Contaminación

¿Cuánto contamina un billete?

El salto a la sociedad ‘cashless’ se incrementó con la llegada de la pandemia y la creciente conciencia medioambiental. Sin embargo, ¿cuánto contamina realmente el dinero, tanto en efectivo como digital?

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03
mayo
2023

¿En efectivo o con tarjeta? La pregunta se repite en supermercados, tiendas, restaurantes y bares todos los días y a todas horas. Decidimos según lo que tengamos a mano: con billetes, tarjeta de débito, de crédito o incluso con la aplicación del móvil. Los hábitos de consumo han ido cambiando y cada vez se utiliza menos el efectivo, presente sobre todo en transacciones pequeñas, como el pago de un viaje en bus o la compra de un café. Y puede que, al menos en cierto sentido, sea algo positivo: según el informe Digitalización, sostenibilidad y centros de datos, realizado por AFI y aDigital para Interxion, pagar en efectivo tiene un 36% más de impacto sobre las emisiones de CO2.

Los materiales del dinero en efectivo difieren según su origen: los hay a base de plástico, como el dólar australiano, o a base de papel, como los euros. En el primer caso, se utiliza el polímero, lo que, según el Banco de Inglaterra, hace que los billetes duren 1,33 veces más que los de papel. En el segundo, en cambio, la materia prima es la fibra de algodón puro, lo que de acuerdo con el Banco Central Europeo, les confiere firmeza y resistencia al desgaste. Aunque no es lo único que se necesita para crear un billete: también se requieren planchas para la impresión, así como herramientas para la estampación en caliente del holograma de los billetes y la serigrafía para los números que cambian de color. También las monedas son distintas: las de un euro están hechas de níquel y latón, mientras que los céntimos son formados a partir de una aleación de cobre, aluminio, zinc y estaño. Son procesos que requieren materia prima, materiales químicos, energía y transporte.

Un impacto inevitable

Lo cierto es que vivir –paguemos como paguemos– significa dejar una huella. Así, incluso el pago sin dinero tiene un impacto. Las tarjetas bancarias, por ejemplo, suelen estar fabricadas en plástico –por lo que requieren petróleo– y cuentan con elementos magnéticos para los que se necesita, entre otros, cloruro de polivinilo, metales como el cadmio y otros elementos químicos. Además, las tarjetas son de uso temporal, por lo cual su vida útil es reducida. En definitiva, su producción también genera gases de efecto invernadero y su descarte contribuye a la acumulación de plástico. Esta es una de las razones por la que en los últimos años los bancos han ido apostando por la fabricación de tarjetas de material biodegradable: en 2019, CaixaBank emitió tarjetas de regalo fabricadas con ácido poliláctico (PLA), un material procedente del almidón de maíz; BBVA, por otro lado, afirma estar utilizando PVC reciclado para producir sus tarjetas. Y estos son solo un par de ejemplos entre las iniciativas que están desarrollando las entidades financieras para reducir el impacto medioambiental del «dinero de plástico».

Según algunos estudios, si internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo

¿Y que hay de los pagos digitales? Muchas personas, especialmente los jóvenes, ya no utilizan tanto sus tarjetas bancarias: pagan directamente desde su teléfono o su reloj inteligente. Y aunque esto, a priori, parece la opción más sostenible, no puede obviarse la contaminación que producen los centros de datos. La minería de criptomonedas requiere de mucha energía para crear el llamado blockchain, la enorme base de datos centralizada capaz de crear un registro único y personal. Algunas investigaciones, de hecho, han estimado que las redes más grandes de minería de bitcoin podrían consumir más energía que países enteros y superar la producción anual de emisiones de países como Italia.

Nuestro tráfico constante en internet, al fin y al cabo, necesita de potentes servidores para el almacenamiento de datos, los cuales demandan energía –en gran parte proveniente de combustibles fósiles– para su funcionamiento y refrigeración. Según el estudio Clicking Clean de Greenpeace, si internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo.

A pesar de todo, el rechazo a pagar en efectivo seguiría siendo la actitud más sostenible. De acuerdo con el informe de Interxion, ahorramos 0,8 gramos de CO2 por transacción si en vez de pagar en efectivo pagamos con tarjeta, lo cual significaría un ahorro de una emisión anual de 9.000 toneladas de CO2. Aunque no todo es positivo: el uso del efectivo previene la exclusión de grupos vulnerables como las personas mayores, las personas que viven en entornos rurales con baja conexión o aquellos hogares de bajos ingresos con un menor acceso a las tarjetas de crédito.

Independientemente de qué medio de pago utilicemos, lo cierto es que en cada una de nuestras microdecisiones cotidianas, queramos o no, estamos condenados a dejar alguna huella medioambiental.

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