Internacional
Los niños de la Antártida
Hace unas décadas, Chile y Argentina lanzaron una peculiar carrera geopolítica para reclamar soberanía: enviar nacionales a que tuvieran hijos en el continente blanco para ‘marcar territorio’. Pero esta no ha sido la única lucha por el control del polo sur.
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Emilio Marcos Palma, hijo de Silvia Morella de Palma y de un teniente coronel argentino, nació el 7 de enero de 1978 en la Base Esperanza, en el norte de la península antártica, después de que su madre viajara, embarazada de 7 meses, específicamente a dar a luz allí. Emilio tiene el récord Guinness de ser el primer humano en nacer en la Antártida. Pero no ha sido el único.
El traslado de la familia respondió a un objetivo expansionista: el régimen militar argentino creía que, si lograba registrar nacionales nacidos en la Antártida, marcaría territorio y tendría derecho de preferencia, con el argumento de que la tierra no ocupada es de quien la encuentra. Y Chile, que está a menos de mil kilómetros del continente helado, no quiso quedarse atrás. El año siguiente el país envió a una pareja chilena a que formara allí una familia. El 21 de noviembre de 1984 nació el primer chileno en tierra antártica, Juan Pablo Camacho Martino, en la Base Frei Montalva.
Chile consideró que su derecho sobre la zona era todavía mayor, pues el niño había sido concebido ahí. Entonces una argentina dio a luz a otro bebé. Luego una chilena. Y así sucesivamente llegaron a 11 bebés sudamericanos nacidos en la Antártida. A pesar de las condiciones inhóspitas, todos sobrevivieron. Pero ninguno es considerado ciudadano «antártico», ni nada por el estilo.
Esa carrera de nacimientos ha sido sin duda la política de reclamo territorial más curiosa que ha habido en el continente, pero, en total, siete países siguen reivindicando porciones antárticas como propias. Por un lado está Argentina, el primero en instalar una base permanente allí –en 1904, la más antigua del continente– y que reclama que es una extensión de su provincia de Tierra del Fuego, igual que las islas Malvinas. Pero en 1908 esa misma zona fue reivindicada por el Reino Unido. Chile, por su lado, dice que la que llama Antártica Chilena hace parte de su Región de Magallanes. Australia y Nueva Zelandia reclaman que el explorador James Clark Ross izó la bandera del imperio británico en los años 20 y el territorio quedó bajo administración suya.
Pero las pretensiones colonizadoras en el polo sur no se limitan a los vecinos australes. Noruega reclama un pedazo de la Antártida pues el explorador Roald Amundsen llegó al Polo Sur geográfico en 1911. Francia, por su parte, pide una porción de suelo descubierta por Jules Dumont D’Urville en 1840.
El Tratado Antártico garantiza a día de hoy el uso de la Antártida exclusivamente para fines pacíficos
Independientemente de las reclamaciones de soberanía, la Antártida no tiene dueño. En 1959, doce países, incluyendo también a Estados Unidos, Rusia, Japón, Sudáfrica y Bélgica, firmaron en Washington el Tratado Antártico. Gracias a este, toda reclamación sobre el territorio quedó congelada. El acuerdo internacional, que entró en vigor en 1961 y del que ahora hacen parte más de 50 países, garantiza a día de hoy el uso de la Antártida exclusivamente para fines pacíficos. Promueve la libertad de investigación científica y la cooperación internacional mediante el intercambio de observaciones y resultados y prohíbe las pruebas nucleares y toda actividad de carácter militar en el territorio. En la actualidad hay unas setenta bases antárticas, de treinta países.
Y el tratado no es la única legislación que vela por la protección del continente blanco: actualmente existen varios acuerdos internacionales para su conservación ecológica. En 1982, España se adhirió al tratado y fue admitida como parte consultiva en 1988. En 1991, las partes firmaron el Protocolo al Tratado Antártico de Protección del Medio Ambiente, conocido también como Protocolo de Madrid, que establece el marco para regular la actividad humana en el continente. También integran el Sistema del Tratado Antártico la Convención para la Conservación de las Focas Antárticas (CCFA) y la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA).
Cruce de intereses
En los últimos años, la crisis climática ha subrayado la importancia de los polos para la supervivencia humana. El suelo antártico tiene unos 14 millones de kilómetros cuadrados (su superficie es más grande que la de países como China, Canadá o Estados Unidos) y contiene el 90% del hielo de la Tierra. Sus aguas heladas dan hogar a una gran biodiversidad, entre las que están focas, lobos marinos, ballenas, pingüinos, peces y kril, además de una enorme biomasa que aporta nutrientes y oxígeno. Las condiciones climatológicas extremas hacen que sirva de termostato terrestre, pues el océano Antártico absorbe más de un tercio del exceso de carbono de la atmósfera. Sus corrientes son propulsoras de la circulación oceánica y regulan la temperatura del planeta.
Los polos son ricos en minerales y tierras raras y lugares estratégicos para las rutas de comercio marítimo y el seguimiento satelital
Es precisamente a causa de esa abundancia natural que es aún más necesario proteger la Antártida. Actualmente en la zona está permitida la pesca controlada y el turismo se rige por la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO, por sus siglas en inglés), creada para promover una industria turística segura y responsable con el medio ambiente. Pero las áreas protegidas por el tratado solo representan alrededor del 5% del océano Antártico, lo cual lo hace vulnerable ante el interés económico, la explotación pesquera y las ambiciones geopolíticas.
Hoy incluso se habla de una «carrera por los Polos», que pone de manifiesto los intereses territoriales de las grandes potencias en estas regiones ricas en recursos naturales. Además de su abundancia de minerales y tierras raras –se cree que la región antártica es rica en hierro, uranio, plomo, plata, cromo, carbón, níquel, cobre, entre otros–, los polos son lugares estratégicos para las rutas de comercio marítimo y el seguimiento satelital.
Si bien es cierto que la carrera geopolítica se ha situado particularmente en el Ártico, debido en gran parte a su localización estratégica para el comercio y la seguridad nacional de Estados Unidos y Rusia, en los últimos años China ha estado invirtiendo en el desarrollo de infraestructura y acuerdos logísticos para aumentar su presencia en la región antártica. Desde 2013, el gobierno chino ha identificado las regiones polares como nuevas fronteras estratégicas para el país.
Y, por el lado argentino, aunque hace años que no envían familias a tener bebés allí, recientemente viajó al continente el presidente Alberto Fernández y señaló que «hacía 23 años que ningún presidente venía y esto es una forma de sentar soberanía», que «el mundo ve a la Antártida como una tierra de futuro, muy poco explorada» y que hay que profundizar el desarrollo y la investigación científica en la zona.
En efecto, la Antártida es una tierra para el futuro del mundo. Además de su riqueza natural, no puede dejarse de lado el hecho de que es la reserva de un recurso invaluable para la humanidad en años venideros: el agua dulce. Con el tiempo, la región será cada vez más importante, en tanto se acreciente la crisis climática y nos acerquemos al año 2048, cuando será revisado el protocolo ambiental del Tratado Antártico.
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