Sociedad

Sin tetas no hay Transición

Apareció en 1976 y se convirtió en una de las cabeceras clave de la Transición, pero ‘Interviú’ sobrevivió hasta el siglo XXI, la época de su declive. «No eres nadie hasta que no sales en ‘Interviú’», solía decirse.

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28
febrero
2023

Muchos la recuerdan como la revista que desnudó a las españolas más famosas de su época. Desde Lola Flores, hasta Marisol, pasando por Carmen Sevilla o Sara Montiel, la lista de celebrities que se asomaron a su portada como Dios las trajo al mundo es incontable. Pero el semanario Interviú (1976-2018) fue mucho más que un escaparate erótico en el que mujeres muy conocidas mostraban sus encantos. De hecho, fueron otro tipo de vergüenzas –el de los muchos escándalos políticos, chanchullos empresariales e investigaciones policiales que sus excelentes periodistas de investigación destaparon en sus páginas a lo largo de su dilatada trayectoria– las que hicieron de Interviú un referente del periodismo de los años de la Transición.

«Interviú fue un invento de Antonio Asensio y José Ilario. No sé si se inspiraron en algún modelo extranjero, pero desde luego dieron con la tecla», cuenta Agustín Valladolid, quien fuera director de Interviú entre 1996 y 1999 y que ya había comenzado a colaborar con el semanario en 1979. «En aquel momento la gente quería sexo y escándalos, y eso fue exactamente lo que les dio la revista», explica. «Estábamos en el año 76, recién salidos de la dictadura y con los españoles todavía yéndose a escondidas a Perpiñán a ver El Último tango en París. Y entonces llega esta publicación, con una señora semidesnuda en la portada y un estilo gamberro y agresivo que tuvo un impacto grandísimo y marcó una nueva manera de hacer periodismo», añade.

Unos meses antes del lanzamiento del primer número sus artífices habían puesto en marcha en Barcelona Ediciones Zeta, el grupo que durante los siguientes 42 años se encargó de llevar a los quioscos Interviú y que tras aquel primer éxito publicó otros títulos de referencia, como el satírico El Jueves, el deportivo Sport, el semanario político Tiempo (nacido en 1982 como suplemento de Interviú), Viajar o El Periódico de Catalunya.

Todo comenzó con Interviú, una revista que encarnaba a la perfección el deseo y la necesidad imperiosa que en aquel momento sentía el país por dejar atrás lo antes posible la etapa de la dictadura. Lo hizo, además, con inteligencia y un notable sentido práctico: sin buscar ajustar cuentas pendientes, sumando talentos de distinta orientación y mirando hacia delante con ese punto de vista fresco y transgresor que en seguida conectó con el público, porque era muy fácil de asimilar con el cambio de etapa.

Agustín Valladolid: «En aquel momento la gente quería sexo y escándalos, y eso fue exactamente lo que les dio la revista»

De algún modo, Interviú hizo en el periodismo lo que los jóvenes partidos trataban de operar de forma simultánea en la política: pasar página de la manera menos traumática y más operativa e integradora posible. Su fórmula contenía numerosos elementos que por sí solos eran ya ganadores –tetas «al aire» tras décadas en las que la frontera entre un tobillo y una pantorrilla femeninas estaba más vigilada que la línea de separación de las Coreas, sucesos sangrientos y paranormales, escándalos, humor, actualidad y opinión política–, pero que combinados en su justa proporción resultaban explosivos.

Manuel Vázquez Montalbán dijo de Interviú que era como «una cesta de Navidad que salía todas las semanas». Y como en toda cesta de Navidad que se precie, en ella había turrones y latas de espárragos, que lucen y hacen bulto, como los desnudos –aunque estos se cuidaban bastante desde un punto de vista estilístico– o las piezas más sensacionalistas; y había jamón del bueno, como los grandes casos –Roldán, el crimen de los Urquijo, la farmacéutica de Olot o el falso Anglés– y las firmas de renombre. Entre ellas, las del propio Vázquez Montalbán, Camilo José Cela, Emilio Romero, Paco Umbral, Fernando Vizcaíno Casas o Forges.

Semejantes credenciales explican que la revista se situara muy pronto en unas ventas de 600.000 ejemplares, que en ciertos momentos y números concretos (las portadas de Marta Sánchez o Lola Flores) llegaron a superar el millón. Unas cifras que le permitieron ciertos lujos que vistos con los ojos –y, sobre todo, con los recursos– del periodismo actual parecen de ciencia ficción. Como el de pagar una cifra desorbitada (las malas lenguas hablan de 40 millones de pesetas) por el desnudo de la cantante Marta Sánchez, o el de enviar a Panamá con todos los gastos pagados a tres reporteros durante dos semanas a comprobar la veracidad de un soplo que aseguraba que el desfalcador Antonio de la Rosa no estaba muerto, como decía la versión oficial, sino vivo y coleando en aquel país bajo un nombre falso. «Lo buscaron, confirmaron su identidad y publicamos la historia», recuerda Valladolid.

Cierto amarillismo en la forma de tratar los temas también fue marca de la casa, lo que provocó no pocos encontronazos con los responsables de prensa del establishment. Como cuando un reportero y un fotógrafo quedaron con el entonces ministro de Trabajo Javier Arenas en el hotel Palace de Madrid para hacerle una entrevista y se lo encontraron sentado en una de las butacas de limpiabotas que por aquel entonces todavía había en el lobby, recibiendo un servicio. Cuando el equipo del ministro escuchó el clic de la cámara se apresuró a exigir que aquellas fotos no salieran a la luz. Y aunque se les garantizó que no tenían de qué preocuparse, fue esa la imagen que abrió la entrevista a doble página.

Pero es que Interviú era tan influyente que podía permitirse traspasar ciertos límites. «No eres nadie hasta que no sales en Interviú», solía decirse. Y todo el mundo lo intentaba. Políticos, sindicalistas, empresarios, famosos y ciudadanos de a pie. Agustín Valladolid describe aquella redacción como un buzón de escándalos. «Cuando la gente quería denunciar algo, llamaba a Interviú. Y luego tú tenías que separar muy bien el grano de la paja para discernir donde había un verdadero tema y donde te la estaban intentando colar», explica.

La enorme pegada popular que tenía la revista era una invitación para que sus responsables se atrevieran a romper las reglas y probar continuamente cosas nuevas. Cosas como convertir a Santiago Carrilllo, ya retirado de la escena política, en enviado especial de la publicación para cubrir el debate del Estado de la Nación en el Congreso. «Se lo propuse, aceptó, se acreditó como periodista de Interviú y fue allí a hacer la crónica. Fue un pelotazo», recuerda el ideólogo de la ocurrencia, Agustín Valladolid.

En 2018 al hoy director de Relaciones Institucionales de Vozpópuli le propusieron escribir una tribuna en el número de despedida. La tituló La revista del pueblo. «Porque», resume Valladolid, «Interviú iba donde no iba nadie, siempre al lado de la gente humilde. Especialmente en los primeros años de la Transición, fue una publicación muy viva y todo un referente informativo para una España nueva».

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