Internacional

ISIS: una década de terror

El grupo terrorista, uno de los más salvajes y sanguinarios de la historia, terminó ahogándose, entre otras cosas, por su propio (e inicial) éxito militar en los países musulmanes.

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Levi Clancy
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11
abril
2023

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Levi Clancy

Hace ya diez años que la voz de un erudito barbudo sonó a través de las ondas anunciando la formación de un grupo terrorista que pronto iba a dar mucho que hablar. Era 8 de abril de 2013, y el mundo de la yihad acababa de dar a luz a una nueva banda: el llamado Estado Islámico de Irak y al-Sham. Por sus siglas, el ISIS.

Quien quiera entender el nacimiento –más bien convulso– de este grupo ha de tener en cuenta dos factores importantes. El primero, que el ISIS fue producto de un golpe de mano dentro de la propia Al Qaeda. El segundo, que aquel nombre llevaba ya en uso desde hacía muchos años, sin que prácticamente nadie se apercibiera de ello.

La semilla había sido plantada por los propios líderes de Al Qaeda a comienzos del nuevo siglo, aunque estos, por aquel entonces, difícilmente podían imaginar las consecuencias que tendrían sus acciones. Durante aquellos primeros años de la década del 2000, la banda de Osama bin Laden amenaza con ahogarse en su propio éxito tras haberse convertido en la estrella ascendente del terrorismo yihadista. El problema era que esto la había convertido también en el objetivo prioritario de la inteligencia americana, así como en el de toda agencia de inteligencia que quisiera conservar las buenas relaciones con Washington. Al Qaeda acusaba golpe tras golpe: no podía seguir manteniendo la imagen de fuerza que buscaba darle al mundo.

Si la banda quería demostrar su poderío, sólo podía hacer dos cosas. En primer lugar, incrementar el número o la magnitud de sus atentados, algo que era difícil por la razón antes citada. En segundo lugar, podía hacer algo diferente. Podía dar la imagen de estar expandiéndose a base de aliarse con otros grupos y convertirlos en sus franquicias.

Para demostrar su poder, Al Qaeda intentó expandirse a base de alianzas con otros grupos a los que intentaría convertir en sus franquicias

No tardó en decantarse por esta segunda opción. Una de sus primeras franquicias sería un grupo de yihadistas internacionales llamado Al-Tawhid wal Jihad («Monoteísmo y Yihad»), que se convirtió así en «Al Qaeda en Irak» (AQI) para el año 2004. Esta banda, que combatía a los ocupantes americanos y a las fuerzas iraquíes por igual, revolucionó el mundo del reclutamiento introduciendo un uso ciertamente creativo de las nuevas tecnologías, algo que marcaría un antes y un después en la historia del yihadismo. Al mismo tiempo, inauguró una tendencia que llegaría a causar verdadera consternación en el círculo de Osama bin Laden: la masacre de musulmanes de la confesión chií, que los líderes de AQI consideraban «apóstatas» y merecedores, por tanto, de morir en igual o mayor medida que los infieles. Fue en 2006 cuando AQI cambió nuevamente de nombre y, en un arrebato de imprudente megalomanía, proclamó el «Estado Islámico de Irak», el «ISI», al que sólo le faltaba una consonante para convertirse en lo que años más tarde sería el ISIS.

Esta proclamación fue llevada a cabo sin el consentimiento de Bin Laden y, desde luego, no logró otra cosa que caldear aún más el ambiente entre las tribus musulmanas suníes del oeste de Irak, que si bien habían ayudado inicialmente a la banda, se resistían cada vez más a aguantar el régimen de terror rigorista que les imponían los yihadistas, que requisaban casas y negocios y prohibían beber o fumar a la población civil. El resultado de esta ruptura fue que dichas tribus se aliaron con los americanos y estos, fortalecidos gracias a un refuerzo masivo de tropas aprobado en el 2007, lanzaron una ofensiva que acabó con el ISI por todo el país.

Hecho esto, los americanos decidieron que era buen momento para retirarse: la guerra no era particularmente popular en casa. Mientras tanto, el ISI hubo de buscarse un nuevo líder, dado que su último jefe había perecido entre escombros en el 2010. Fue así como entró en juego un ex-coronel de la inteligencia de Saddam Hussein reconvertido ahora en yihadista: Samir Abd Mohammed al-Khlifawi, más conocido por su apodo, Haji Bakr, o por motes como «el Señor de las Sombras» y «el Caballero de los Silenciadores».

Haji Bakr, siempre atento a la ocasión, vio la oportunidad de colocar a su candidato en el trono de la organización: un hombrecillo poco llamativo, apenas un erudito callado –pero cuyo linaje conectaba con la tribu del profeta Mahoma– cuyo nombre de guerra era Abu Bakr al-Baghdadi. Haji Bakr sabía cómo manejar a la gente: aprovechando el secretismo y compartimentación de la banda, le aseguró a cada elector dentro del comité ejecutivo del ISI que el resto iban a votar también por su candidato. Fue gracias a él por lo que al-Baghdadi logró una aplastante victoria. No solo eso: posteriormente, Haji Bakr aseguraría el resultado ordenando el asesinato de decenas de militantes que se oponían al nuevo líder.

El ISI quiso ocupar el vacío de poder en Siria, razón por la que envió allí una brigada expedicionaria llamada «Frente de Al-Nusra»

Lentamente, el ISI fue recuperando sus vías de financiación, desde la extorsión de los negocios de Mosul al contrabando de la refinería de Baji, la mayor de toda Irak. No dudó en aprovechar una oportunidad que acababa de aparecer en la vecina república de Siria, un país que hasta entonces había sido una asfixiante dictadura similar a la de Saddam. Allí, las protestas civiles propiciadas por la Primavera Árabe habían degenerado en una guerra civil después de que el régimen las reprimiera a sangre y fuego: el ejército peleaba contra los rebeldes moderados del Ejército Libre de Siria y los radicales curtidos de Ahrar al-Sham. El ISI quiso explotar aquel vacío de poder, y envió a una brigada expedicionaria llamada «Frente de Al-Nusra» que logró pactar con otras facciones rebeldes (dado que no mostraban el mismo talante genocida de su madrina iraquí). Todo esto pronto les hizo controlar grandes extensiones de terreno sirio.

Sus éxitos, sin embargo, desataron los celos del ISI. Y el 8 de abril de 2013, hace diez años, Abu Bakr al-Baghdadi lanzó un mensaje radiofónico en el que declaraba que Al-Nusra y el ISI quedaban fusionados con efecto inmediato, compartiendo, oportunamente, las ganancias territoriales de la primera. El nuevo grupo habría de llamarse «ISIS».

Los líderes de Al-Nusra, como era de esperar, no vieron con buenos ojos aquella declaración: el ISI era una banda cruel, impopular y arrinconada dentro de Irak. El jefe de Al-Nusra se negó a aceptar la fusión, e incluso pidió ayuda al entonces líder de Al Qaeda, el doctor egipcio Ayman al-Zawahiri, ascendido tras la eliminación de Bin Laden en 2011. El doctor hizo de árbitro y se opuso a los planes del ISIS. De hecho, dio orden de lidiar con el problema a uno de sus lugartenientes, un hombre llamado Abu Khaled al-Suri, conocido de la célula española que planeó el 11M.

Pero de nada sirvieron las resistencias de Al Qaeda o Al-Nusra: una vez más, se movió en la sombra el ex-coronel de inteligencia Haji Bakr que, astuto como era, ya había previsto aquel conflicto de intereses desde hacía tiempo. Llevaba entrenando a sus propias fuerzas de choque desde finales del 2012, para lo cual no empleaba a sirios o iraquíes (demasiado cercanos a Al-Nusra), sino a tunecinos y saudíes, a los que juntaba con chechenos y uzbekos ya curtidos en batalla.

Haji Bakr, además, sabía dónde golpear. Había pasado varios meses enviando un verdadero ejército de espías, con adolescentes que reclutaba en centros de predicación desde el norte de Siria. Sus papeles revelan cómo anotaba hasta el más mínimo detalle: desde las lealtades de cada familia importante a quién tenía una amante o era secretamente homosexual. Utilizando aquella información, maniobró en silencio para hacer desaparecer a los opositores en potencia dentro de los territorios que controlaba Al-Nusra, sobornando, chantajeando o asesinando a sus rivales. No se alzó la bandera negra del ISIS hasta el último momento. En cuanto al enviado de Al Qaeda, fue sorprendido en su cuartel de Alepo por un comando suicida del ISIS que voló el lugar por los aires.

Casi un 65% de las fuerzas de Al-Nusta se pasó al ISIS, que se expandió con fuerza por el norte de Siria en la primavera de 2013

Al-Nusra acusó el golpe de manera notable: casi un 65% de sus fuerzas se pasó al ISIS, que se expandió imparablemente por el norte de Siria en la primavera de 2013. Un año después, el ISIS engulló la tercera parte de de Irak en apenas unos meses. Este fenómeno militar, que causó desconcierto las cancillerías de todo el mundo, tuvo una explicación algo deshonrosa. Tras el abandono de Irak por parte de los norteamericanos, el primer ministro Nouri al-Maliki puso en práctica una política sectaria, corrupta y caprichosa. Los iraquíes de confesión musulmana suní, además, eran sistemáticamente maltratados por su gobierno, ya que Al-Maliki era chií. Cuando el ISIS entró en las ciudades del norte y el oeste, pobladas por suníes, estos no estuvieron particularmente dispuestos a combatir en nombre de Bagdad. Tampoco ayudó que el ejército iraquí estuviera tan debilitado por la corrupción: sus tropas apenas contaban con armas o comida para la campaña.

Sólo un detalle le falló a Haji Bakr en aquel plan fulgurante. La aldea siria desde la que dirigía discretamente la función, Tal Rifaat, fue ocupada por los rebeldes sirios. Haji Bakr prefirió ocultarse en una casa cualquiera en lugar de refugiarse en el cuartel local del ISIS para no llamar la atención. Pero no pudo evitar una delación y, en enero de 2014, una patrulla rebelde se presentó en su puerta con intención de arrestarle. Consciente de que ya no podía recurrir a ninguno de sus trucos habituales, Haji Bakr decidió hacer una última salida heroica disparando con su kaláshnikov. Fue acribillado en el acto.

Sin su inteligencia haciendo de guía, o quizás arrastrado por la inercia de una guerra en múltiples frentes, el ISIS acabó por morder más de lo que podía masticar. Se había hecho tantos enemigos (más aún cuando lanzó una campaña de atentados contra las naciones occidentales a partir de 2014), que pronto hubo de hacer frente a un abanico inabarcable de adversarios. Sus capitales en Irak y Siria cayeron en 2017 y, dos años después, el grupo perdía su último trozo de territorio.

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