Sociedad

El caos contado por José Saramago

El ‘Ensayo sobre la ceguera’ de Saramago desgarra el alma porque descubre sin reservas las atrocidades del ser humano: retrata un mundo despiadado, similar a un infierno dantesco, donde cada cual debe luchar a brazo partido por la supervivencia.

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31
mayo
2023
‘La parábola de los ciegos’ (1568), por Pieter Brueghel el Viejo.

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Se dice que es en la tempestad donde se descubre la madera de la que está hecho un barco. De un modo similar se pone a prueba el carácter de una persona o sociedad en una situación caótica. En sus soberbias novelas Ensayo sobre la ceguera y Ensayo sobre la lucidez, el escritor portugués José Saramago plantea ciertas circunstancias excepcionales e inconcebibles que tal vez nos ayuden a conocer la madera de la que estamos hechos.

La ceguera blanca

En Ensayo sobre la ceguera, Saramago imaginó una inexplicable epidemia de invidencia. En lugar de quedar sumidos en la oscuridad, los afectados perciben que el mundo se oculta tras un mar albo. Algo así como «una blancura resplandeciente, como el sol dentro de la niebla».

A los primeros que se infectan se les encierra en un manicomio vacío para guardar cuarentena. Abandonados a su suerte por las autoridades civiles y militares, permanecen aislados del resto de la población. Y es en ese cruel lugar donde Saramago nos desvela tanto lo miserable como lo digno del ser humano.

En aquel recinto infernal, sólo una mujer conserva la vista. Testigo ocular de violencias y mezquindades, no revela a nadie su clarividencia a excepción de a su marido, a quien susurra: «Si pudieras ver tú lo que yo estoy obligada a ver, querrías ser ciego». ¿Qué ve exactamente?

«No vivir enteramente como animales»

En una situación de hambre, de hedor nauseabundo, gobierna el brutal imperio de la fuerza y el más inhumano de los egoísmos. Como dice un personaje, «siempre hubo quien se llenó la barriga con la falta de vergüenza».

En una situación de hambre, de hedor nauseabundo, gobierna el brutal imperio de la fuerza y el más inhumano de los egoísmos

El Ensayo sobre la ceguera desgarra el alma porque descubre sin reservas las atrocidades del ser humano. Retrata un mundo despiadado, que se asemeja a un infierno dantesco, donde cada cual debe luchar a brazo partido por la supervivencia. Sin embargo, valerosas voces se alzan contra la indignidad y la barbarie: «Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales».

«Si puedes ver, repara»

La esperanza en este mundo desalmado se refleja en las palabras de uno de los ciegos: «Si alguna vez vuelvo a tener ojos, miraré verdaderamente a los ojos de los demás, como si estuviera viéndoles el alma». Saramago cuestiona nuestra forma de vida. ¿Podríamos estar simbólicamente invidentes a pesar de ver funcionalmente? Miramos, pero no vemos. Estamos ciegos si no percibimos de los demás salvo lo que nos beneficia, si no los atendemos más que para utilizarlos.

A pesar de su pesimismo, Saramago nos ofrece un horizonte de esperanza. Una cita encabeza el Ensayo sobre la ceguera: «Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara». La mujer que conserva la vista salva con su admirable bondad a un pequeño grupo. Puede ver un mundo decadente y repara.

La lucidez

Los ciegos de esa ciudad sin nombre recuperan la vista del mismo modo que la perdieron: sin explicación y de forma repentina. Y lo imposible nunca viene solo. En los comicios celebrados cuatro años después, el setenta por ciento de los electores vota en blanco. Ante lo insólito del hecho, se repiten ocho días más tarde. En esta ocasión el voto en blanco alcanza el ochenta y tres por ciento. De nuevo el blanco: pureza inmaculada. Pero ahora la albura no ciega. En forma de insurgencia pacífica, el blanco en Ensayo sobre la lucidez es síntoma de clarividencia.

Los ciegos de esa ciudad sin nombre recuperan la vista del mismo modo que la perdieron: sin explicación y de forma repentina

Los terribles sucesos acaecidos durante la ceguera blanca habían sido condenados al silencio. Y lo que no se nombra parece no haber ocurrido. Ignorar lo ocurrido se convierte en otra forma de ceguera: «Para que la muerte deje de existir basta con no pronunciar el término con que la designamos». Es la desmemoria. Resulta más cómodo olvidar todo aquello que no concuerde con una realidad idealizada y, por eso mismo, falseada.

Ante ese olvido, el pueblo se pronuncia y con ello se tambalean los cimientos del sistema. El voto en blanco masivo cuestiona el armazón de la democracia en ese país imaginario. Como respuesta, las autoridades políticas urden sórdidas tramas criminales para satanizar a quienes consideran enemigos de la patria.

El poder castiga con dureza vergonzosa la osadía de rechazar una democracia degradada. De nuevo en una atmósfera de intrigas políticas y mezquindades, se alzan voces que encarnan la altura moral del ser humano.

El desasosiego

Tal vez la profunda inquietud que sentimos al leer estas historias provenga de la revelación de una verdad angustiosa. Son realidades que apenas intuíamos y evitábamos asumir. Otro autor portugués, el poeta Fernando Pessoa, escribió en El libro del desasosiego: «Vivimos en un anochecer de conciencia, sin saber con certeza lo que somos o lo que creemos ser».

Cuando se precipita el caos, se revela con nitidez lo mejor y lo peor del ser humano. Y vemos una verdad que puede ser desasosegante. Saramago advertía que «siempre llega la hora en que descubrimos que sabíamos mucho más de lo que pensábamos».


Antonio Fernández Vicente es profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad de Castilla-La Mancha. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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