Cultura

«Estamos poniendo parches a una realidad en la que creemos haber nacido para ser personas productivas»

Fotografía

Jimena Cortes
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23
marzo
2023

Fotografía

Jimena Cortes

Hace cuatro años, la crítica literaria ovacionaba ‘Casas vacías’ (Sexto Piso, 2019), la primera novela de la escritora Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), donde exploraba temas como la maternidad, las luchas de poder o la violencia machista. Su segundo trabajo volvió a llegar en forma de revulsivo: el año pasado, ‘Ceniza en la boca’ (Sexto Piso) irrumpía como la lava de un volcán y resultaba galardonada, entre otros, como ‘Libro del año 2022’ en los XII Premios Cálamo. El suicidio de un adolescente es el punto de partida de una narración en la que dolor, migración, racismo, precariedad, trabajo de cuidados y desarraigo, entre otros, tejen una red donde siempre sucede mucho más de lo que se muestra.


Hace unos días nos asaltaba la noticia del suicidio de dos pre-adolescentes que sufrían bullying relacionado con transfobia y racismo. El personaje de Diego, en la novela, también toma esta decisión. ¿Por qué reproduce la sociedad estas formas de acoso?

Es una pregunta que me encantaría responder, pero no tengo respuesta. Por eso escribí una novela. A mí la literatura me permite poner cuestionamientos a los que no tengo respuesta, que me aquejan de manera personal en tanto ciudadana que y me impacta, como el caso de estas personas y de muchas otras que no llegan a los medios de comunicación. También añadiría el caso de la chiquita de diez años que sufría bullying en el colegio porque era una niña de origen colombiano y que se aventó de un cuarto piso. Está pasando algo importante socialmente, y es que estamos empezando a normalizar que niños y adolescentes crean que la mejor opción es quitarse la vida. Es algo que me inquieta muchísimo, porque creo que sí lo estamos haciendo mal, que no es solamente la poca atención dentro de la salud pública a la salud mental, sino que socialmente estamos permitiendo que pasen estas cosas o normalizando la violencia. A mí me resulta muy curioso la cantidad de veces que un niño molesta a una niña. Desde la mirada adulta siempre se dice que es algo «normal», que son niños. Esa es realmente la pregunta que me gustaría poder contestar: ¿qué estamos haciendo para que la adolescencia crea que no hay otra salida más que acabar con su vida? Es un mensaje terrible el que les estamos dando, y nos están respondiendo de una manera muy contundente. Aún no estamos poniendo la atención necesaria. No sé, tampoco me gustaría que termináramos creyendo que es nuestra culpa solo como personas, cuando me parece que es una cosa más estructural.

«¿Qué estamos haciendo para que la adolescencia crea que no hay otra salida más que acabar con su vida?»

De un tiempo a esta parte se ha empezado a hablar más de salud mental, de suicidio y de sufrimiento psicológico. ¿Te parece que se abordan suficientemente las causas o seguimos quedándonos en la superficie?

Al tener la experiencia muy cercana de Estados Unidos, a mí me preocupa mucho que ante cualquier problema se opte por medicamentos, antes de hacer un trabajo profundo de qué está viviendo la persona económicamente, emocionalmente, las relaciones de familia, las educativas… es decir, cómo todos los espacios que van fragmentando la personalidad están influyendo en que esta persona termine sintiendo un malestar psicológico. En Estados Unidos, el mensaje es «no nos importa tu historial, métete estas pastillas, déjanos en paz y sigue adelante como un zombie». Me preocupa que vayamos a esta narrativa, que nos digan que nos van a poner más atención: nos van a mandar a todos a psiquiatría, vamos a andar medicados, pero sin poder hablar del proceso doloroso de lo que nos está provocando un trauma, de lo que no nos está dejando vivir con un poco de tranquilidad. Y eso tiene que ver con que la nevera esté llena, con que podamos pagar una hipoteca, con que veamos a la gente que queremos más o menos bien. Es complicado tener una estabilidad mental cuando están pasando tantísimas cosas en el mundo, y no hablo a nivel global, sino enfrente, con vecinos o amigos. Al final, estamos poniendo parches a una realidad muchísimo más profunda que se relaciona, en el fondo, con creer que hemos nacido para ser personas productivas, que es el gran tema. Es algo que estamos conversando, pero que tendríamos que llevarlo a niveles más éticos, como ya lo dicen las economistas feministas: estamos hablando de sostener la vida, no de sostener el mercado.  

En un fragmento del libro dices: «Para mí, irnos de México significaba huir de la violencia que terminó arrasando a mi familia, pero en España nos esperaba otro tipo de violencia, una menos aparatosa pero igual de cruel, en donde te exigen lealtad mientras te violentan minuciosamente porque no eres como ellos». ¿En qué se manifiestan este tipo de violencias racistas a la que hace referencia la hermana de Diego?

Todo lo que viven Diego, la madre, las primas y ella es una manifestación directa, pero yo lo llevaría a que cuando tú llegas a otro lugar que no es tu lugar de origen, tú no te das cuenta de que para las otras personas tú eres lo otro. Crees que como eres un ser humano y te ganas la vida como la mayoría de las personas vas a tener una vida igual que la mayoría, pero no logras comprender que las personas te están mirando de otra manera, y eso es para mí un hecho ya violento en sí, porque están poniendo la etiqueta de otredad a algo que es un fenómeno normal que ha sucedido desde que existe la humanidad, y que además es un derecho humano. Y cuando te sitúan como distinto, empiezan a generar un problema de convivencia, porque aunque la persona quiera convivir, si tú como nativo del lugar estás diferenciando por acento, color de piel o costumbres, ya hay una violencia per se. Y lo que generalmente suelen hacer las personas señaladas sin razón alguna es responder con asombro y a la defensiva, que es lo más normal, y es lo que reflejo en Ceniza en la boca. Cuando a Diego lo violentan debajo de su edificio por el simple hecho de ser diferente, sucede como una metáfora: el chico no estaba haciendo nada, lo estaban acosando y al final él fue el violento. Y es un poco lo que sucede, no solo con las personas migrantes, sino con las precarias: cuando empiezan a exigir sus derechos, los empiezan a tratar como los otros, los okupas, los que se meten a las casas. Hay una especie de violencia estructural donde todo lo que no entra en la norma de clase media es el enemigo. Pero eso pasa aquí y en todos los lugares del mundo: los países estamos construidos para creer que somos distintos a los demás, ya hay una etiqueta para relacionarnos entre las diversas culturas. 

Tanto en Casas vacías como en Ceniza en la boca aparecen madres, con ese papel a medio camino entre la responsabilidad, la obligación, los mandatos de género y el deseo de tener una vida propia. ¿Ser madre, sobre todo en un contexto económicamente desfavorable, es situarte en una encrucijada? 

Lo que les pasa a la mayoría de las mujeres es que es verdad que la maternidad las atraviesa de forma directa; incluso cuando tú te relacionas con un hombre, una mujer o con la persona que quieras, el hecho de que tú quieras o no ser madre lleva hacia cierto camino esa relación (dentro de la heteronorma). Pero creo que no es lo mismo ser una madre que tranquilamente puede pagar un salario mísero a una persona para que cuide a sus hijos y que ella pueda seguir trabajando y tener una vida normal, a ser una madre monomarental o migrante sin redes de apoyo. Aquí apelaría un poco a los postulados de Silvia Federici en El Calibán y la bruja, donde dice que las mujeres estamos destinadas por el sistema económico actual a ser las proveedoras de mano de obra. Es un gran tema que no solo atraviesa decisiones personales de las mujeres, sino que está construido dentro de la lógica estructural para que la maternidad, que para mí es un hecho precioso –estás dando vida a un ser humano–, no sea visto con esa belleza única e irrepetible y se vea más como un problema de mala toma de decisiones. Sea como sea, las mujeres siempre terminamos siendo juzgadas por nuestras decisiones, pero no es algo solo social: está muy bien pensado para que el sistema siga funcionando como funciona ahora.

«Cuando te sitúan como distinto, empiezan a generar un problema de convivencia: si tú, como nativo, estás diferenciando por acento, color de piel o costumbres, ya hay una violencia ‘per se’»

En el libro también muestras esa gran zona difusa de los trabajos de cuidados, trabajos que desempeñan en su mayoría mujeres inmigrantes, donde se establecen vínculos importantes y donde también emergen las «soledades» que deja el sistema en el que vivimos . Parece que poco a poco el periodismo va visibilizando este ámbito, pero ¿crees que es importante potenciar su reflejo en la literatura?

Me interesa mucho el tema de los cuidados porque no solo tiene que ver con las maternidades sino que está relacionado directamente con los afectos: cómo nos acercamos a la persona que tenemos al lado o qué tipo de intimidad podemos generar con alguien de acuerdo a las relaciones –jerárquicas o no– que tengamos con cada cual. Creo que todavía existe una estructura en la que nos relacionamos por medio de relaciones de poder, y lo más claro es cuando decimos madre e hijos, padre y esposa o hijos, pero también en las relaciones de amistad hay ciertas relaciones jerárquicas de las que no podemos desprendernos. En lo literario se pueden explorar sin tener que tener una posición definida, ideológica o que pueda parecer panfletaria; se puede hacer desde diversos lados sin tener que hacer un juicio de valor. La literatura me ayuda a eso, a poder explorar cosas en las que en mi vida cotidiana sí que tengo una posición específica para ciertos temas o decisiones, y dentro de la literatura me la salto; por eso creo que se puede hablar de este tema y de cualquier otro en la literatura, porque lo que nos permite es hacer un acto de imaginación al que yo apelo un montón. Nos quieren hacer creer que no podemos imaginarnos cosas, y yo defiendo claramente que sí. La protagonista de Ceniza en la boca no iba a hacer trabajos de cuidados cuando yo me la estaba imaginando, no lo había pensado antes de que empezara a complejizarse, sino que lo fui necesitando para contar el hilo de la historia y reflejar cómo las ciudades van generando estas relaciones desiguales y deshumanizadas. Me lo pedía mi necesidad, no el tema en sí mismo.

¿Por qué crees que hemos empezado a prestarle más atención que antes a los cuidados?

Porque hay un trabajo de muchos años de mujeres migrantes que, aunque los medios no le pongan atención, está sucediendo y está generando un montón de cosas. La ratificación del Convenio 187 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) fue un proceso de lucha de muchísimo tiempo de ellas como protagonistas. Irremediablemente, no es lo mismo cuando hay una ratificación del gobierno a cuando no se le pone el suficiente foco a los movimientos de esas personas. Se le está poniendo atención porque ellas están haciendo que se ponga atención. Ahora hay un movimiento como Regularización Ya y las organizaciones de mujeres de trabajo doméstico están teniendo unas redes de comunicación más amplias. Me alegra si de alguna manera el libro ha ayudado a visibilizar algo; no era la intención específica, pero no me molesta. De hecho, me preocuparía que las activistas pensaran que me quiero subir a su trabajo.

«Creo que todavía existe una estructura en la que nos relacionamos por medio de relaciones de poder»

¿Por qué tiene tanto peso la oralidad y el diálogo en tus libros?

Cuando me volvió a salir esta primera voz y esta oralidad me lo planteé, porque tenía la sensación de que ya lo había hecho en Casas vacías. Pensé si me sentía más cómoda con esto, si era lo que me salía más fácil, y me di cuenta de que no, que lo que estaba interesándome a la hora de construir la novela era justo eso: una oralidad que tiene que ver con el ritmo, con las palabras y las puntuaciones; es decir, que era una construcción del lenguaje. A mí me interesaba mucho generar una novela que se sintiera como rítmica básicamente, por eso meto la música de Vampire Weekend, porque me ayudaba a encontrar esos tiempos a la hora de ir pensando en su música. Era una guía que me permitía recordar que lo que quería hacer era una pieza rítmica. Y tiene que ver mucho con mi idea de conversar con los clásicos, y en este caso específico con Orfeo, que mira hacia atrás y ve cómo Eurídice desaparece. Esta protagonista de Ceniza en la boca está cantando su propia tragedia: ella miró hacia atrás y vio a su hermano desaparecido. Todo esto lo pensé porque creía que la apuesta literaria tenía que ver con el ritmo y la oralidad. Me lo pensé un montón. Fue una construcción dentro del proceso creativo que disfruté mucho.

¿Te parece que se está produciendo un boom de la literatura escrita por mujeres y otras identidades no normativas?

No lo creo. Creo que la industria editorial es muy inteligente y se ha dado cuenta de que tiene que escuchar a las lectoras, que son la mayoría y que desde hace tiempo querían leer a más mujeres. Hay mayor interés en los medios de comunicación por hablar de las obras de las mujeres, pero sigue habiendo una disparidad entre publicaciones escritas por hombres y por mujeres. Todavía no hay ese boom que nos dicen; para mí, un boom es algo que dinamita y que cambia las estructuras, no solo que irrumpe. Y también creo que somos ciertas escritoras con ciertos perfiles las que estamos teniendo la oportunidad de que se nos ponga la atención necesaria. Pero hay un montón de mujeres escritoras con textos menos normativos que los nuestros que todavía no tienen la atención necesaria.

«Si solo vamos a estar hablando de lo que nos sucede, si realmente solo vamos a intentar hablar de la realidad, nos vamos a quedar sin la oportunidad de construir nuevos mundos»

¿Qué opinión tienes de la popularización de la autoficción en la actualidad? ¿Te parece que corre el riesgo de convertirse en una mera exposición del ego y dejar a un lado la profundización en aspectos más colectivos de la experiencia humana?

¿Cómo hacer para que un escritor o una escritora diga «no hay nada de mí en este texto»? Es complicado hacer una división. De lo que sí estoy en contra es de la etiqueta en sí misma y de cómo la Academia estadounidense ha logrado hacer un mainstream de lo que se considera autoficción, lo que es hablar de tu propia experiencia. Existe el peligro de que creamos que lo que nos sucede a nosotras como personas individuales sea lo más importante y se rompa la comprensión de que lo que me pasa a mí tiene que ver con lo que le pasa a las otras personas. Me preocupa en ese sentido, porque yo apelo mucho a la imaginación, y si solo vamos a estar hablando de lo que nos sucede, si realmente solo vamos a intentar hablar de la realidad, nos vamos a quedar sin la oportunidad de construir nuevos mundos, nuevas narrativas, nuevas formas de habitar el propio mundo y nuevas formas de seguir creando literatura y seguir cambiando el lenguaje. Cuando nos empezamos a mirar solo a nosotras mismas ya no hay un diálogo, es un monólogo, y yo sí apuesto mucho más por saber lo que pasa ahí afuera. Si no, me parecería muy aburrido. Imagínate hablar solo de mí: qué flojera. Soy mucho más aburrida de lo que yo quisiera. Necesito entender al mundo para seguir asombrándome. Para mí, de eso va un poco la vida.

¿Crees que la autoficción se vincula con el capitalismo neoliberal?

Sí, tiene que ver con esta necesidad de creer que somos lo más importante del mundo, cuando en realidad pertenecemos a una colectividad, pero también han existido libros de autoficción que han generado tanto ruido –en todos los sentidos– que han movido estructuras. Por eso digo: ¿qué es autoficción? Es decir, ¿vale la pena meternos en estas etiquetas o es mejor dejar que cada persona que desea escribir explore su propio mundo narrativo de la forma que quiera? El problema creo que viene también con cómo lo presenta la industria editorial. A mí siempre me lo han preguntado con Ceniza en la boca: «¿A ti te pasó?» No me ha pasado, pero si hubiera sido así, ¿en qué abona al trabajo literario, a la conversación, si era yo la protagonista? No abona en ningún sentido, solamente a la curiosidad.

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