Sociedad

Aplaudir… lo que no te gusta

El aplauso es una práctica social, pero una que tiene más capas que la de simplemente mostrar qué nos gusta o interesa. Aplaudir también puede ser un compromiso.

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18
abril
2023

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Aplaudir es un gesto humano, una práctica universal que nos sirve para expresar nuestra beneplácito o admiración ante algo o alguien. Como dice la RAE, aplaudir consiste en «chocar repetidamente las palmas de las manos una contra la otra como muestra de aprobación, admiración o acuerdo con una persona o con lo que hace». También se refiere al referido acto como «manifestar aprobación o acuerdo con una persona o con lo que hace mediante palabras o actitudes».

Distintas formas de expresar esa admiración o aprobación en un recinto público han existido en diferentes culturas, por lo menos, desde la Antigüedad. Los romanos aplaudían de diferentes maneras en las actuaciones públicas: con chasquidos de los dedos, dando palmas con las manos planas o más cóncavas, agitando la solapa de sus togas, etc. En tiempos recientes hay quien ha querido modificar la forma de aplaudir, un caso llamativo dándose en las asambleas callejeras celebradas durante las protestas del 15M del 2011, cuando el público e interventores presentes asentían ante una afirmación moviendo de lado a lado las palmas de las manos, sin generar sonido alguno; lo que vino a llamarse un aplauso silencioso. Este no interrumpía el mensaje del orador y representaba un giño a las personas sordas, para que estas no sufriesen exclusión en los referidos procesos.

No obstante, aplaudir es algo que puede hacerse de corazón, pero también por educación o, incluso, por obligación. También existe la posibilidad de aplaudir por miedo: se dice que Stalin hizo instalar una campana para marcar el fin de un aplauso en sus intervenciones públicas para que los presentes supiesen cuando podían dejar de aplaudir. Antes de emplear dicho dispositivo, el público aplaudía sin fin, pues Stalin podría percatarse de quién o quiénes habían sido los primeros en dejar de hacerlo, y así indicar que le eran contrarios: razón suficiente de que debía hacerlos detener o acabar con sus vidas.

También puede acontecer que una ovación sea de lo más traicionera, y encierre en sí una tremenda hostilidad, mutando el aplauso en un abierto desafío. Fue algo por el estilo lo que aconteció cuando el dictador Ceaușescu salió a dar un mitin desde los balcones del Comité Central del PCR el 21 de diciembre de 1989 y su público que, en un principio, parecía vitorear, acabó, por increparlo, lo que desembocó en su deposición y fusilamiento, junto con su mujer, Elena.

Puede acontecer que una ovación sea de lo más traicionera, y encierre en sí una tremenda hostilidad, mutando el aplauso en un abierto desafío

El aplauso, pues, puede resultar engañoso. Del mismo modo que Stalin podía discernir quién era su partidario y quién no a partir del lapso de tiempo en que alguien dejaba de aplaudir, no está de más emplear la misma táctica cuando queramos saber si alguien aplaude de corazón o por quedar bien. Son, generalmente, quienes dejan de aplaudir primero los que menos aprueban de una actuación, discurso, etc. También podemos comprobar esto mismo por la intensidad con la cual alguien aplaude o deja de hacerlo.

No obstante, el aplauso –ya sea real o fingido– es una práctica ritual que se realiza en presencia de otros, por lo que resulta del todo innecesaria una vez interactuamos en el mundo digital (al menos en su manifestación literal). En internet uno siempre puede dejar de aplaudir, puesto que nadie le mira. En la red, la gente no se ve obligada a aplaudir u ovacionar por compromiso o educación, pues uno no siente la presión de quedar bien con los presentes (al no estar presente), de ahí que el aplauso como compromiso fruto de la cortesía desaparece, como a menudo la misma cortesía.

Suele decirse que la gente en internet se atreve a decir cosas desagradables a otros al no tener a aquellos que vitupera en su misma presencia. Decir groserías a otro a la cara es algo que la mayor parte de la gente es incapaz de hacer por pura vergüenza. Otra cosa ocurre cuando el objeto de una burla u ofensa se halla al otro lado de una pantalla, filtro tecnológico o red social. Es por ello que en internet el aplauso muta, a menudo, en su contrario: el abucheo, la censura, el reproche. A pesar de que vivamos en tiempos en los que impera lo políticamente correcto, dicha corrección política no se aplica al quedar bien con otros.

Dicho esto, el aplauso y la aprobación sí son exigidos en el caso de opiniones relativas a ciertos tabúes y dogmas morales dominantes en un lugar y tiempo dado que han de ser siempre vistos con buenos ojos (estos principios refractarios a toda crítica son conocidos por todos, por lo que me guardo de enumerarlos). En el caso de una persona conocida –los sujetos anónimos están menos sujetos a padecer por su falta de aplauso–, esta ha de aprobar siempre ciertos discursos públicamente, a no ser que quiera convertirse en el centro de las críticas, los insultos y el rechazo generalizado. El aplaudir los referidos dogmas, por otra parte, puede ser también una forma simulada de atesorar prestigio y granjearse los likes de nuestros congéneres.

Por eso el aplauso, tanto en internet como en el mundo de lo inmediato, puede todavía emplearse con fines espurios a modo de estrategia o afirmación de ciertos valores, muy a pesar de que estos no sean necesariamente los que de veras estimemos en nuestro fuero interno. El aplauso, hoy como siempre, pues, puede expresar una devoción y admiración reales, una forma de encajar en el grupo o, incluso, un modo de medrar socialmente por vía del engaño.

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