tuvo que abandonar a su familia y traerse a mi hermana por la violencia a la que estaban sometidas. Como escritor he sentido una mayor responsabilidad que con mis otras novelas y recibo una mayor aceptación con esta.

¿Es mejor hijo porque ya no la juzga?

Eso creo, no hay un juicio de cómo o por qué hizo lo que hizo mi madre. Todas las decisiones que tomó en su vida las celebro y las aplaudo y le demuestro puro amor. Como autor, hace quince años habría tratado de entender la naturaleza de las relaciones, pero ahora lo único que me interesa es mi madre y su decisión, así como el trayecto que hizo. Me gustaría haber hecho un ensayo sobre el abandono, pero no me toca.

«Si hay un verbo de la maternidad es esperar»

«Escribo porque no me enseñaron hablar. Escribo porque el silencio siempre encubre un montón de ruido y caos y monstruos hambrientos de carne picada». Sin embargo, ¿sí le enseñaron a escribir? ¿Cómo saber que uno habla sin construir el discurso que desea?

En mi casa nunca ha habido libros, nada cercano a la lectura, pero en mi infancia desarrollé una obsesión por leer, cualquier cosa. Me recuerdo leyendo el texto de los botes de champú. Mi madre me dio a luz estando deprimida, después de dos años de abandonar su familia. Eso marcó mi carácter. A mi madre la recuerdo triste, callada; mi primer contacto con ella no es amor convencional. Mi padre era el que me sacaba, el que me atendía, hasta que ella se recuperó. Después llegó mi hermano, y ella ya estaba alegre, y el carácter de mi hermano es mucho más extrovertido que el mío. Me encantaba leer enciclopedias. No, no hablaba mucho, pero leía todo lo que podía.

«Se han conservado pocas cosas de mi madre en la Casa de los Rostros Flotantes». El adulto, ¿es una infancia desvencijada?

Hace poquito, un colega aseguró que «el amor es el encuentro de dos infancias»; aunque, de entrada, parece bonito, me resulta terrible, porque una infancia viene cargada de prejuicios, de enseñanzas, de un bagaje cultural, sentimental y familiar muy pesado. Como niños preguntamos al otro si nos quieres, pero deberíamos preguntarle qué quiere de nosotros.

Aquello de Lacan de que «el amor es dar lo que no se tiene a quien no es…»

Justo… ¿qué ves en mí que yo no veo? Esas fisuras de cada cual que, a veces, permiten la convivencia … eso es un milagro.

«He traído a mi madre por cuarta vez desde que se cayó el mes pasado». ¿De qué modo se relaciona uno con esos no lugares, como los llamaba Auge?

La enfermedad es una vorágine, se traga todo. Estar mucho tiempo en el hospital te marca; hay que pensar en que lo hacemos con amor, pero me gusta esto de la espera de esos lugares porque es una inversión, una inversión de amor. Y cuando el que espera en el hospital es un hijo, se invierte la espera que tuvo antes la madre por él. Si hay un verbo de la maternidad es la espera, esperar. Y no deja de ser curioso el paralelismo entre la expresión «dar el alta» y «dar a luz».

¿Cuándo conviene, a su juicio, dejar la lengua dormida?

Todos ocultamos algo, no tiene que ser algo terrible, ni algo deleznable; por ejemplo, cuando voy por la ciudad disfruto de coas a las que no quiero fotografías para que queden en mí, como un secreto; también me ocurre con ciertas lecturas, cuando conoces a alguien… Hay cosas que se deben guardar para uno. Por eso me aterra esos experimentos para saber qué piensa el otro.

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