Cultura

Los cuatro (¿o cinco?) elementos

En Occidente, la cultura griega nos ha legado cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Sin embargo, en India y en China son, habitualmente, cinco. ¿Cómo ha influido esta diferencia en el devenir de las civilizaciones?

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08
marzo
2023

Al principio, según el mito egipcio, sólo existían las tinieblas y el agua primordial. No existían ni dioses ni humanos. Tampoco podía hallarse cualquier otro atisbo de vida. Según pasaba el tiempo, las aguas se revolvían en su agitación. De ese caos surgió una conciencia que se autoproclamó divinidad, si bien este dios se sentía solo, por lo que de su aliento creó el viento para, una vez separadas las aguas de las tinieblas por el aire invisible, poder crear las múltiples criaturas. Separó las aguas y la tierra se elevó: Ra, desde lo alto, había creado Egipto.

No es de extrañar que los primeros filósofos occidentales, los griegos, buscasen un principio universal y racional que sostuviese la existencia. El filósofo griego Empédocles sembró la idea de que la naturaleza estaba compuesta por cuatro raíces, tierra, agua, aire y fuego. Su postura era conciliadora: en su siglo, el pensamiento griego se debatía en múltiples principios (o arjé) que explicasen la multiplicidad de seres y la dinámica natural bajo el prisma de la razón, sin acudir a las narraciones cosmológicas. Tales de Mileto aportó el agua, en memoria, quizá, de las ideas egipcias donde se sostiene que acudió a estudiar. Jenófanes apostó por la tierra, Anaxímenes propuso un aire diferente del que respiramos nosotros y Heráclito de Éfeso apostó por el fuego y el lógos. Desde la medicina (Hipócrates, Galeno y la teoría de los cuatro humores) hasta la astrología, la alquimia y la cábala hebrea, los cuatro elementos han formado parte irrenunciable del desarrollo científico y especulativo de la cultura europea. Sin embargo, en Oriente los elementos suman uno más. En el caso de China, la Teoría de los Cinco Elementos ha cobrado gran relevancia histórica no sólo en Asia. No obstante, ¿en qué consiste?

Cinco elementos para un único cosmos

Semejante al reflejo de profundidad sapiencial que ofrece el antiguo Egipto en el viejo continente, China fue, desde tiempos ancestrales y literalmente, una tierra bendecida por el cielo: su tradición aboga por un cosmos repleto de espíritus que nutren la naturaleza, que emanan de los antepasados fallecidos y de poderosos seres. La caída de la dinastía Zhou, sobre el siglo IV a.C., trajo consigo uno de los grandes periodos de inestabilidad política, el de los Reinos Combatientes, y dos líneas de pensamiento que, como un reflejo, se complementan para formar parte de una muy definida manera de ver el mundo: como un todo donde el pasado alimenta e instruye un futuro desmerecido en comparación con épocas gloriosas, de sabiduría ancestral. 

La tradición china aboga por un cosmos repleto de espíritus que nutren la naturaleza, que emanan de los antepasados fallecidos y seres poderosos

En esta etapa de inestabilidad, Zou Yan, filósofo miembro de una de las cinco grandes escuelas de pensamiento de la época, la Escuela Cosmológica, dio cuerpo intelectual al Wu Xing o Teoría de los Cinco Elementos. Tal y como se recoge en libros clásicos como el Libro de los Documentos (Shujing) o el Tratado de los Ritos (Liji), el cosmos se rige por procesos de cambio que se corresponden tanto a los que se pueden apreciar con los sentidos corpóreos como a otros metafísicos. El orden natural se rige, por tanto, por procesos de yin y de yang (desaceleración y aceleración, oscuridad y luz, respectivamente).

El proceso natural más evidente era el ciclo del día y de la noche, que además de representar la complementariedad del yin y del yang permitió discernir divisiones más precisas en función de los momentos del día, como el amanecer, el mediodía, el atardecer y el anochecer. A esta observación se sumaron las fases lunares, el desarrollo animal y vegetal, las mareas o las estaciones del año, entre otros. Así las cosas, los filósofos de la naturaleza chinos comenzaron a agudizar las ideas ancestrales a este respecto. Los ciclos naturales corresponderían a ciclos donde existe un comienzo, le continúa un desarrollo, se alcanza un cénit y un último periodo de decaimiento que cierra el círculo. 

De forma equivalente interpretaron los antiguos chinos el comportamiento de algunos de los más importantes recursos y fenómenos naturales. Por ejemplo, el agua, vital para la vida, humedece el aire y fluye, mientras el fuego arde y se eleva, la madera se comba y se endereza, mientras la tierra permanece sólida y firme para sostener la vida. El ciclo de aceleración y desaceleración se manifestaba en estos cuatro elementos primigenios en su interacción mutua. Más tarde se unió el metal. Como consecuencia de la interacción de estos cinco elementos se determinan dos ciclos, uno de creación y otro de destrucción que, de nuevo, retornan a la esencia mayor del yin-yang.

El ciclo creador quedó determinado de la siguiente manera: la madera nutre el fuego, y de esta interacción surge la ceniza, que alimenta la tierra, quien gesta los metales que se disuelven en el agua que acaba, finalmente, por hacer vivir y crecer a las plantas, de donde se extrae la madera. Por el contrario, en el ciclo destructivo o de dominación cada elemento extingue la acción de otro. La madera se nutre de la tierra, quien esta última retiene al agua y le impide fluir, el agua extingue el fuego y atrapa su carácter liviano, mientras que el fuego funde el duro metal, elemento que, en la plenitud de sus facultades, puede cortar fácilmente la madera. Ambos ciclos son complementarios y constituyen un reflejo de la manera oriental de entender el cosmos como un todo que se regenera y se destruye, un eterno proceso en el cual la esencia perdura para que la manifestación pueda mutar y dar lugar a múltiples fisionomías.

En esta teoría, es precisamente el desequilibrio entre los elementos lo que conduce a los desastres naturales y las perversiones humanas

A partir de la Teoría de los Cinco Elementos surgieron multitud de aplicaciones que –quizás más profundamente que el pensamiento homólogo en occidente– alimentaron la cosmología, la astronomía, la astrología, la alquimia y la medicina. Las estaciones del año, por ejemplo, se asociaron a cada uno de los elementos, dejando a la tierra en el centro o como una breve y quinta estación de transición entre el verano y el otoño, el conocido como ciclo Tcheng. Sobre este mismo ciclo se apoya la medicina tradicional china. Al ciclo Tcheng se vincula el ciclo Ko, que permite no sólo su sucesión, sino también su complementación. Un ejemplo: si bien la tierra retiene el agua en su solidez, impidiéndole fluir libremente conforme a la naturaleza del líquido universal, también la encauza y la dirige a buen puerto.

En esta teoría, es precisamente el desequilibrio entre los elementos lo que conduce a los desastres naturales (terremotos, desbordamientos de ríos, ciclones o incendios). Incluso las perversas inclinaciones humanas, la guerra y la violencia podían explicarse por el exceso o defecto de la acción de los cinco elementos. En la China antigua, el ser humano forma parte de un orden cósmico superior, como una pieza más: sería en la época clásica cuando, con el surgimiento de la filosofía de la mano de pensadores como Confucio o Mozi, el hombre comenzó a ser situado en el centro de lo existente.

Cinco elementos, muchas culturas

La china no fue la única cultura que propuso cinco elementos para su elenco de construcción de la naturaleza. En la tradición japonesa, los Godai incluyen, en lugar del metal, el vacío. Este elemento procede, a su vez, de la cultura india, más concretamente del budismo zen. En este último país, los Vedas incluyen el éter como quinto elemento y, a diferencia de los chinos, carecen de la madera que, seca, es considerada un producto de la vida vegetal. 

Desde nuestra perspectiva actual, pensar que el cosmos está compuesto por un principio único universal o por varios elementos observables puede parecer ingenuo. Sin embargo, la ciencia moderna se nutrió durante siglos tanto en Europa como en China, Japón e India de los estudios realizados sobre esta base. Por supuesto, terminaron por imponerse las teorías físicas y químicas sobre composición de la materia y los fiables resultados que ofrecían al explicar muy distintos fenómenos. A fin de cuentas, para elementos tenemos nada menos que 118 reconocidos hasta 2022 entre los que pueblan la tabla periódica. Y probablemente la lista siga creciendo a fuerza de constancia y experimentación

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