Cultura

Shakira y la anatomía de una canción

«Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan», canta Shakira en su viral sesión con Bizarrap. Pero ¿cuánto y cómo se ingresa ahora en la industria de la música? La transformación digital también ha alterado sus modelos de negocio.

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27
febrero
2023

Los medios de comunicación lo han publicado tan claro como ella en su canción: Shakira ha facturado alrededor de 34 millones de euros a raíz de la sesión 53 con Bizarrap, gracias a la viralización a través de las distintas plataformas digitales, como Spotify o YouTube: 350 millones de reproducciones acumuladas entre ambos canales y la cifra sigue subiendo día tras día. No son pocas las personas que se preguntan cómo es posible obtener esta cantidad económica en tan poco tiempo. Internet –y la popularidad– es la respuesta.

¿Sería posible obtener estos ingresos con una sola canción hace unas décadas? Es evidente que no, porque este mercado ha cambiado considerablemente. La industria musical, que se desarrolló a partir de mediados del siglo XX, vive de la creación y la explotación de la propiedad intelectual musical, es decir, de las letras y canciones de sus artistas. Tradicionalmente, dentro del sector han existido tres sistemas en funcionamiento: la discográfica, centrada en la grabación de música y su distribución a quien la consume; las licencias musicales, que conceden licencias a empresas para la explotación de composiciones y arreglos, y el de música en vivo, centrado en producir y promocionar espectáculos en directo, como son los conciertos.

Antes de que la transformación digital inundara nuestras vidas, el sector discográfico era el más fuerte. Los grupos musicales deseaban que alguna compañía les hiciese un contrato con su correspondiente grabación de estudio y les abriese, de este modo, la puerta a la distribución nacional e internacional. Pero internet llegó pisando fuerte y la estructura se tambaleó. Licencias musicales y música en vivo se han mantenido e, incluso, han aumentado sus ganancias –sobre todo esta última–, pero con las discográficas no ha sucedido lo mismo.

Spotify se fundó en 2006, bajo la premisa de crear una herramienta de música legal financiada a través de la publicidad. Dos años más tarde, la compañía lograba acuerdos con los propietarios de derechos de la industria musical en varios países de Europa. Desde entonces, su negocio ha ido en ascenso, y también el de las demás plataformas de streaming, como YouTube o Amazon Music. Financiadas con suscripciones y a través de la publicidad, el negocio no decae: le llegan unos 2.400 millones de euros trimestrales a través de suscripciones y casi 300 millones a través de la publicidad. Pese a ello, la compañía sigue siendo poco rentable.

Para ganar un euro en Spotify, la canción necesita registrar unas 250 reproducciones

Para quienes crean los temas musicales, la rentabilidad es aún menor. Spotify –presente en 65 países y con más de 50 millones de canciones disponibles– paga una media de 0,004 céntimos por reproducción (depende del tiempo de reproducción, del lugar del mundo y del tipo de usuaria); es decir, para ganar un euro, la canción ha debido tener unas 250 reproducciones. En el caso de Shakira, los clics son exponenciales, pero para un grupo poco conocido no resulta fácil llegar a una cantidad digna de escuchas que le permita tener ingresos por su creación.

Si un tema llega al millón de reproducciones, los beneficios serían de unos 4.000 euros, a repartir entre todos los entes que tienen derechos de autoría sobre esa canción. La compañía no paga directamente a la artista, sino que lo hace a través de distribuidoras y discográficas. Todo ello suponiendo el mejor de los casos: que la plataforma cuente con la discografía del grupo en cuestión, algo que por posesión de derechos, no siempre ocurre. Y YouTube paga aún peor.

Más allá de las plataformas digitales, cabría preguntarse si para artistas y músicos no sería también recomendable explorar nuevas vías que les permitan perseguir unas condiciones dignas, como las plataformas de trabajo asociado. Si la tecnología tiene cientos de aliados, las alianzas laborales podrían convertirse en una alternativa para que la música como expresión artística siga situándose en un escenario principal.

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