Cambio Climático

«La palabra ‘sostenibilidad’ acaba manteniendo un sistema inherentemente insostenible»

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22
febrero
2023

¿Qué es la sostenibilidad? Haga la prueba: búsquelo en Google. Verá un montón de fotos estandarizadas, recreaciones de la Tierra dibujada entre las flechas que simbolizan el reciclaje, montajes con unas manos que la sostienen con extremo cuidado, bombillas cubiertas de césped… Estamos inmersos en una gran confusión que nos induce a pensar que si algo es sostenible, cuida del planeta. Pero nada más lejos de la realidad. En el libro ‘Contra la sostenibilidad’ (Arpa), el ambientólogo Andreu Escrivà quiere que nos replanteemos muchos conceptos ecologistas que tomamos como axiomas: «Estas páginas son una provocación para obligarnos a pensar».


¿Por qué defiende que el desarrollo sostenible no salvará el mundo?

Está instalada la percepción colectiva de que lo único que tenemos que hacer como sociedad es apostar por aquello que llamamos desarrollo sostenible y que eso nos permitirá salvar el planeta, seguir creciendo, tener cada vez más de todo… Y esto es imposible. Vivimos en un planeta finito: los recursos son limitados, especialmente aquellos que son críticos, como los combustibles fósiles. Creo que hay que desafiar la idea de que vamos a poder seguir desarrollándonos así, desterrar la vinculación del desarrollo con el crecimiento y, sobre todo, eliminar la creencia de que con este concepto de desarrollo sostenible ya lo tenemos apañado. 

¿Cree que el término «sostenibilidad» se ha convertido en un concepto de marketing sin una relación real con el medio ambiente?

Sí, y me preocupa. Creo que hay que diferenciar lo que es el origen profundo de la sostenibilidad, que a pesar de algunas incoherencias o algunos fallos cuestionaba el sistema de desarrollo (y era capaz de reformular una serie de cuestiones estructurales). Lo que pasa es que hemos ido deslavazando el concepto, banalizándolo y vaciando su significado hasta un punto en el cual es utilizado como una mera etiqueta comercial. Cuando uno se enfrenta y analiza la sostenibilidad en su día a día, la ve en todo aquello que está mercantilizado. La palabra sostenibilidad no se ve tanto en discursos políticos, activistas, lecturas profundas o cuestionamientos filosóficos, sino en los pasillos del supermercado, en los concesionarios de coches, las tiendas de ropa: en todos aquellos sitios que nos quieren vender algo. Y da la sensación de que no hay ningún problema con que compres algo sostenible, que incluso estás ayudando al planeta y que, por lo tanto, puedes seguir haciéndolo sin cuestionarlo. El gran problema es que la palabra sostenibilidad acaba sosteniendo un sistema que es inherentemente insostenible. 

«El mejor residuo es el que no se produce»

Siempre se ha dicho que la huella ecológica que una persona puede ahorrar reciclando no tiene ni punto de comparación con la contaminación que se evitaría si la industria se tomase en serio su papel en la preservación del mundo. ¿El reciclaje, al menos en ciertos aspectos, también es marketing?

Los procesos de reciclaje son necesarios y tenemos que ser capaces de reciclar mucho más, pero se ha instalado la peligrosa idea de que el único problema que tenemos con el plástico, el papel u otro material es que no reciclamos lo suficiente y que si realmente consiguiéramos reciclar un 100% ya no habría problema. Y esto es mentira porque, para empezar, hay materiales que solo pueden hacer hasta cuatro ciclos de reciclado, como ocurre con el plástico de las botellas. Mucha gente piensa que si recicla es como si no hubiera habido un impacto de lo que compra, y esto es un problema. No obstante, el gran problema es que no se cuestiona el sistema: donde tenemos que poner el foco no es en esa gestión posterior al uso, que también, sino en la producción, la distribución o la propia estructura económica, que es insostenible. El reciclaje es fundamental, pero tenemos que usar menos materiales, cuestionarnos el modelo económico y, sobre todo, entender qué estamos comprando. Yo no quiero que la gente beba de una botella de agua porque esté hecha con plástico reciclado, lo que quiero es que la gente beba agua del grifo. El mejor residuo es el que no se produce.

Uno de los puntos que aborda en el libro es el hecho de que atender tanto a la huella de carbono ha producido que olvidemos todo lo que no son las emisiones de gases. ¿Qué debemos hacer para evitar el «efecto túnel de carbono»?

Un artículo de Enviromental Research Letters de 2017 [que cuantifica las acciones que podemos tomar a nivel individual sobre el cambio climático] habla acertadamente de que era mucho más importante nuestra dieta, la movilidad o la procedencia de la energía que el hecho de cambiar las luces LED o reciclar. Hace unos años necesitábamos ese tipo de información: los mensajes institucionales y empresariales se focalizaban muchísimo en aquellas acciones menos transformadoras y que menos disminuían nuestra huella de carbono. Lo que ha pasado, sin embargo, es que durante este tiempo ha habido un tránsito y nos hemos focalizado tanto en la huella de carbono que hemos acabado por olvidar el resto de cosas. Es decir, ahora mismo parece que solo nos importa el CO2 y, por ejemplo, si compramos ropa podemos saber las emisiones asociadas a este pantalón, pero no atendemos a quién lo ha fabricado, dónde, con qué materiales, si han arrasado algún trozo de selva para plantar el algodón con el que está hecho… Lo mismo ocurre con los temas agrícolas, con eso de «vamos a hacer una plantación para que absorba CO2». Ya, pero de qué árbol, en qué sitio, quién la va a hacer, quién es el propietario de la tierra… Es decir, hemos empezado a darle una primacía a la huella de carbono que va más allá de la mera herramienta, y aunque como tal esta es interesante, no es la única forma de orientar nuestras decisiones, tanto personales como colectivas. Hace falta un nuevo cuestionamiento, y me gusta particularmente el concepto de «sombra climática», que invita a pensar que tienes una serie de aspectos de gestión de tu vida que van a condicionar qué sombra y qué huella ampliada dejas mucho más allá de esa simple contabilidad de carbono. La huella de carbono es una herramienta, pero no es la única dimensión con la que tenemos que medir nuestro impacto ambiental.

«La huella de carbono es una herramienta, pero no es la única dimensión con la que tenemos que medir nuestro impacto ambiental»

Sostiene que el concepto de «economía circular» hace aguas por todas partes. ¿Es imposible que este modelo de producción y consumo ayude realmente al medio ambiente?

Hay que buscar la circularidad de la economía en el sentido de recircular más los materiales, pero tenemos que ser conscientes de los límites físicos. Hay muchos materiales que tienen una enorme dificultad para ser recirculados, como ocurre por ejemplo con los de construcción. Igualmente, tenemos que ser conscientes del estado actual de las cosas: el 90% de los materiales que se utilizan cada año son materiales frescos de frontera de la extracción y solo recirculamos al 10%, que es poquísimo. Debemos entender que la economía circular es imposible por definición puramente física y que estamos muy lejos de la misma. Podemos utilizarla como inspiración, pero no podemos autoengañarnos con que vaya a ser nunca una realidad. A mí lo que me interesa es hablar del tamaño de la economía, de reducirla y de que funcione de forma distinta. Al final, la economía circular no cuestiona cómo está montada la economía actual; es solo otro subterfugio para seguir manteniendo el funcionamiento actual de la economía mundial.

Otro de los conceptos en los que más se insiste es que quienes sufrirán realmente las consecuencias del cambio climático serán las generaciones futuras. ¿Por qué cree que esta no es la mejor manera para abordar la problemática?

Es más que legítima la preocupación de la gente por cómo vivirán sus hijos, sobrinos, nietos o los hijos de sus amigos, pero creo que es un mal marco por varios motivos. El primero, porque nos sigue llevando al apartheid individual, mientras que lo que tenemos que hacer es empezar a preocuparnos por el conjunto de la sociedad, por la gente que no conocemos. Hay que potenciar la fraternidad y la comunidad para poder abordar un problema como este. Mientras nos quedemos en esa parcela individual seremos muy vulnerables. Además, es un marco erróneo: el cambio climático es un proceso que lleva ya un siglo entre nosotros y que desde hace 40 ó 50 años está desbocado, afectando ya a la vida de las personas. Esta idea lo que hace es desplazarlo al futuro, pero no tenemos que mirar en esa dirección; al contrario, tenemos que actuar en el presente. En la ola de calor del verano pasado, por ejemplo, quienes más murieron fueron las personas mayores, lo que también indica que no estamos ante un problema solo de los jóvenes. Además, la idea de que es un problema de las generaciones futuras es muy insolidaria. Tenemos que entender que todos tenemos responsabilidad y que es un problema actual. 

Algunos son tecnooptimistas y tienen esa idea de que llegarán innovaciones a salvar el mundo del cambio climático. ¿Por qué es peligroso creer que la tecnología aparecerá como un superhéroe a socorrernos?

Es muy lógico y muy humano pensar que lo vamos a solucionar tecnológicamente. Con las innovaciones que hemos visto en los últimos años es muy difícil decirle a alguien «ahora ya se han acabado los avances, ya no vamos a inventar nada más que nos solucione la vida». Pero lo que tenemos que entender es que el cambio climático no es un problema tecnológico, sino un problema social, cultural y económico. Es un problema de dimensión de nuestra civilización y, por lo tanto, no hay una sola tecnología que pueda solucionarlo. Sí va a haber cierta tecnología que nos va a ayudar, que va a ser crucial y que vamos a necesitar de su participación, pero no hay un botón mágico esperando a ser inventado. No es como una enfermedad particular para la que alguien inventará una cura. En esta clase de ejemplos, estamos ante un fallo multiorgánico.

«Sabemos que no vamos a poder solucionarlo todo mágicamente y que no vamos a poder revertir todo el calentamiento que ya tenemos, pero sí podemos evitar futuros catastróficos»

Con esta idea de que «el desarrollo sostenible no salvará el mundo», ¿corremos el riesgo de concluir que no merece la pena hacer nada?

No solo corremos el riesgo: hay mucha gente que ya está cayendo en esto. Y entiendo la desesperanza, la congoja, la ansiedad y la angustia que te puede inundar, pero no podemos caer ahí. Hay que transformar, ser capaces de activar respuestas, vías de transformación… y el catastrofismo no es útil. No digo que haya que mentir y decir «estamos bien y a tiempo», ya que tenemos un problema muy serio y los datos no son nada halagüeños. Ya sabemos que no vamos a poder solucionarlo todo mágicamente y que no vamos a poder revertir todo el calentamiento que ya tenemos, pero sí podemos evitar futuros catastróficos. Queda mucho más por salvar de lo que hemos perdido, y quienes alimentan el catastrofismo a conciencia no se dan cuenta del daño que están haciendo. 

Dice que conducir un coche eléctrico no salvará a los osos polares. ¿Hay alguna fuente de energía que realmente pueda revertir los efectos nocivos del cambio climático?

Ninguna va a revertir jamás los efectos del cambio climático. Sí que hay fuentes de energía cuyo balance de impacto ambiental, como la generación de CO2, es muy positivo. No hay ninguna duda de que el futuro será de energía renovable. La cuestión está en que hay lobbistas que nos hablan de que los combustibles fósiles siguen siendo esenciales, cuando realmente hemos visto que lo que tenemos que hacer es alejarnos cuanto antes… También encontramos lobbistas pronucleares, que nos dicen que la solución es nuclear y que somos todos somos antitecnología y antiprogreso por rechazar las nucleares. Yo no las rechazo por ningún tema de seguridad o por un cliché ecologista, sino sencillamente porque son lentas y caras. La energía más democrática, más distribuible por el territorio, más eficiente y más capaz de responder a los retos de la transición energética y ecológica son las energías renovables. Siendo tecnooptimista, también espero que vaya aumentando la eficiencia, perfeccionando otros tipos de fuentes renovables y que seamos capaces de entender que la renovable es el futuro. También hay que comprender que la dimensión energética de nuestra civilización tiene que disminuir (y mucho en algunos países), mientras que en otros tienen que crecer, como ocurre en los países en vías desarrollo.

Alguna vez le han propuesto debatir con negacionistas del cambio climático en foros públicos y se ha negado. ¿Cuál cree que es la mejor forma de combatirlos?

La cuestión es no darles voz, y creo que los medios se equivocan haciéndolo: entonces ya no habrá dilema ni debate. Otra cosa muy distinta es discutir, por ejemplo, con quien plantea la energía nuclear como solución, con quien quiere inundar España de coches eléctricos o con quien dice que va a llenar toda la meseta de pinos y eucaliptos para capturar CO2. Si partimos de la base de que el cambio climático existe, que tenemos un problema enorme y que es causa de los humanos, entonces se puede discutir. Puedes discutir sobre estrategias de biología de la conservación con gente que asume que las especies evolucionan, pero no puedes debatir sobre ese tema con gente que niega que las especies evolucionan y que te dice que el arca de Noé es real. No tiene ningún sentido.

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