Sociedad
La juventud en la era de la incertidumbre
Los altos niveles de desempleo y las escasas posibilidades de emancipación han condenado a las generaciones más jóvenes a una creciente precariedad. Pensar en el futuro es, hoy, en cierto modo, una quimera: cumplir con los esperados hitos de madurez les obliga a una carrera de obstáculos que no siempre tiene el final esperado. Atrapados entre unas esperanzas cada vez más frágiles, surge especialmente una cuestión: ¿qué peaje pagará la sociedad por culpa de esta realidad?
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El horizonte es borroso. Está cubierto de niebla vaporosa, agitado por las mismas pinceladas de El caminante sobre el mar de nubes: se puede atravesar, pero ¿hacia dónde lleva? Ese hombre, reciamente dispuesto de espaldas, ya no camina. Ni siquiera mira hacia ese informe campo de algodón. Y aunque conserva sus extremidades, ha sufrido una amputación. Hay una razón por la que no se gira frente a nuestra mirada: ha perdido la esperanza. Ese campo gris se extiende también frente a los jóvenes.
«Si quisiera dedicarme a lo que quiero dedicarme, que es el sector audiovisual, veo un futuro negro: hay una inestabilidad laboral enorme y mucha incertidumbre. Te piden ser un superhéroe por un sueldo de mierda», explica Lía Lugilde, una mujer de 28 años en paro y habituada, en la actualidad, al encadenamiento de empleos temporales y bajos salarios. Y añade: «Comparándonos con las generaciones anteriores –y personalmente– nos veo en desventaja: no creo que pueda tener una calidad de vida más o menos alta, conseguir un piso en propiedad o incluso comprar un coche».
Es la sensación palpable que sufre una generación atrapada entre dos crisis, la Gran Recesión ocurrida en 2008 y la pandemia del coronavirus surgida en 2020. En medio de ambas, un puñado de esperanzas destrozadas: según uno de los últimos informes elaborado por el Instituto de la Juventud, publicado en marzo de 2021 y realizado cada cuatro años, un 40% de los jóvenes cree poco o nada probable encontrar trabajo en el próximo año. No es para menos: España encabeza con casi un 30% la tasa de paro juvenil en Europa, una cifra escandalosa en comparación incluso con los países meridionales del continente.
Castro: «La salud mental varía en consonancia con los ciclos económicos»
«Normalmente, las personas desarrollan expectativas sobre el futuro y la confianza en conseguir lo esperado es la motivación general. No obstante, la falta de confianza a la hora de cumplir las expectativas propias o del entorno causa un malestar crónico que hace a una persona más vulnerable ante cualquier problema de salud mental», sostiene Jordi Fernández Castro, profesor de psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona, que señala cómo la salud mental «varía en consonancia con los ciclos económicos». Así, no parece casual que se haya triplicado el número de jóvenes que afirman tener problemas de salud mental en los últimos años: todo parece unido, más que a una inherente fragilidad generacional, a las condiciones materiales que moldean la realidad de los jóvenes. Y las expectativas no paran de reducirse: «Son grises. Hasta que el sistema económico no cambie no creo que mejoren las cosas», defiende Lugilde.
¿Un futuro imposible para la juventud?
La penuria juvenil, sin embargo, no atañe solo al propio colectivo afectado. Tal como afirma María Àngels Cabasés, profesora de Economía en la Universidad de Lleida, esto tiene no solo consecuencias individuales, sino también colectivas. «Esta precariedad, que se ha consolidado, genera frustración e incertidumbre. La participación laboral de las personas jóvenes no solo tiene consecuencias en sus condiciones de vida y expectativas, sino también sobre la sociedad», explica. La razón es sencilla: es el principal activo que posee un país para la necesaria renovación generacional. En la actualidad, las condiciones de vida son especialmente mediocres. Al menos, así parece sugerirlo la esperanza de emancipación por parte de los jóvenes, que ha caído en más de 10 puntos porcentuales. En la actualidad, la perspectiva de contar no ya con una habitación, como sostenía Virginia Woolf, sino con una vida propia, es escasa. Y esta falta de desarrollo puede mermar la voluntad y la energía de los individuos. Así lo señala Fernández Castro al indicar que «en las actuales sociedades desarrolladas, el paso de la juventud a la edad adulta está marcada por conseguir la autonomía e independencia económica». Conseguir esta independencia, señala, «es un requisito para mantener la autoestima». La dificultad no solo estriba en lo que uno posee, sino en lo que uno no posee: en lugares como Cataluña y Madrid, donde el sueldo destinado al alquiler supera el 50%, rebasando todo tipo de recomendaciones económicas, la vida es un puzzle difícil de solucionar.
Según el Observatorio de la Emancipación, la pérdida de poder adquisitivo de la juventud española ha sido de casi un 23% desde 2008
Este declive general del bienestar, de acuerdo con Cabasés, es peligroso: en el proceso, algunas personas pueden quedar cada vez más excluidas de la vida cívica y social, lo que las expone «a un riesgo de desvinculación, marginación o incluso radicalización». Se trata de un camino bien conocido: según el Observatorio de la Emancipación, la pérdida de poder adquisitivo de la juventud española ha sido de casi un 23% desde 2008. De acuerdo con Miquel Úbeda, investigador de sociología también en la Universidad de Lleida, estamos asistiendo a «un empobrecimiento de las generaciones más jóvenes». «Cada vez se trabaja menos, en peores condiciones y con salarios más bajos», si bien hay claras diferencias entre clases, géneros u origen, lo que indica un problema de fondo aún más grave. «Se está produciendo un incremento generalizado de las desigualdades sociales», apunta. Algo, indica, que está haciendo que «se empiecen a normalizar las situaciones de precariedad que vivimos de forma cotidiana».
Lo cierto, sin embargo, es que esta precariedad no es resultado de una serie de catastróficas desdichas. Las consecuencias actuales responden a un modelo que lleva consolidado desde la Gran Recesión y que se relaciona estrechamente con el turismo y los servicios, dos piezas esenciales de la estructura económica sobre la que se alza España. Un modelo, explica Cabasés, que se caracteriza «por la dificultad de acceso al mercado de trabajo, la temporalidad de los contratos de trabajo, la sobrecualificación, los bajos salarios y la baja protección social»
Contar con un horizonte del que uno no espera nada es más importante de lo que uno puede llegar a pensar: a la actual escalera del progreso le faltan escalones, y un tropiezo puede resultar fatal. «El sueño de la movilidad social, el tener una casa en propiedad o que los hijos tengan un mejor futuro constituyen aspiraciones individuales basadas en configuraciones colectivas de una buena vida», explica Úbeda. «La esperanza de que las cosas mejoren y estar en el camino correcto se convierte un mecanismo que permite cierto aplazamiento del presente, así como resquebrajar las incertidumbres cotidianas», añade. Un camino que, de momento, no está a la vista. El futuro, así, se presenta en forma de carrera de obstáculos, si bien infinita. ¿No es el principal rasgo de la precariedad, al fin y al cabo, la imposibilidad de caminar sobre un terreno estable? «Tienes que valorar si te dejas explotar o no: no hay mucha más opción», se lamenta Lugilde.
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