Cultura
«La literatura puede ser un arma política»
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COLABORA2023
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Dicen que la literatura es una forma de viajar en el tiempo, y precisamente eso demuestra Esther López Barceló (Alicante, 1983) en su primera novela, que nos sitúa en la Alicante de la posguerra hasta 2007. A caballo entre la ficción y su propia autobiografía, pero también a medio camino entre la memoria y el olvido, la escritora presenta ‘Cuando ya no quede nadie’ (Grijalbo), una historia familiar que es un homenaje a los abuelos y padres de la autora, pero también un cuidado retrato de muchas mujeres que sobrevivieron a la dictadura y defendieron la importancia de la memoria histórica en España. López Barceló, que fue diputada por Esquerra Unida en el Parlamento valenciano y trabajó en el área de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, es ahora docente en su tierra y asegura que la escritura es, entre otras muchas cosas, una forma de compromiso político.
Cuando ya no quede nadie es una novela que pone en relieve la importancia de la memoria y los silencios que perviven en las familias. ¿El olvido de temas espinosos nos hace peores?
Hay muchas formas de perder la memoria, y una es la familiar, cuando ya no queda nadie que recuerde aquello que se ocultó. En nuestro país hay miles de familias que no conocen bien su identidad, o al menos de dónde vienen. Siempre hay un momento en el que callarse las cosas importantes nos carcome por dentro: el silencio ha sido un mecanismo de supervivencia integrado y necesario desde los primeros años de la dictadura, y eso se ha normalizado en España. Quería mostrar esa esclerosis en la que está inmersa nuestra sociedad, porque los silencios son estructurales y responden a una impunidad que se ha cimentado en la propia democracia.
«El silencio ha sido un mecanismo de supervivencia integrado y necesario desde los primeros años de la dictadura, y eso se ha normalizado en España»
También destaca la lucha y la tenacidad que tenían muchas mujeres para sobrevivir a una época difícil. ¿Tenía claro que quería darle todo el protagonismo a figuras femeninas?
Sí, fue una decisión muy consciente, por eso defiendo que he escrito una épica de las vencidas. La épica siempre ha estado vinculada a una visión androcéntrica, muy propia de hombres y de situaciones violentas. A mí me molesta la forma en la que se menospreció la valía y la importancia de mujeres como mi abuela, banalizando sus experiencias vitales y sus cuidados. Me da rabia que se las viera como secundarias, cuando eran el pilar que sostenía todo. Cuando se empieza a recuperar el relato de los resistentes de la guerra civil, siempre se hace desde un punto de vista masculinizado. Incluso ellas sienten que sus historias no son suficientemente importantes porque han estado recluidas en las cuatro paredes de la cocina y de la casa. Quería plasmar ese sentimiento de sumisión que conllevaban los cuidados en esa época, porque ellas no podían elegir no cuidar de los demás. Las mujeres encerradas en lo doméstico hicieron grandes proezas de resistencia en una época dificilísima.
Su historia refleja la violencia machista en las casas y cómo se normalizaban los abusos de todo tipo. ¿Cree que a menudo se ha romantizado el pasado?
Esa violencia era sistémica y estaba totalmente normalizada. No puedes escribir de la década de los cuarenta, hablar de la vida cotidiana en las casas y pasar por alto la violencia patriarcal. Todos hemos escuchado relatos que se cuentan entre susurros y en voz baja; al menos en mi familia era algo habitual. He sabido de historias familiares donde el abuso era tremendo y estaba normalizado. Por supuesto que se romantiza el pasado si se obvian este tipo de relatos. Muchas mujeres se callaban los abusos que sufrían porque entendían que debían mantenerlo en silencio para poder protegerse a sí mismas.
Habla de ellas como las «guardianas de la memoria» y de cómo cuidan el recuerdo de sus fallecidos. ¿Es la muerte una obsesión en su escritura?
Sí, una no puede huir de sus obsesiones y sus pasiones. Estudié antropología física y forense porque para mí la muerte es un tema fascinante. Me interesa cómo nos enfrentamos a la muerte como sociedad, pero también como individuos. Creo que es el gran elemento desconocido al que nos vamos acercando cada día un poco más, pero que intentamos eludir. Yo le tengo un miedo atroz, pero no quiero mirarla de soslayo. Y el hecho de que las mujeres hayamos sido educadas en el cuidado perpetuo de los muertos, me parece también algo absolutamente fascinante. Son las mujeres las que han mantenido viva la memoria del lugar en el que estaban enterrados sus muertos fusilados.
Se ha catalogado su novela como un libro sobre la Guerra Civil, pero me da la sensación de que versa más sobre la recuperación de la memoria.
Sin duda: es una novela sobre la recuperación de la memoria, sobre la necesidad de saber de dónde venimos y quiénes nos han precedido. Estoy muy en contra de esa etiqueta que reduce todo a los tres años de la guerra, porque siempre digo que la dictadura duró hasta más allá de 1975. De hecho, hasta prácticamente 1982 no podemos dar por zanjada la Transición. A mí me interesan realmente los años de paz, aquellos años de la victoria del fascismo en España. Esa época es clave, porque ahí fue cuando se asesinó injustamente a miles de personas y el terror atravesó todas las puertas de las casas, sobre todo de las más humildes. Escribo de ese miedo.
«Son las mujeres las que han mantenido viva la memoria del lugar en el que estaban enterrados sus muertos fusilados»
La trama se ubica en 2007, antes de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero. ¿Cómo ve la evolución de este tema a nivel social y político?
Hay ciertos avances, pero en materia de justicia se ha quedado muy atrás. Elegí precisamente el año 2007 porque los familiares tenían que defender el derecho a exhumar. Eso ya forma parte del pasado, pero quería recalcar el esfuerzo incansable de todas esas personas que han trabajado para cuidar la memoria histórica en el páramo de las políticas públicas de España en 40 años de democracia. Considero que la impunidad del franquismo aún perdura, porque ni siquiera se ha juzgado a los criminales.
La protagonista, Ofelia, se da de bruces con secretos familiares que la trastocan, pero también con una sociedad que no es la que desearía. ¿Hay una crítica social consciente?
Ofelia no está haciendo un viaje solamente en busca del secreto de su familia, sino también de una parte de la historia de su país que desconocía. Se enfrenta a una reunión de asociación donde encuentra a familiares que están pidiendo que les devuelvan los huesos de sus padres y ve cómo nuestra sociedad ha estado negando este tipo de peticiones de forma sistemática durante los años de la democracia. Ofelia se da cuenta de que no vive en esa democracia civilizada y europea que ella creía que habitaba, sino en un lugar en el que también existe la barbarie.
¿La literatura es una forma de hacer política?
Vivo en sociedad y, para mí, lo político lo envuelve absolutamente todo. Creo que hablar de política es hablar de lo colectivo, por lo que nunca me planteo las cuestiones de una forma absolutamente individual; me parece que nada de lo que nos pasa es ajeno al contexto en el que se produce y a las condiciones materiales en las que nos encontramos. Y la literatura puede ser un arma política, claro. Escribir es la mejor forma de pensar: yo he escrito esta novela con una voz muy particular, que es la de la rabia, porque me parece lamentable que todavía no tengamos una justicia digna en materia de derechos humanos sobre las víctimas de la dictadura.
Almudena Grandes decía que la rabia era un potente motor vital y narrativo.
Sí, porque la rabia es sanadora y puede ser una herramienta clave para cualquier proceso de liberación o de superación. Es algo que te permite avanzar. Lo hablaba con la ilustradora Sara Morante por su último libro, Flor Fanny, donde la niña es maltratada y ella quería que la rabia en esa cría tuviera una importancia grande. Sara quería presenter a esa niña rabiosa porque consideraba que era la única forma de poder resistir lo que estaba sufriendo. Esa idea me marcó bastante: creo que también tiene que ver con mantener la dignidad.
«La rabia es sanadora y puede ser una herramienta clave para cualquier proceso de liberación o de superación»
Ahora que menciona la dignidad, escribe una frase que destaca: «Aprendimos pronto que la mejor forma de resistir era saber cuándo callar, cuándo sonreír y cuándo levantar el brazo». ¿Cuánto de autobiografía hay ahí?
Esa escena de cuando apalean a Gabriel por no levantar el brazo ante la bandera franquista es una historia real que me contó mi abuelo: él sufrió una paliza en esa misma calle, y me contaba que nunca jamás se le volvió a olvidar levantar el brazo. Mis abuelos tienen mucho de Gabriel y de Pilar, ellos se pasaron fingiendo en público algo que no eran para poder sobrevivir, como hicieron muchas otras personas humildes. Ellos no estaban ideologizados, pero la dictadura truncó sus posibilidades de futuro y anhelaban tener otro modo de vida. No les hacía falta estar politizados para desear una vida mejor. En realidad, es una cuestión de clase.
¿Por qué no nombra la ciudad donde se desarrolla la trama?
Es que Alicante es para mí una ciudad fantasma, yo la recuerdo antes de que muriera mi padre. Cuando piensas en el pasado con melancolía, es porque en ese momento estaban a tu lado personas que ya no están. Al final, los lugares solo son personas, y para mí era importante que la ciudad no fuera nombrada en ningún momento y se mantuviera como una presencia fantasmal en toda la novela. Cuando Ofelia pierde a su madre, que para ella es su mayor vínculo con el mundo, de repente la ciudad, como la vida, se le vuelve completamente extraña y ajena y necesita huir de ella. Por eso se va a Madrid, se casa y tiene un hijo rápidamente, porque a veces necesitamos llenar el vacío como sea tras una pérdida. Por eso cada vez que vuelve a su ciudad, vuelve a un lugar fantasma. Es lo que a mí me ocurre con Alicante, que la siento completamente artificial y ajena a mí.
El amor es un tema que vertebra toda la novela. Llama la atención las diferentes formas de expresarlo, incluso con las diferencias generacionales.
Quería mostrar algo que fuera muy verosímil. Las relaciones de amor son las que vertebran nuestro modo de vivir, pero no tienen por qué ser pasionales. Me interesaba que todas las conversaciones, diálogos y relaciones pudieran interpelar a todo aquel que leyera mi novela, que no respondieran a ningún tipo de maniqueísmo o climax andante a cada capítulo. Y tampoco quería que fuera la típica novela con una historia de amor heterosexual y tradicional que acaba en fuegos artificiales. La relación de amor entre Pilar y Gabriel mueve toda la trama, pero también reivindico las relaciones de amistad, que no son propias del amor romántico y que, aún así, trascienden la novela y son igual de importantes.
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