Sociedad
Elogio de las buenas madres (y padres)
El concepto de malas madres se ha puesto de relevancia para mostrar la imposibilidad de que la maternidad sea un campo de satisfacción permanente. Pero ¿qué son las ‘buenas madres’ y los ‘buenos padres’ en el siglo XXI?
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De un tiempo a esta parte, el concepto de malas madres ha saltado a un primer plano en los diálogos sobre maternidad. No obstante, no se trata de un concepto nuevo sino que tiene un amplio recorrido: ya en 2009, la escritora Lucía Etxevarría publicaba El club de las malas madres, un texto donde la autora contaba de una forma muy cercana y natural cómo cuando las mujeres están criando cualquier decisión se juzga o se critica. Y es que, como también expone Eva Millet en el libro Hiperpaternidad, «las madres tenemos demasiados expertos y expertas diciéndonos qué debemos hacer». Los tentáculos de la culpabilidad envuelven el día a día y la sobrecarga de tareas, tanto personales como profesionales, se hace evidente.
En los últimos años, el feminismo ha puesto sobre la mesa el tema de la maternidad «realista», tan cotidiano como invisibilizado en el debate público. En concreto, lo que se viene a mostrar es que la utópica imagen de madre perfecta, abnegada y siempre bañada en buenos sentimientos hacia sus hijos o hijas no existe: todas las ideas previas que sobrevuelan sobre la situación de traer una nueva criatura al mundo se aleja mucho de la realidad posterior. En 2014, lo que empezó como un desahogo de la creativa publicitaria Laura Baena vía Twitter sobre su maternidad terminó sembrando la semilla del Club de las Malas Madres, que cuenta ya con un millón de mujeres que conforman una comunidad emocional. Reapropiarse de un término para re-significarlo parece la mejor opción ante la complejidad.
La utópica imagen de madre perfecta, abnegada y siempre bañada en buenos sentimientos hacia sus hijos o hijas no existe
Pero quizá, también sea momento de definir en qué consiste ser buena madre, o buen padre. Partiendo de que lo bueno o lo malo resultan términos tremendamente subjetivos, y de que no se miden de la misma manera la maternidad y la paternidad, sí existen ciertas cualidades o virtudes que podemos detectar y que conviene poner en valor.
Un rasgo que propicia un óptimo desarrollo psico-emocional de los hijos e hijas sería ofrecer afecto. Aunque pueda parecer una perogrullada, las carencias emocionales gestadas en la familia resultan muy frecuentes y limitantes de cara a la adultez. El contacto físico favorece la adquisición de seguridad y confianza. Abrazar, besar o decir «te quiero» cobra una tremenda importancia. Vinculado con este aspecto, también la escucha tendría que ocupar un papel principal en la crianza. Y no solo hablamos de estar en silencio cuando el niño o niña habla sino en detectar sus necesidades aunque no las verbalice directamente, poder anticiparnos a ellas porque ya hemos puesto atención previa en conocerlas.
Otra cualidad que comparten las buenas madres y los buenos padres no es otra que la de propiciar organización y orden. Facilitar un horario regular para las comidas, siestas, horas de dormir o momento de hacer los deberes permite crear hábitos y rutinas, dos elementos de vital importancia para ganar seguridad. Tampoco habría que olvidar el hecho de elogiar. Valorar lo que los hijos e hijas hacen bien y comunicarles satisfacción refuerza conductas y va dando forma a un auto-concepto positivo. Resulta muy importante elogiar (al igual que reprobar) las conductas, el comportamiento, en lugar de la personalidad. En cuanto a la crítica, hacer hincapié en su persona da a entender que el niño o niña «es eso malo», cuando de lo que se trata es de hacerles ver los errores y las maneras de mejorar.
No obstante, qué duda cabe de que ante situaciones estresantes, las emociones pueden llegar a ser intensas, desbordantes, y no siempre tenemos manifestación verbal más correcta del mundo. Quizá sea algo que se pueda ir entrenando con la práctica. De cara a la infancia, existe una diferencia abismal entre decir: «Eres malo, ¿no ves que no se puede cruzar la carretera sin mirar», que «cruzar la calle corriendo no es seguro, hay que mirar a ambos lados para ver si vienen coches». Otros aspectos de interés frente a la maternidad o paternidad se centran en compartir tiempo y mostrar dedicación con los hijos e hijas, establecer reglas y poner límites claros y consistentes. Esto quiere decir, que las personas cercanas involucradas en la crianza también las compartan y las pongan en práctica.
Pero enumerar todas las cualidades de las buenas madres y los buenos padres no significa que en todo momento, y a todas horas, la experiencia resulte reconfortante y se logre llevar a cabo el objetivo propuesto. ¿Cómo hacerlo cuando la vida aprieta?
Las casuísticas familiares son variadas y complejas: madres solteras y/o separadas sin una red familiar o social en la que apoyarse no podrán desenvolverse de la misma manera que una familia con más opciones; en las parejas separadas con diferencias abismales en la visión de la educación se suelen multiplicar las dificultades; las las familias con carencias económicas, y con varias criaturas a cargo, tampoco tendrán ni el tiempo ni las posibilidades de hacer todo lo que conviene hacer para desarrollar una crianza óptima; un reparto desigual de las tareas del hogar y de los cuidados –que sigue recayendo principalmente en las mujeres, trabajen o no fuera de casa- provocará mayores niveles de estrés y malestar y dificultará una dedicación plena a todos los ámbitos. También somos conscientes de que el familiar no es el único ámbito relevante para garantizar el bienestar en la infancia, sino que se interrelaciona con el campo educativo y el social.
No parece que la idea de «buena madre» o «buen padre» sea algo homogéneo y permanente, sino que existen diferentes etapas en el proceso en las que ir avanzando y mejorando. Quizá lo más importante de todo sea hacerlo lo mejor que pueda con lo que se tiene y vislumbrar un horizonte donde se sitúe la madre o el padre en que, en algún momento, nos gustaría llegar a convertirnos.
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