Sociedad

Las etiquetas… ¿Limitan o liberan?

Cada vez usamos más etiquetas para indicar quiénes somos. La gran cuestión ahora es si nos ayudan a encontrar nuestro lugar en el mundo o nos encasillan.

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19
abril
2023

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«¿Qué es lo que más te gusta de aquí?», preguntaron al actor argentino Chino Darín en los Premios Platino. «¿De España?», contestó, «mi mujer». «¿Y cómo la definirías?», siguió el periodista. Entonces, Darín dio una respuesta que dejó huella en la prensa cultural y redes sociales: «Sin duda, es la mejor de todas. Pero no la definiría, me parece que si la defino, la limito».

Esta declaración y los consecuentes elogios reflejaron el –aparente– acuerdo generalizado sobre el perjuicio de las etiquetas. Sin embargo, nunca habíamos tenido tantas palabras (ni tantas herramientas para generar nuevas) para matizar el estilo de vida de las personas: flexitariano, géminis, con TDAH, pansexual y del Betis. Los hay que se autoimponen sus rótulos y los hay que los ponen a los demás. Los hay que los sienten con orgullo y los hay que los ocultan. Ahora, lo alarmante sería que alguien basara su personalidad y comportamiento en estas etiquetas; o peor, que discriminaran a otros por lo mismo. Por tanto, ¿qué les pasa a las etiquetas, limitan o liberan?

Nunca habíamos tenido tantas palabras (ni tantas herramientas para generar nuevas) para matizar el estilo de vida de las personas

Las etiquetas pueden perpetuar estereotipos porque refuerzan las normas establecidas (por quien sea) y las expectativas sociales. Por ejemplo, la etiqueta «masculino» puede asociarse con rasgos como la fuerza física, por lo que una persona que no se atribuye esa etiqueta a sí mismo puede percibir, con o sin razón, que esa cualidad es inalcanzable. De este modo, el estereotipo derivado de una etiqueta puede ensombrecer la capacidad para conseguir un objetivo. En este sentido, un distintivo nos puede abocar a la profecía autocumplida: las expectativas sobre unos hechos del futuro hacen que aumente la probabilidad de que estos hechos ocurran.

No obstante, el rol limitador de las etiquetas no solo es autoimpuesto, también podría ser interpersonal. Las etiquetas funcionan, a menudo, como atajos mentales para escanear rápidamente a nuestro interlocutor y averiguar si es de fiar. Como atajo, debemos ser conscientes de que la etiqueta genera estadísticas simplistas, por lo que tiende a ser imprecisa o injusta. Por ejemplo, si en una fiesta presentamos a nuestro amigo como el «introvertido», quizás el grupo recrea mentalmente a una persona miedosa o mohína, cuando realmente la única peculiaridad de nuestro amigo es que, puestos a elegir, prefiere un ambiente tranquilo con interacciones uno a uno. Dicho lo cual, esta perspectiva pertenece a los más distópicos, y de momento no existe evidencia concluyente que demuestre el efecto negativo de los –a priori en auge– términos de organización social.

En la otra cara de la moneda, en este caso para los especuladores optimistas, encontramos que las etiquetas, en realidad, facilitan el desarrollo de la identidad propia. En otras palabras, permiten describirse a uno mismo y entender qué lugar se ocupa en el mundo. Estos distintivos, obtenidos mediante tests de personalidad, diagnósticos médicos o vinculaciones a colectivos politizados, dan respuesta a muchos porqués existenciales y brindan un sentimiento de pertenencia que pueden ayudar a que sentirse comprendido y valorado. En definitiva, las etiquetas pueden ser una herramienta que ofrece calma psicológica. Asimismo, pueden ser útiles para conectar con otras personas que han vivido experiencias similares, por lo que son un medio para encontrar y ofrecer apoyo.

Por otra parte, las etiquetas agilizan la comunicación cotidiana, pues abrevian y simplifican (con el doble filo que eso conlleva) información compleja sobre una persona o situación. Por ejemplo, el término queer explica en cinco letras algo que hasta el siglo XXI necesitaba varias líneas. Finalmente, esta clase de neologismos contribuye a la visibilidad de grupos sociales que de alguna forma se han sentido apartados por razones médicas, educativas, culturales o políticas.

En conclusión, las etiquetas sociales se crean como puertas de entrada a la personalidad o estilo de vida de una persona. Son sistemas heurísticos de supervivencia que pueden ser útiles como sumario, dado que con muy pocos recursos proporcionan información sobre identidad sexual, etnia, salud mental, espiritualidad o ideología política. Sin embargo, desde el inicio de cualquier interacción ha de quedar clara su simpleza. Aquel que tome decisiones basándose en «¿qué haría el buen aficionado del Betis (ya me perdonarán los sevillanos por el ejemplo) en este caso?», entonces en su identidad ya prima la pasión por el fútbol, sino un dogmatismo al que mejor será no buscarle etiqueta.

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