Sociedad

«El cristianismo ha sido fundamental en tanto que organización social solidaria»

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28
abril
2023

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Julio Trebolle (Madrid, 1943) es uno de los más destacados biblistas del mundo y catedrático emérito del Departamento de Estudios Hebreos y Arameos de la Universidad Complutense. Dirigió el Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones y fue miembro del equipo internacional de edición de los Manuscritos del Mar Muerto. Comenzó su andadura haciéndose cargo de la Ciudad de los Muchachos, fundada por el padre Jesús César Silva en 1957, un orfelinato mucho más próximo a una pequeña «ciudad-estado» que a un hospicio. Su último libro, ‘Historia mínima de la Biblia‘ (Turner) habla, entre otras cuestiones, de su vínculo con el Corán, de su influjo en la literatura universal o de la historia y la ficción que hay en ella.


Para Borges, tres eran los libros constitutivos del hombre, La Ilíada, La Odisea y los Evangelios… Las tres historias –la de Troya, de Ulises y de Jesús– ¿bastan para explicarnos?

No, qué va, queda mucha humanidad fuera, queda fuera, por ejemplo, el Oriente hindú, el chino y el japonés. No, el hombre es mucho más que esos tres libros. Pero, desde luego, son tres títulos indispensables para entender qué es Occidente, que no se entiende sin Grecia, Roma y la Biblia. Añadiría el derecho romano, y acaso la Eneida. Pero, por fortuna, el hombre es mucho más complejo y universal que lo que supondría reducirlo a esos tres libros, por enriquecedores y fundamentales que sean.

¿Con qué disposición ha de leer uno, cualquiera, la Biblia?

Con un espíritu muy abierto; se suele leer con ideas preconcebidas, a favor o en contra, pero hay que dejarse llevar, dejarse impresionar y dejarse escandalizar. La Biblia tiene setenta caras, que dirían los rabinos, está escrita a lo largo de mil años y, aunque parezca contradictora en algunos de sus pasajes, está impregnada de poesía, y eso explicaría muchas cosas.

¿Importa que sea verdad lo que cuenta?

Importa mucho, desde luego. La cuestión es ¿a qué verdad nos referimos? Porque hay una verdad histórica en la Biblia que no es la de Adán y Eva. Jesús sí es un personaje histórico, pero no se trata de una biografía en la que únicamente cuente cuándo y nació y cuándo y cómo murió, sino que lo importante es el sentido que le dan los textos a esa vida. Por tanto, habría que distinguir la verdad de los hechos y los hechos verdaderos, en el sentido de hay hechos que crean historia. La historia tal y como sucedió es muchas veces anodina, y otras cobra un sentido inmenso en su contexto. El sentido del nacimiento de Jesús arrastra una tradición inmensa, por ejemplo. La Biblia tiene su verdad, conformada en ocasiones por verdades en tensión, nunca ha pretendido ser la verdad absoluta, sino que expone hechos, interpretaciones, interpela a quien se acerca a ella. Se dice que es dogmática pero no lo es.

«Se dice que la Biblia es dogmática pero no lo es»

Que la literatura bíblica sea toda ella intertextual, al contrario de la griega u otras orientales, ¿es un problema o una excelencia?

Una excelencia, sin duda; se distingue en ella una pluralidad de sentidos, el literal, el moral, el histórico, el místico… Por supuesto, el poético. A ello se une la cantidad de sentidos que ha recibido desde visiones dispares y de naturaleza distinta, como los aportados por los grandes sociólogos y antropólogos, como Marx, Weber o Freud, por citar a algunos. La Biblia se deja interpelar por todas las ciencias sociales, y eso no hace más que enriquecerla.

Hay muchos expertos que hablan de las tres épocas que han regido, desde el punto de vista cristiano, el mundo: la del Padre, la del Hijo y la del espíritu. ¿La espiritualidad de hoy en día está más edulcorada que la de antaño?

No sabría qué decirte… Desde luego, antes la vida era mucho más dura que ahora, desde ahí se podría pensar que la vida de ahora, por tanto, está en cierto modo edulcorada. ¿Quién habla de ascética, de mística, hoy en día? Estas palabras y los grandes textos sagrados se han banalizado, acaso por eso mismo no hay fuerza interior para afrontar determinados problemas de la vida. Por otro lado, así como antes hubo una represión sexual por parte de lo religioso, hoy hay una represión hacia lo religioso, y cualquier represión psicológica se convierte en un trauma.

¿Qué pierde el hombre moderno si pierde lo religioso?

Creo que mucho. Se puede vivir sin religión, por supuesto, hay sociedades que no son religiosas, pero no se puede olvidar que lo religioso es una realidad en la historia de la humanidad, y destacaría que ha sido fundamental, sobre todo el cristianismo, en tanto que organización social solidaria. La caridad hoy en día está desprestigiada, pero ha sido la base de la asistencia social durante siglos. Me pregunto hasta qué punto la solidaridad puede sostenerse sin caridad ni religión.

¿Qué explica ese creciente interés en China por el cristianismo?

Igual que aquí hay interés enorme por el budismo, nos llama la atención lo ajeno. En Japón, por ejemplo, es extraño el hogar en el que no hay una Biblia. Oriente también se siente fascinado por Occidente, y sabe que la Biblia es una manera de entenderlo. Otra cosa es que se extienda el cristianismo en esas tierras, porque ya sabemos las dificultades que existen para profesar según qué credos.

«La caridad hoy en día está desprestigiada, pero ha sido la base de la asistencia social durante siglos»

¿No resulta paradójico que allí donde la Biblia sitúa el Paraíso, entre el Tigris y Éufrates, sea una zona de conflicto permanente?

La zona de Oriente Medio es una zona muy convulsa, muy conflictiva, lo ha sido a lo largo de la historia, posiblemente porque, aunque la mayor parte del territorio es desierto, participa de tres continentes, Asia, África y Europa, y por tanto de sus grandes problemáticas. Por allí han pasado las grandes guerras de identidad de Occidente y allí surgen las tres religiones de Libro.

Lleva buena parte de su vida dedicado al estudio de la Biblia, ¿sigue sorprendiéndole cada vez que la abre?

Sí y no, tenga en cuenta que mi estudio sobre la Biblia es muy técnico, y por ello, coloco entre paréntesis el aspecto emocional, que lo tiene, y enorme, por supuesto. Es uno de los grandes textos que nos hablan del alma y la historia de los pueblos, de nuestra identidad. Dediqué un libro entero a los salmos, la obra escrita más antigua del mundo; adentrarse en ellos es realmente emocionante, conmovedor. Rilke lo expresó certeramente al escribir que era el libro más familiar que existe. Te retrotrae a la infancia y te proyecta a la muerte, habla de todo, te enfrenta a todo. Hay otras grandes obras, por supuesto, pero la emoción es característica de la Biblia.

¿Son dos mundos tan distintos como algunos se empeñan en hacernos ver las religiones de libro, las reveladas, respecto de las cósmicas, místicas?

Se juega con esa distinción, las religiones místicas, la de Oriente, y las históricas, las de Occidente. Pero creo que todas las religiones son místicas. Baste tres nombres: san Juan, santa Teresa, Miguel de Molinos. Lo que ocurre es que la mística de Oriente es distinto, más cósmicas. Las religiones del libro se diferencian del resto en que no sólo arrastran una historia, sino que asumen el compromiso de cambiarla. En cualquier caso, todas las religiones comparten algunos rasgos y se diferencian por otros.

¿Cuál fue la gran aportación de los Manuscritos del Mar Muerto, encontrados hace ahora 70 años?

Son textos anteriores al cristianismo pero que reflejan el mundo en el que nació, lo que ayuda mucho a conocer el origen del cristianismo; son valiosísimos para establecer los vínculos entre Grecia y el mundo semítico y, por último, son fundamentales en tanto que, hasta que no se descubrieron, había un único texto de la Biblia, conservado durante 3.000 años, sin variantes, y en esos manuscritos hay distintas ediciones, el contenido canónico se vuelve plural, la materialidad misa del texto. Esto supone una amenaza para los protestantes, muy fundamentalistas a este respecto, igual que sucede con los judíos. El mundo católico y latino es mucho más flexible.

¿Echa de menos la Ciudad de los Muchachos?

Echo de menos la juventud de entonces, el entusiasmo con el que se vivíamos. Fue una experiencia fortísima, que me marcó como persona. Con 24 años, en 1968, año importante ya de por sí, me mandaron para allá en un momento en el que convivían dos modelos educativos, por un lado, los últimos coletazos del orfanato que fue, recogiendo a niños de la posguerra, con el nuevo modelo que acogía a niños huérfanos por la inmigración. Hice todo lo que pude, y traté de democratizar esa institución, y hacer que los muchachos que vivían en ella supieran de su dignidad.

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